Sólo cenizas
Era la primera novela de Pedro Vergés, y, por el momento, es también la última.
Pedro Vergés, joven dominicano, autor desconocido hasta ese momento, no podía empezar su trayectoria literaria con mejor pie. En el año 1981, quien esto suscribe no leía novelas. A decir verdad, yo no leía prácticamente nada. Estaba ocupado en tareas más importantes. Estaba aprendiendo a vivir. Básicamente, eso consistía en pasar de curso con todas las asignaturas aprobadas, encontrar un remedio eficaz para el acné juvenil y esperar a que llegara el viernes para ver si la chica de la que estaba perdidamente enamorado me hacía caso o me regalaba al menos una mirada.
Ese año, por tanto, yo no leí la novela ganadora del Premio de la Crítica, y yo no sabía quién era Pedro Vergés, ni me interesaba saberlo. Después, cuando aún no era demasiado tarde, supe que novelas como Sólo cenizas hallarás no sólo enseñan a vivir, sino que permiten vivir múltiples vidas, a través de sus personajes. Y viajar en el tiempo, hasta 1962, en este caso, para conocer una historia pasada y un país lejano, del que hasta entonces, antes de sumergirse en la obra, el lector no sabía nada (recuerden: la novela, que narra la vida de un grupo de jóvenes dominicanos en los años siguientes a la muerte del dictador, se publicó en España).
Treinta años después de su publicación, de forma casual (diría que providencial), Sólo cenizas hallarás (bolero) cayó en mis manos, en un momento de mi vida en que, decidido a ser escritor, yo leía de forma frenética, compulsiva, a fin de recuperar el tiempo perdido.
Fue un flechazo. Me enamoré de ella. Yo dividía entonces las novelas que iba leyendo en dos categorías: aquéllas que estaban a la altura de su fama, por un lado, y aquéllas que, por el otro, estaban por debajo. Sólo cenizas hallarás (bolero) inauguró una nueva categoría: la de las novelas que están por encima de su fama.
En la lista de grandes obras que yo debía leer para aprender a escribir, no figuraba ningún escritor dominicano. Soy español, al fin y al cabo. Esa lista la hice por países. Se la pueden imaginar: el Siglo de Oro, los grandes autores rusos, franceses y anglosajones del XIX y del XX, las obras fundamentales, la Iliada, la Odisea, el Antiguo y el Nuevo Testamento.
En esa lista magistral no figuraba, insisto, ningún escritor dominicano. En ella, República Dominicana no existía como país literario. Al cabo del tiempo, sin embargo, cuando ya había leído todo lo que me propuse, empecé a dejarme llevar, a leer lo que el destino hacía llegar a mis manos. Tenía además la certitud de que jamás conocería en toda su riqueza aquellos países en los que he vivido y que he querido, y todavía quiero, si no leía las obras de sus grandes escritores, que yo en muchos casos desconocía.
Durante una estancia en Brasil, la voz de mi amiga Patricia, elevándose por encima del resto de voces que repetían el nombre de cierto autor consagrado, mencionó el de un escritor maravilloso que no estaba en mi lista y que hoy forma parte de mi altar literario particular: Machado de Assis. Gracias a él, conocí Río de Janeiro, la ciudad y sus habitantes, en su pureza y su belleza original, cuando aún no existían las agencias de viajes ni los vuelos chárter.
Poco después, en una colección de viejos recortes de artículos publicados en el Listín Diario, encontré el nombre de Pedro Vergés y el de su única novela, Sólo cenizas hallarás (bolero).
Sentí el impulso de leerlo, darle un chance. ¿Por qué no? Ya había leído lo fundamental y ahora podía arriesgarme, aventurarme al azar, probar lo desconocido. Localicé en Internet un ejemplar de segunda mano. Primera edición, 1980, editorial Prometeo.
Desde entonces, estoy en deuda con Pedro Vergés. Le debo algo, aunque él no lo sabe. Me dio, a cambio de una suma de dinero insignificante, la oportunidad de vivir un momento de la historia de su país anterior a mi nacimiento, y de conocer realmente ese país suyo que yo creía conocer, por haber vivido en él y sentirlo en cierta forma mío, aunque en verdad ignoraba su esencia, es decir, todo lo que está por debajo de la superficie.
Así, yo retrocedí en el tiempo, de la mano de Pedro Vergés, y me vi caminando por El Conde, en el año 1962, cuando no era la calle deteriorada y pasada de moda que conocí el año en que llegué a Santo Domingo, 1986, sino un paseo elegante, el centro de la vida social de la ciudad.
Puedo afirmar que pasé un domingo de enero de 1987 en el bar Saint-Tropez, al final de la playa de Boca Chica, y que también estuve en esa misma playa otro domingo del año 1962, con la hermosa Yolanda, aunque ella prefería a Wilson Tejada, más bello y más fuerte que yo, y eso que ambos teníamos el mismo tamaño de bíceps, catorce pulgadas.
Yo, que levantaba pesas en el Zeus, también las levanté mano a mano con Wilson, en el gimnasio que él improvisó en la terraza de su casa. Y me encaré con el teniente Sotero, mientras compartíamos tragos, harto de sus rarezas, de su angustia, de su permanente estado de insatisfacción, y entonces le di una palmada en el hombro y le dije que espabilara, carajo, que ya estaba bien de tanta queja y tanto lloriqueo.
Sé por qué mataron al padre de Freddy, pero no lo diré. Me lo guardo para mí, del mismo modo que el autor de la novela, al redactarla, se lo guardó para él.
Del personaje más patético y entrañable del libro, la bella criada Lucila, prefiero no hablar. Me recuerda demasiado a Nancy, la criada que tuvimos en casa, el chalet al final de la 27, tras la plaza de La Bandera, que compartí con Luis Felipe y Vicente, estudiantes españoles de odontología.
Digo y mantengo ahora, con la autoridad que me da el hecho de opinar en conciencia y con cierto conocimiento, que Sólo cenizas hallarás (bolero) es, de todas las novelas escritas en el siglo XX en español, una de las mejores, y que es injusto que no ocupe en este momento el lugar de privilegio que le corresponde. Parece haber sucumbido a la misma maldición que reduce a cenizas los sueños de todos sus personajes: el fukú, el sino nefasto que acecha a los dominicanos por alguna razón, por una especie de pecado original que nadie entiende porque no existe una explicación para él, ni un modo de redimirlo.
Tuve el atrevimiento, cuando al fin me puse a escribir mi primera novela, de pensar que podría hacer algo parecido a lo que había hecho Pedro Vergés. Si él retrató el Santo Domingo de 1962, la vida de cierta juventud dominicana en ese tiempo, ¿acaso no podría yo hacer lo mismo con la ciudad que conocí en 1986, dos décadas y media después?
Mi osadía no se quedó ahí. Gracias a dos buenos amigos, pude conseguir una cita con Pedro Vergés. Mi encuentro con él fue, a la vez, catastrófico y beneficioso. Lo primero, porque, cuando mi obra aún no se había enfriado lo suficiente para que yo pudiera juzgarla adecuadamente, cometí la insensatez de ofrecerle un manuscrito que, como pude ver enseguida, tenía poco trabajo, y por lo tanto escaso valor literario. Espero que no lo haya leído.
Pero fue también un encuentro beneficioso para mí, porque no me hizo desistir de mi vocación: en vez de arrojar el manuscrito a la basura, le sacudí el polvo y me puse a trabajar de nuevo en él.
He leído, en una de las entrevistas que le hicieron cuando ganó el Blasco Ibáñez, que escribir Sólo cenizas hallarás (bolero) le costó cinco años. Para llegar a esa marca, aún me queda bastante.
Leí también que su intención era escribir una trilogía. Es obvio, cuarenta años después, que eso no ha ocurrido. Para mí, no tiene importancia. En mi lista de novelas imprescindibles, al menos dos fueron obras únicas: Pedro Páramo y Las amistades peligrosas.
No he escrito estas líneas para ganarme el favor de Pedro Vergés, ni para disculparme por el error que cometí al confiarle un manuscrito poco trabajado. Las he escrito porque se cumplen cuatro décadas del año en que Ediciones Destino, entonces la editorial más prestigiosa de España, publicó su novela, y porque la he vuelto a leer y ha sido como reencontrarme con viejos amigos a los que hace tiempo que no veía, y porque me hace sentirme como un simple aprendiz de escritor y a la vez me anima a seguir en ello, y porque espero que un día se desvanezca el maldito fukú y Sólo cenizas hallarás (bolero) ocupe de una vez por todas el lugar que se merece.