Castillo promete transformar un Perú fracturado
Pedro Castillo, con la mano derecha en la Biblia y la izquierda en alto, tomó este miércoles posesión como presidente de Perú. El maestro de escuela llevaba su característico sombrero de palma y una chaqueta azul sin cuello. Llegó al Congreso sin pisar la alfombra roja desplegada en la entrada en su honor. Allí se enfundó la banda presidencial el hijo de unos agricultores analfabetos que viven en un poblado remoto de los Andes. Los padres asistían al momento desde un palco. Castillo es, sin duda, el presidente más outsider de la historia del país. Cuando se presentó no tenía ninguna conexión en Lima, donde a menudo se decide el destino de la nación. El día que ganó la primera vuelta se despertó antes del amanecer y descendió descalzo una colina para ordeñar una vaca. Su llegada a la presidencia tiene un enorme poder simbólico.
Consciente de que muchos peruanos temían su llegada a la presidencia, Castillo lanzó un mensaje conciliador. Se dirigió a los que le han votado y a los que no. “No queremos hacer cambios por el hecho de hacerlos. Pero el Estado debe tener libertad para regular de acuerdo al interés de las mayorías. Ejecutaremos lo que el pueblo decida”, dijo durante el mensaje a la nación. Aseguró que es falso que su Gobierno vaya a expropiar empresas, un mensaje que con insistencia divulgó Keiko Fujimori y toda la élite que la apoyó durante la campaña. “La propiedad de las personas obtenida con esfuerzo está garantizada por el Estado”, aclaró. Eso sí, no renuncia a redactar una nueva Constitución e impulsar una transformación del Estado para que atienda a los sectores marginados históricamente, como los pobres y los indígenas.
Para que Castillo llegase, alguien tenía que decir adiós. Ese era Francisco Sagasti, un presidente de circunstancias después de que los dos anteriores fuesen destituidos por el Congreso. Ha estado ocho meses en el cargo. Durante el recuento electoral recibió presiones para tomar parte por Keiko Fujimori, pero Sagasti aguantó con estoicismo. A primera hora acudió a una misa en la catedral de Lima. Después se fue a la puerta del Congreso, donde caminó erguido y con la cabeza en alto. No es para menos en un país donde los presidentes acostumbran a salir por la gatera. A su paso sonaban disparos de arcabuces. En un gesto solemne se quitó la banda y la guardó en una cajita que sostenía un militar. Después se marchó a pie. Un locutor de televisión, al verlo de espaldas, dijo: “Ya camina como un ciudadano”.
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Esa misma banda debía ser la que se pusiera Castillo un rato después, pero la presidente del Congreso, enemistada con Sagasti, usó una suya que se enfundó durante toda la mañana hasta que apareció Castillo. Entre la elección de uno y otro, el poder residía momentáneamente en ella. Algo debe tener ese trozo de tela que perturba a los hombres. Fue ella, María del Carmen Alva, la que la posó en el cuerpo de Castillo, que se quitó el sombrero durante ese instante.
Desde temprano había muchas expectativas sobre el nombramiento de los ministros de Castillo. Ese momento no llegó. Pese a que estaba programado para las cuatro de la tarde, el presidente aplazó la decisión hasta el viernes. Supone retrasar el inicio del Gobierno tres días más. El entorno de Castillo lo justifica asegurando que por el pleito electoral que ha demorado tanto su proclamación como ganador no ha habido tiempo suficiente para ensamblar el gabinete. Los menos bienintencionados creen que Castillo discute todavía con Vladimir Cerrón, el dueño del partido que lo invitó a presentarse a las elecciones, la composición del mismo. Cerrón es un político de extrema izquierda, criado ideológicamente en Cuba, con simpatía por el chavismo y sus formas de gobernar.
Si ese era el temor de mucho de los peruanos, Castillo los esfumó con su alocución a la nación. “No pretendemos, ni remotamente, estatizar la economía ni llevar a cabo una política de control de cambio”, explicó. Pondrá la economía del país en manos de Pedro Francke (aunque todavía no es oficial), un profesor universitario de izquierdas respetado en Lima. Cerrón lo ha insultado en público y ha hecho todo lo posible para que no fuese nombrado ministro de economía. Aunque no lo es en absoluto, Cerrón cree que Francke es un ultraliberal.
Castillo pronunció al poco de iniciar su discurso tres palabras que entrañan un gran riesgo: “no os defraudaré”. El presidente con más similitudes con él, por el origen humilde de ambos, es Alejandro Toledo, que llegó al poder con un discurso similar en lo social y la reivindicación de los pobres. Toledo traicionó ese mensaje y acabó envuelto en casos de corrupción, como prácticamente todos los que han ostentado el poder en Perú en las últimas tres décadas. Ahí el nuevo presidente se mostró firme. “Tenemos que desterrar la corrupción, tenemos que sancionar con dureza y firmeza a los que participan en ella”.
Asomó de nuevo el Castillo de mano dura que durante la segunda vuelta se había suavizado para atraer a votantes más centrados. Dijo que expandirá por todo el país el sistema de rondas, organizaciones de campesinos que ante el abandono del Estado en sus territorios se encargaban de su propia seguridad. El problema es que ellos mismos administran justicia y castigan a los detenidos con varas y los someten a escarmientos públicos. Sobre todo en las zonas urbanas hay temor de que este modelo tan arcaico llegue a todo el país. Después, aseguró que los extranjeros que delincan saldrán expulsados del país en 72 horas. Y, algo que no se le había escuchado hasta ahora, que los jóvenes que no trabajen ni estudien harán el servicio militar. No explicó cuál es el beneficio de eso.
Prometió, además, vacunar al 70% de la población al acabar el año, crear un millón de puestos de trabajo con una inyección extraordinaria de dinero público y poner en marcha un referéndum para crear una Asamblea Constituyente que rescriba la Constitución de 1993. Castillo preguntó de forma retórica si Perú puede ser rehén eterno de algo que se escribió hace casi 30 años. “¡No!”, se escuchó a coro en el Congreso. “Muchas gracias pueblo peruano”, arrancó a modo de despedida. “¡Viva el Perú y Viva la patria!”. Después se quitó el sombrero y se lo posó en el corazón.
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