Macron se vuelca en los pueblos para tratar de conectar con el ciudadano medio
Emmanuel Macron ha entrado en campaña electoral a dos semanas de unas elecciones regionales en las que tiene poco que ganar y a un año de las presidenciales en las que, salvo que haya sorpresa mayúscula, opta a la reelección. El presidente francés se ha armado esta semana con el “bastón del peregrino”, como suele decir, en una gira por pueblos turísticos y pintorescos para “tomar el pulso del país”. Francia sale de un año de confinamientos y restricciones con una mezcla de optimismo por un verano en libertad e inquietud por los efectos económicos y sociales de la pandemia.
No es el inicio de la campaña, oficialmente, ni Macron se ha proclamado candidato, pero la gira el miércoles y el jueves pasado por el departamento (provincia) del Lot, en el suroeste de Francia, tenía los ingredientes de una gira preelectoral. No con vistas a las regionales del 20 y 27 de junio, en las que su partido, La República en Marcha (LREM), se prepara para encajar un mal resultado, sino a las presidenciales de abril y mayo de 2022. Según los sondeos, el presidente de la República se disputará la reelección con Marine Le Pen, líder del partido de extrema derecha Reagrupamiento Nacional (RN).
Para Macron, se trata de reconectar con lo que, en otras épocas, se habría llamado la Francia real, la Francia profunda, o las provincias. Ahora se habla de los territorios, palabra fetiche en la jerga política francesa que designa todo aquello que no son las grandes áreas metropolitanas.
En los próximos meses, el presidente prevé repetir las visitas de varios días a los territorios para hablar cara a cara con los votantes y proyectar una imagen de líder que escucha y que no está desconectado de la ciudadanía después de cuatro años en el poder. El método —salir de la burbuja del palacio del Elíseo y debatir con los franceses de a pie— le fue útil para superar la peor crisis política de su presidencia, la revuelta de los chalecos amarillos, que estalló entre el otoño de 2018 y el invierno de 2019. Ahora, tras la pandemia, vuelve a intentarlo.
Los territorios son muchas Francias, en realidad. La Francia rural y las de las ciudades medianas. También la que el demógrafo Christophe Guilluy bautizó como “periférica”, alejada de los nudos de comunicación y los núcleos del poder político y económico, y descolgada de la prosperidad y la globalización.
Hay, al mismo tiempo, territorios que prosperan lejos del París centralista o que viven “una forma de ruralidad feliz”, como ha dicho el presidente en alusión a las escalas del itinerario de esta semana, pueblos medievales como Saint-Cirq-Lapopie (200 habitantes) o Martel (1.600), siempre clasificados en los concursos televisivos entre los “más bellos” del Hexágono.
“El departamento del Lot es la Francia media, turística, de postal, sin fábricas que cierren, una Francia bastante estable”, analizaba en vísperas del viaje Jérôme Fourquet, director del departamento de Opinión en el instituto de sondeos Ifop y autor de L’archipel français (“El archipiélago francés”), una disección demográfica y sociológica del país que se ha convertido en una referencia citada a izquierda y derecha.
Fourquet añade: “El presidente Macron se dice: ‘Ahora vienen las regionales, pero yo marco mi propio recorrido’. Se trata de que los franceses puedan irse de vacaciones y hacer sus barbacoas en familia. Esto es lo que los franceses esperan en este momento. Después ya llegará la cuestión de si la economía crece. Ahora gestiona el desconfinamiento y aprovecha la mejora de la moral”.
La covida
Le Monde usaba esta semana, en un editorial, el neologismo covida, contracción de covid y la palabra española movida, en alusión al ambiente de euforia y creatividad en la España de los años ochenta. La aceleración de la vacunación, la reapertura en mayo de terrazas, comercios, museos, cines y teatros, y la cercanía de las vacaciones alimenta el optimismo después del largo invierno de la covid-19.
Pero Francia es un país volátil y la incógnita es saber si el buen humor persistirá después del verano o si es pasajero. “Todo coexiste en la sociedad francesa”, comenta Fourquet. “Lo que intenta Macron es llevar las cosas en el sentido de lo positivo”.
Hoy es el momento de la covida. Pero hace dos semanas dominaban los titulares sobre la inseguridad ciudadana, asesinatos de policías y los manifiestos de exmilitares hablando de ambiente de preguerra civil e insinuando la necesidad de un golpe de Estado. Este ambiente favorecía a la extrema derecha.
En las regionales de 20 y 27 de junio, el RN opta a la victoria, como mínimo, en Provenza-Alpes-Costa Azul, la región de Niza y Marsella. Y los sondeos dan a Le Pen como favorita para la primera vuelta de las presidenciales de 2022. Aunque en la segunda vuelta perdería ante Macron, el margen es demasiado estrecho como para que el presidente se confíe. En 2017, Macron obtuvo un 66% de los votos y Le Pen, un 34%. Ahora hay sondeos que pronostican un margen a favor del actual presidente de solo seis u ocho puntos.
Los macronistas intentarán relativizar el valor de las regionales como ensayo general para las presidenciales, pues dan por descontada la derrota y confían en la fortaleza del presidente. Pese a que Le Pen, embarcada en un esfuerzo por moderar su imagen, sube en los sondeos, Macron disfruta de una popularidad de en torno al 40%, superior a la de sus antecesores, el socialista François Hollande y el conservador Nicolas Sarkozy. “Si el virus le deja tranquilo”, dice Fourquet, “no está en la peor de las situaciones”.
Durante la gira por el suroeste de Francia, alguien le preguntó si sería candidato en 2022. “Es demasiado temprano para decirlo”, respondió el presidente. Pocos le creyeron.
La hora de las buenas noticias
Para Emmanuel Macron, se acabó la ingrata tarea de dar solo malas noticias: los anuncios de nuevos confinamientos y toques de queda y las cifras de contagios y muertes en ascenso. Ahora quiere dar buenas noticias y, por ejemplo, adelantar, como ha hecho esta semana en el marco pintoresco de Lot, que los adolescentes podrán empezar a vacunarse a partir del 15 de junio, o abrir la perspectiva, quizá a partir de julio, de levantar la obligación de llevar mascarilla en algunas partes del país.
No es el momento de irritar a los franceses, tras una pandemia que ha dejado unos 110.000 muertos en Francia y a las puertas de unas elecciones en las que la extrema derecha parece más cerca que nunca del poder.
Por eso Macron excluyó durante el viaje retomar la impopular reforma de las pensiones tal como la adoptó por decreto en el invierno de 2020, antes de guardarla en un cajón. “Era demasiado ambiciosa, extremadamente compleja y causaba inquietud”, admitió el presidente.
Por eso, también, ha mantenido el mensaje del “cueste lo que cueste”, el cojín en forma de ayudas públicas que ha permitido evitar el cataclismo y mantener en vida la economía durante el año largo de cierres de comercios y restaurantes, paros parciales o completos en varios sectores.
En cambio Macron defendió, un punto desafiante incluso, el rechazo a aumentar los impuestos para los más ricos. “Somos el país de la UE que recauda más. ¿Podemos sacar mucho más a los más ricos, idea que aquí adoramos? Podemos hacerlo, pero entonces se marchan y, con ellos, las industrias”, dijo en un encuentro con ciudadanos. “Me han llamado el presidente de los ricos. Me da igual”.