La extrema polarización divide Perú a una semana de las presidenciales
La próxima presidenta del Perú será la hija de un viejo autócrata o, por el contrario, el vástago de unos agricultores que no saben leer ni escribir. Esos dos mundos tan dispares colisionarán el próximo domingo en las urnas. Los candidatos a la presidencia Keiko Fujimori y Pedro Castillo entran en la recta final de la campaña casi empatados en las encuestas y en medio de una polarización política extrema que ha dividido al país de manera abrupta. Los seguidores de uno y otro ven a su contrincante como un peligro para la democracia.
Castillo, un maestro rural y sindicalista que se declara leninista y a favor de renegociar las condiciones de explotación de las empresas gasísticas y mineras, recibe los mayores ataques. Lima y las principales ciudades del país se han llenado de vallas publicitarias en las que se alerta de que con él llega el comunismo, por lo que Perú podría despeñarse por la misma ladera que Venezuela. El opositor venezolano Leopoldo López ha llegado estos días al país para hacer campaña a favor de Fujimori. La prensa, la televisión y las redes sociales lanzan continuos mensajes en ese mismo sentido.
El bombardeo surte efecto. Edimar Loreto, de 40 años, vivía en Valle de la Pascua, en Venezuela, hasta hace tres años, cuando se mudó a Lima. En este tiempo ha comprado un taxi que paga a plazos. Hace continuos viajes entre el aeropuerto y el centro de la ciudad “Si gana Castillo tendré que venderlo e irme a otro país. Venía huyendo del chavismo y me lo encuentro de cara. ¡Horror!”, se queja al volante. Por ahora no se niega a que los posibles votantes de Castillo se acomoden en su espacioso y cómodo taxi, como ocurre en otros negocios. En un hospedaje para perros en Lima, con el ostentoso nombre Perrotel Boutique, no se admiten “perros de familias comunistas”. “Por experiencia sabemos que en Venezuela, por hambre, han tenido que comerse a sus mascotas”, se lee en una publicidad que difundieron los dueños del negocio.
Castillo, de 51 años, y Fujimori, de 46, arrastran una gran cantidad de votos por el rechazo a su oponente. El voto por Fujimori es contra Castillo y lo que represente, y viceversa. Después de 20 años de guerra del Estado contra Sendero Luminoso, un grupo terrorista que se proclamaba comunista, muchos peruanos, sobre todo los que viven en zonas urbanas, siguen identificando las opciones de izquierda con la violencia. Que un grupo remanente de Sendero, ahora dedicado al tráfico de drogas y el dominio territorial, haya asesinado a 16 personas en el principal valle cocalero del Perú en medio de la campaña ha alimentado el discurso.
Esa percepción es inminentemente urbana. En regiones más rurales como Ayacucho o Junín, las más golpeadas por Sendero, Castillo tiene ventaja. El maestro rural fue durante años rondero, vigilante de pueblos que se protegen a sí mismos ante la inoperancia de la policía y que en su día enfrentaron al grupo terrorista. Castillo llevaba como arma una bizna, una especie de látigo.
“La polarización es demasiado fuerte”, resume el sociólogo Santiago Pedraglio. “Así como hay gente que cree que si gana Castillo puede haber una debacle económica, con confiscaciones, hay un sentimiento muy fuerte, que no es nuevo, antifujimorista. Hay miedo a la captura de las instituciones, con un manejo autoritario y arbitrario del Estado”. Giovanna Peñaflor, analista política y presidenta de la encuestadora Imasen, considera que esta campaña está aún más polarizada que la que enfrentó en 1990 a Alberto Fujimori y el escritor Mario Vargas Llosa. Ella cree que hay un componente más, el del racismo. “Hay una agresividad más notoria en las clases medias y altas. Por cómo habla Castillo, por lo que representa”, añade.
Keiko Fujimori aglutina mucho voto en su contra por ser hija de quien es, el hombre que gobernó el país entre 1990 y el 2000. Alberto Fujimori, de 82 años, cumple una condena de 25 de prisión por crímenes de lesa humanidad. Pero también por sus cinco últimos años como líder de la oposición en el Congreso, donde ha reinado la inestabilidad y la ingobernabilidad, en parte por sus decisiones. Además, enfrenta una acusación fiscal por lavado de activos, organización criminal y obstrucción a la justicia por la que le piden 30 años de cárcel. Rosario, una trabajadora de 47 años del norte de Lima, resume alguno de los sentimientos que la candidata conservadora despierta entre el electorado: “Parece que ya solo se presenta por la avaricia de tener el título de presidenta (es la tercera vez consecutiva) cuando ya están forrados de dinero para cinco generaciones”.
Los militares retirados también están teniendo sus dosis de protagonismo en esta recta final de campaña. El congresista de la formación ultraderechista Renovación Nacional, Jorge Montoya, anunció que presentará un proyecto de ley para impedir que “partidos comunistas” participen en las elecciones. El almirante retirado ha alentado la idea de que es posible un fraude electoral a favor de Castillo, y en un comunicado que firmó con más de 50 ex altos mandos de las fuerzas armadas plantea que hay “sospecha de que pudiera estarse concibiendo un fraude electoral”. Los militares agregan -falsamente- que ha habido “gran cantidad de armas de guerra y municiones escondidas” en casas alquiladas en Lima, supuestamente por gente cercana a Castillo, una versión que también han divulgado en Twitter miembros del grupo ultraconservador denominado Coordinadora Republicana. Sugieren que una derrota de Castillo llevaría a sus seguidores a tomar las armas, algo sobre lo que no hay ninguna prueba.
La victoria puede que se decida por un puñado de votos, nada nuevo en Perú. En un país sin una estructura sólida de partidos no extraña que un candidato casi desconocido hasta hace dos meses, como es el caso de Castillo, consiga en la primera vuelta un buen resultado aliándose con una formación de provincia y minoritaria y se plante en la segunda con serias opciones de llegar a la presidencia. Según la última encuesta de Ipsos, Castillo aventaja a Fujimori en un 2,2% (51,1 frente al 48,9). Dado el margen de error se puede hablar de empate técnico. En el equipo del maestro, sin embargo, confían en que esa distancia sea mayor porque creen que las encuestadoras no registran con previsión el voto en las zonas rurales y los Andes, donde Castillo tiene más tirón.
Aunque sea casi un desconocido. No da entrevistas y en sus mítines, en un mismo día, puede sostener una cosa y su contraria. Su campaña la hizo él mismo recorriendo todo el país a la manera de López Obrador o Evo Morales. El perfil de quién es en realidad este sindicalista que durante mucho tiempo militó en el partido del expresidente Alejandro Toledo, una formación mucho más centrada, lo traza su contrincante. 0 incluso el hombre que lo acogió ahora en su partido, Perú Libre, un neocirujano y exgobernador llamado Vladimir Cerrón. Alguien más cercano a la izquierda populista Latinoamericana que tanto asusta a una parte del electorado.
La polarización se contempla desde el asiento trasero del taxi de Edimar Loreto en hora punta, en un atasco en Lima. “Sin respeto a la inversión privada no hay empleo. ¡Libertad!”, se lee en un espectacular a un lado de la carretera. Más allá, sobre el retrato de unos balseros: “Cuba, pobreza, muerte, miedo, desesperación”. No mencionan a ningún partido ni a ningún candidato de forma directa, ni falta que hace.