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Una ola de denuncias de abuso y acoso sexual descubre la herida del Me Too en Venezuela

Una ola de denuncias de abuso y acoso sexual descubre la herida del Me Too en Venezuela

Una ola de denuncias de abuso y acoso sexual descubre la herida del Me Too en Venezuela
Un grupo de mujeres protesta contra la violencia de género en Caracas, en noviembre de 2020.Ariana Cubillos / AP

“Todas las mujeres tenemos algo que contar”, escribía el jueves en su cuenta en Twitter la poeta venezolana Yolanda Pantin. Era un colofón al doloroso deslave de denuncias de víctimas de abuso y acoso sexual y violaciones vivido en las redes sociales en los últimos días, que quitó el telón a una crisis que ya no cabe debajo de la alfombra de las otras urgencias de la Venezuela ahogada en el autoritarismo de Nicolás Maduro, la pobreza y la precariedad. Cuatro años después de que el movimiento Me Too expuso al poderoso productor de Hollywood, Harvey Weinstein, la ola del feminismo llega a un país que cultiva el machismo con disimulo bajo la supuesta premisa de la madre jefa del hogar echada para adelante. Músicos, actores, directores de teatro, escritores, tenores, políticos, periodistas han sido señalados la última semana de cometer abusos y otras violencias. El movimiento parte de una herida abierta en centenares de relatos, en la cancelación de los señalados, casi todos separados de sus lugares de trabajo, y también en el suicidio de uno de ellos, el escritor Willy McKey.

La bola de nieve comenzó con el cantante de la banda de rock caraqueña Los Colores, Alejandro Sojo. Al menos seis mujeres han denunciado que las acosó para tener relaciones sexuales cuando eran menores de edad —de 14, 15, 16 y 17 años—, siendo él mucho mayor que ellas. Los relatos han estado siendo recabados a través de la cuenta de Instagram @alejandrosojoestupro, que refiere al término con el que antiguamente se reconocía el delito de abuso sexual de menores bajo un supuesto consentimiento, que queda viciado en el contexto de una relación desigual en la que el abusador es una persona mayor, con una superioridad cognitiva y herramientas de poder para controlar a la víctima.

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La insistencia abusiva para tener sexo, el grooming, el envío de fotografías de sus penes no solicitadas, la violación de adolescentes que estaban ebrias, la manipulación desde posiciones de poder y una cadena de víctimas en torno a cada abusador son una constante en los relatos que han inundado Twitter. Tony Maestracci, de la agrupación Tomates Fritos, fue señalado por una joven que lo conoció en el Cusica Fest, un concierto que reunió a casi toda la movida del rock nacional en 2019. A través de unos amigos terminó coleándose como fanática en el after party del concierto, donde se embriagó. Maestracci le ofreció que se fueran del lugar. “Estaba muy ebria, no sabía mucho de mis acciones, pero recuerdo bien lo sucedido. Me llevó a su cuarto, y luego desperté desnuda, teniendo flashbacks de él encima de mí desnudo”, escribió desde la cuenta @chellesoy.

Las denuncias trascienden el medio musical. Andrea González señaló en un video en Instagram a Juan Carlos Ogando, uno de los fundadores de Skena, un conocido grupo teatral juvenil que funciona en un colegio de Caracas. Conductas inapropiadas, toques fuera de lugar y comentarios sexuales fueron confirmados como un patrón por otras víctimas, todas menores de edad y él cerca de los 50 años. Bajo el anonimato, Pía denunció el caso que ha tenido más resonancia. Cuando tenía 16 años e intentaba iniciarse en la escritura y el teatro, el escritor Willy McKey entabló una relación con ella, intentando crear una especie de “mentoría” intelectual. Terminó teniendo relaciones sexuales con la adolescente, siendo 20 años mayor que ella. McKey reconoció lo sucedido, confesó haber cometido estupro y pidió perdón a sus víctimas en tres comunicados colgados en su cuenta de Instagram, lo único que queda después de que decidió borrar todo el contenido previo. Otras mujeres también dijeron haber sufrido su acoso. Les pedía fotos y, a veces, encubría el abuso con promesas de conectarlas en el círculo profesional en el que se movía. 24 horas después de su confesión, McKey se lanzó desde el piso 9 de un edificio en Buenos Aires, ciudad donde residía hace varios años con su pareja.

Yo te creo

“El único recurso que tenemos las venezolanas somos nosotras mismas y las redes sociales”, dice la comediante Paula Díaz en una videollamada con la cantante Laura Guevara. Ambas emigraron a México hace unos años y desde allá, con otras amigas del medio artístico, se juntaron desde las primeras denuncias para crear el movimiento Yo Te Creo Venezuela. La red está encauzando las aguas turbias de los últimos días, con la intención de convertirse en un soporte para que las mujeres no se enfrenten solas al desgastante proceso emocional, físico e incluso económico que implica sobrevivir a un abuso. Ambas han sido víctimas en el medio tan masculino en el que se mueven, y tienen entre sus amigos a varios de los denunciados en esta oleada del Me Too.

Dicen que viviendo en México han visto con cierta frustración el avance de la lucha feminista en ese país. “Estos temas en Venezuela siempre han sido arropados por otras urgencias. Es un anhelo que todas tenemos de dejar de normalizar tantos abusos encubiertos”, comenta Guevara. “Hemos decidido hablar de nuestros propios dolores y volvernos receptoras de esas mujeres porque nos sentimos responsables de llevar su mensaje”.

La lucha, reconocen, es de largo aliento y tiene desafíos particulares en Venezuela. “El desbalance del poder es un problema cultural gigante que ha sido alimentado y reproducido por hombres y por mujeres. Esto no es un movimiento de mujeres versus hombres”, señala Guevara. “Todos tenemos que responsabilizarnos sobre cómo hemos nos hemos relacionado, cómo hemos actuado cuando hemos tenido posiciones de poder. Esto tiene que ver con el país y con las dinámicas del abuso que se repiten en todas las escalas”.

Masculinidad e impunidad

Abrieron un correo y un formulario para recibir denuncias. El canal ya está saturado de mensajes, por lo que buscan armar un voluntariado con psicólogos, abogados y especialistas en género que pueda revisar los casos y emprender denuncias formales. La búsqueda de justicia para evitar la impunidad en delitos que se pagan con cárcel es otro punto flaco de la lucha en Venezuela y su laberíntica crisis institucional y política. “El estallido que hay en redes sociales es una evidencia de que no hay un Estado que responda”, sostiene Guevara.

El jueves, el fiscal Tarek William Saab rápidamente se montó en las tendencias de la plataforma Twitter —convertida en un estridente y descarnado tribunal digital— y dijo en unos tuits que iniciaba “una cruzada por las mujeres” con la apertura de investigaciones contra algunos de los músicos, un comediante, el escritor y dos periodistas. Algunos han perfilado en esta medida una intención de persecución política, y no una verdadera respuesta institucional a la violencia de género.

La impunidad arropa a nueve de cada 10 delitos que se cometen en Venezuela. Desde 2015 no se publican cifras oficiales sobre violencia contra la mujer y los casos de feminicidios vienen en aumento. En 2019 asesinaron a 167 mujeres; en 2020 a 256, una cada 38 horas, según la ONG Utopix. El Estado venezolano no ha cumplido los mandatos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de Linda Loaiza, sobreviviente de secuestro, tortura, violación y violencia sexual que, luego de ser revictimizada por jueces de tribunales venezolanos, alcanzó justicia en esta instancia internacional 17 años después, siendo el primer caso que de género que se procesa en esta instancia.

Para la psicóloga social y criminóloga Magaly Huggins, con 40 años en la lucha feminista, lo que ha ocurrido esta semana es un hito importantísimo. Dice sentirse orgullosa de pasar el testigo a las nuevas generaciones. “Hay que darle trascendencia y presionar por la justicia. No podemos aceptar la impunidad”, asegura. “Una cosa buena de todo lo que ha pasado es que se está generando el rechazo colectivo, porque estas cosas no pueden seguir ocurriendo”, agrega Magdymar León, de la Asociación Venezolana para la Educación Sexual Alternativa.

Hackear el sistema de las masculinidades dominantes es una tarea por delante y es algo en lo que insisten tanto Huggins como las activistas de Yo Te Creo. “Los hombres que quieren ser parte del cambio deben revisar su historia afectiva, cómo se comunican con sus hermanas, en redes, con sus parejas, con otros hombres”, apunta Guevara. “Los hombres tienen que tener la posibilidad de escoger otros roles. Y todo comienza desde esa cantidad de información que les meten en la cabeza de niños cuando les preguntan ¿cuántas noviecitas tienes?”.

En 2018, Paula Díaz fue atacada en un estacionamiento por un hombre que intentó estrangularla. Al denunciar a las autoridades se encontró con preguntas como ‘¿Será que estabas saliendo con el marido de otra?’. Sufrió hostigamiento para dejar de denunciar y no tuvo respaldo de su entorno laboral. “No hay instituciones que garanticen la seguridad y la justicia, ni que generen conciencia en la población. Hay una sociedad que nos culpa, nos revictimiza y nos hace callar”, apuntan las jóvenes. A los meses del ataque decidió emigrar y se buscó un lugar seguro de trabajo entre mujeres.

En 2019, Laura Guevara viajó a Venezuela a pasar las navidades con su familia. En una reunión con sus amigas del colegio, en una burbuja de clase media, todas se reconocieron como víctimas. “Me encontré con estas historias: ‘Mi abuelo se masturbaba conmigo’, ‘Mi tío me tocaba’, ‘Mi primo me violó’. Todas hemos vivido estas mierdas, porque esto es una práctica sistemática y no es posible que nadie estuviera hablando de esto”.

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