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Carpentier, cubano a la cañona

Carpentier, cubano a la cañona

Carpentier, cubano a la cañona

Con su acento afrancesado, según los testimonios de quienes le conocieron, y el arrastre de las erres tan acentuado que nunca logró variar, al cubano de su época le costaba mucho creer en la sólida cubanía del gran escritor. La Fundación que lleva su nombre ha dado cariz oficial al ya añejo runrún. Alejo Carpentier Valmont no nació en la calle Maloja, de La Habana Vieja, como afirman todas sus biografías, sino en la ciudad suiza de Lausana. Ni siquiera Graziella Pogolotti, ensayista y crítica de arte, que ha escrito unos largos apuntes biográficos sobre “Los misterios de Carpentier” pudo abrir puertas para dar con el enigma. La que sí lo supo siempre fue Lydia Cabrera, la narradora y etnóloga, autora de “El monte” y “Cuentos negros de Cuba”. Ella siempre le llamó del modo correcto, Alexis, que ahora oficialmente Cuba acepta como su nombre real. Lydia, al igual que Lezama Lima, detestaban a Carpentier.

El cuentista Sergio Chaple (“Usted sí puede tener un Buick”, 1969), recopiló en 2009, diez años antes de su muerte, el epistolario entre Carpentier y el historiador y periodista José Antonio Fernández de Castro, donde se insertó, por primera vez en Cuba, el documento probatorio de la verdadera identidad y nacionalidad del brillante novelista, nacido en 1904 en la referida ciudad suiza, situada a orillas del lago Lemán, donde vivió, probablemente (este dato aún no queda claro) hasta los seis o siete años de edad, cuando se produce el viaje de sus padres a Cuba en busca de fortuna, como afirman los investigadores. Por firmar un documento de intelectuales contra la dictadura de Machado, Alejo tuvo necesidad de cambiar de nacionalidad y acreditarse como cubano para evitar que lo expulsaran del país. La historia, ocurrida a inicios de los años treinta, quedó oculta y se fue esfumando poco a poco, a medida que Alejo se introducía en la cultura cubana y ocupaba posiciones diplomáticas que, como la de agregado cultural en la embajada de Cuba en Puerto Príncipe, en 1943, inspiró su leída novela El reino de este mundo, que fue la que le dio fama como novelista, pues anterior a este suceso literario era conocido como periodista, musicólogo, promotor cultural y guionista de dramas bélicos y de biografías de grandes figuras históricas en la CMQ. Posteriormente, Carpentier residió en Caracas por catorce años entre los cuarenta y cincuenta, y en lo que se conoce como su ciclo venezolano nacieron sus grandes novelas: Los pasos perdidos, El acoso y su obra fundamental, El siglo de las luces. Durante su estancia en Caracas, fue cuando se conoció en Venezuela la televisión, en 1953 –un año después de que Petán Trujillo la estableciera en República Dominicana- y entonces Carpentier, que laboraba en la radio venezolana, se integra a la producción de programas de televisión y al periodismo en El Nacional, al tiempo que es un activo contertulio de peñas literarias junto a grandes escritores y políticos de Venezuela como Mariano Picón Salas, Juan Liscano, Ángel Rosenblat, Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva y Rómulo Betancourt. Antes de toda esta historia suya, vivió once años en París, entre 1928 y 1939, etapa de la cual Armando Raggi afirma que se conoce poco de lo que hizo allí. El misterio vivo.

Pero no fue ni Sergio Chaple en 2009, ni CubaDebate, en este 2021, los que descubrieron la verdadera identidad y nacionalidad de Alejo Carpentier. CubaDebate lo admite en la información divulgada: fue Guillermo Cabrera Infante, en 1998, hace veintitrés años. Según el autor de Tres Tristes Tigres, Alejo se construyó su propia biografía y en ella afirmaba que era hijo de un francés y de una rusa que emigraron a La Habana en 1902 y que él nació en la capital cubana en 1904, dos años después. Decía que se crió en el campo, y Heberto Padilla acostumbraba señalar que fue lechero en Alquízar, un municipio que entonces pertenecía a La Habana y que hoy corresponde a la provincia Artemisa, creada apenas en 2011. Aunque iba y venía –desde Francia, Haití y Caracas- Carpentier regresa formalmente a La Habana a mediados de 1959.

Cabrera Infante reveló en Vidas para leerlas que un día le llegó un fax anónimo con la copia facsímil del certificado de nacimiento de Alejo Carpentier, emitido en Suiza. En ese documento se anotaba que el 26 de diciembre de 1904 había nacido en Lausana, Suiza, un niño a quien llamaron Alexis, hijo de Georges Julien, de nacionalidad francesa, nacido en Marsella y domiciliado en Bruselas, y de Catherine Blagooblasof, natural de Rusia. Se desvelaban –escribió Cabrera Infante- “las múltiples y sucesivas invenciones de Carpentier por ser Alejo”. ¿Quién hizo la investigación y la divulgó por fax? Se supo luego de la muerte de Carpentier en 1980. Fue su anterior mujer, llamada Eva Frejaville, una francesa que se establecería en Los Ángeles. Eva visitó un día a la madre de Alejo (o Alexis) y en medio de la conversación ella escuchó decir a la señora: “¡Cómo nevaba el día que Alejo nació!”. Eva, que era entonces la esposa de Carpentier, se quedó sorprendida, pero calló. Nunca, que ella recordase, había nevado en La Habana. Siguió su vida hasta que se divorció de Alexis (o Alejo) y se fue a París a investigar sin resultado alguno, y luego a Suiza donde dio con la partida de nacimiento. Cabrera Infante, enfant terrible, sentenció: “Alejo murió creyendo que había burlado a todos. Pero no hay una Eva que, expulsada del Paraíso, no lo sepa todo de Adán”. Alejo Carpentier era, realmente, Alexis Julien Blagooblasof, francés-ruso nacido en Suiza. Muchos lo supieron desde entonces, todos callaron, hasta que CubaDebate puso en claras las cosas y aceptó la partida de nacimiento que le llegara a Cabrera Infante y que publicó para toda Cuba Sergio Chaple en el 2009, que ahora es cuando termina, doce años más tarde, de aceptarse oficialmente. Fue un verdadero viaje a la semilla.

¿Qué es lo realmente importante, aparte de la anécdota natal? La destacada obra cubana del novelista, cuentista, ensayista, crítico literario, periodista, musicólogo y hasta libretista de ópera. Hace setenta y dos años nació El reino de este mundo, una novela sobre la revolución haitiana donde empleó, por única vez según Cabrera Infante, su teoría de lo real maravilloso, que no tiene ningún punto de coincidencia con el realismo mágico. La etiqueta no fue usada jamás en sus otras novelas. Pero, vendrían Los pasos perdidos (1953), El acoso (1956), El siglo de las luces (1962), El recurso del método (1974), La consagración de la primavera (1978), y antes, y después, la música cubana, que llevaba dentro hasta su muerte. Su obra es eminentemente cubana, es propiedad de Cuba y su rica literatura. Y es, en gran medida, patrimonio mundial de la cubanía y del universo literario. Es lo que queda. Es lo que quedará. Solo que Cuba acaba de abrir el debate y la literatura también se cubre de estos pormenores. Carpentier, cubano a la cañona, fue título del texto donde Cabrera Infante divulgó lo que Lydia Cabrera conocía de viejo y lo que tantos cubanos aseguraban a la chita callando desde hace decenios. Alexis fue un Carpentier que legó una obra tan vasta y maravillosa como el real dominio de su historia personal. El resto es bufanda para algunos inviernos.

Otros grandes escritores cubanos no nacieron en la isla. Cintio Vitier nació en Cayo Hueso, Florida. Pablo de la Torriente Brau, en San Juan, Puerto Rico. Fayad Jamis en Zacatecas, México. Graziela Pogolotti en París.

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