Terror en el tráfico
Hola, Cucharita, ¿cómo te fue en Semana Santa?
—Filósofo Vitriólico, me vacuné temprano y el Miércoles Santo salí de solaz hacia la montaña. Me devolví cerca de Bonao para no perecer atropellado por uno de esos misiles de alto poder explosivo que circulan por la carretera en forma de autobuses, patanas y vehículos de doble cama.
Cuéntame, ¿qué pasó?
—Esto se ha salido de madre. Al regreso escuché las sentidas y solidarias palabras del presidente de la República indignado por el asesinato de una pareja de maestros en Villa Altagracia, a manos de una patrulla policial. Cerca de ahí por poco y me matan a mí también.
Dime qué ocurrió, por favor.
—A eso de las 11.30 a. m., antes de llegar a Pedro Brand, me pasó por el lado un autobús de una compañía de La Vega que si no me echo a un lado me tira a la cuneta. Iba a velocidad endiablada, rebasando en zigzag de un carril a otro.
¡Qué peligro! Lo más grave es que los autobuses van cargados de pasajeros. No hay respeto.
—A eso se agrega que poco antes de llegar al peaje hay un paso a nivel situado frente al recinto de la Primera Brigada del ejército, donde ocurren accidentes a diario, mortales.
Cucharita, se anunció que van a cerrar esos cruces. Son males viejos. Requieren de remedios nuevos. ¿Ocurrió algo más?
—Antes de llegar a La Cumbre venía detrás de mí una patana cuyo conductor estaba desesperado por rebasar. No portaba carga ni había sitio para que adelantara. Entonces optaba por pegar un bocinazo estridente a los vehículos que iban delante, aceleraba y amenazaba con tirársele encima, o intentaba ocupar el carril de al lado a sabiendas de que por ahí circulaba otro vehículo. Aquello era propio de una película de terror.
¡Ah! Ya veo. Un kamikaze.
—Enculillado saqué los brazos por la ventana y le hice señas para que se tirara a su derecha, que es por donde debería transitar. ¿Para qué fue eso? Se pegó a mi vehículo con intención de atropellarme. Por suerte, se hizo un espacio delante y pude despegarme. Por el retrovisor veía al misil que venía con velocidad endiablada detrás de mí. Pude dejarlo atrás porque encontré espacio para hacerlo.
Cometiste un error, Cucharita. Buena parte de esos choferes no tiene formación ni criterio. Manejan vehículos que valen una millonada. Sus propietarios merecen ser amonestados. No se ocupan de advertirles las reglas de comportamiento en carretera. Algunos son truculentos.
—Lo reconozco, pero como si lo dicho fuera poco, decenas y decenas de camiones, incluyendo los tanqueros cargados de combustibles, circulaban, ya fuere en paralelo, otras veces por la izquierda, tratando de rebasar, poniendo en peligro a todos los que andaban por esos lugares. Era tal el desorden, sin autoridad que impusiera las reglas, que decidí regresar, rumiar mi desesperación. Es un milagro que no haya habido una pila de muertos en las carreteras.
Escucha. Hay que apoyar al presidente, tanto en su indignación por el mal uso de la fuerza policial contra ciudadanos indefensos, como en la tarea de poner orden en las carreteras donde mueren día a día dominicanos, a veces a causa de la temeridad, otras por la permisividad de las autoridades a cargo del tránsito. Es como si se hubieran desentendido de sus responsabilidades.
—Profesor Vitriólico, con generalidades no se llega a puerto.
Concretaré algunas sugerencias para vehículos pesados de carga. Primero, establecer un horario entre 9 pm a 5 am para que circulen en carreteras y ciudades. Segundo, prohibir que las patanas anden por carreteras de montaña o por vías estrechas.
—Profesor Vitriólico, para empezar, no estaría mal.
Sigo. Tercero, exigir formación especial a los choferes de vehículos pesados y autobuses. Cuarto, poner multas fuertes y detener a los que anden por el carril izquierdo, salvo necesidad imperiosa. Quinto, terminar de cerrar los cruces a nivel existentes en las llamadas autopistas. Sexto, endurecer los requisitos para obtener licencia de conducir. Séptimo, iniciar una fuerte y sostenida campaña de concientización a los conductores. Octavo, adiestrar a los agentes de tránsito y sancionar a los que incumplan sus obligaciones. Noveno, tapar los hoyos profundos que se observan en algunas vías. Décimo, eliminar los vidrios entintados que ocultan las malas intenciones.
—¿Algo más?
La experiencia indica que la gradualidad no funciona. Los pellizcos molestan y no previenen. Las reformas hay que acometerlas de un solo plumazo, bien pensadas, con contundencia. La población, cansada del desorden, las apoyará.