Un ejército de voluntarios apuntala el frente y la retaguardia en Ucrania
Un cigarrillo rubio entre los dedos y un café americano. El chaleco antibalas, el casco y el botiquín en el maletero de su furgoneta. Es todo lo que necesita Oleksandr Humanyuk, de 38 años, para su misión: ir a Kupiansk, una de las ciudades en la provincia de Járkov bajo intensos bombardeos rusos, evacuar a siete personas que han pedido ayuda y volver para contarlo. Pone su vida en riesgo casi a diario, y lo hace porque quiere. No es su empleo, es su modo de vida elegido por convicción: “Las personas están hechas para las personas. Evacuar significa sacar a alguien de un universo moribundo y traerlo a un mundo aún vivo. Un voluntario es como un rayo de esperanza para un evacuado. Cualquiera que haya sido un rayo así quiere más y más”, argumenta Humanyuk.
Como este voluntario, miles de civiles en Ucrania regalan su tiempo, su dinero, y se enfrentan a la amenaza de morir a diario porque quieren ayudar a su país a resistir ante la invasión de Rusia. El coste es muy alto: al menos 422 personas han muerto en estas labores, según las estimaciones del Centro de Derechos Humanos Zmina, que está documentando todos los casos desde el 24 de febrero de 2022.
Zmina publicó el pasado diciembre el primer informe que pone nombres, apellidos y rostro a 121 voluntarios civiles muertos en guerra, incluyendo activistas y periodistas. El 1 de enero de 2025 tuvieron que sumar otro: Pavlo Matviets, de 23 años, alcanzado en un bombardeo en Jersón cuando realizaba una entrega de alimentos y kits de higiene a víctimas de los ataques rusos. Tetiana Pechonchik, directora de la organización, adelanta que este mes de enero van a publicar un nuevo recuento, el de civiles que pasaron a realizar voluntariados en el ámbito militar. Y que han contado más de 300 muertos. “Sabemos que hay más que murieron en territorios ocupados, pero no hemos podido verificar la información al no estar allí”, advierte.
Una de las víctimas de esta guerra fue Irina Tsibukh, miembro del Batallón Paramédico de Hospitalarios, que murió el pasado 30 de mayo cuando regresaba de una evacuación cerca de Járkov. Le quedaban dos días para cumplir 26 años y es uno de los nombres que figurará en el próximo informe de Zmina. Su caso fue sonado porque era muy activa en redes sociales, en las que hacía campaña para que se crearan políticas adecuadas para conmemorar a quienes fallecían en el frente.
Tsibukh se ofreció como voluntaria para unirse a los Hospitalarios después de que comenzara la invasión, aunque desde 2014 había servido en varias rotaciones. “Nunca quise estar en una guerra”, decía en una entrevista a Elle Ucrania, revista en la que su rostro fue portada. “No soy una persona que haya soñado con trabajar como paramédica, pero la agresión rusa me obligó a defender a mi país”, aseguraba.
En noviembre de 2023, el presidente Volodímir Zelenski le entregó la medalla de la Orden del Mérito por su trabajo. En junio, durante las celebraciones por el día de la Constitución, la volvió a condecorar, esta vez a título póstumo, con la Orden del Valor. Tsibukh tenía más de 19.000 seguidores en su Instagram, que tras su muerte han aumentado a más de 24.000. El homenaje que se celebró en su honor en la plaza del Maidán de Kiev fue multitudinario.
Los voluntarios en Ucrania no pueden ni siquiera contarse, no hay registros porque pertenecen a organizaciones de toda clase, algunas oficiales, otras oficiosas. Las estimaciones que maneja Pechonchik pertenecen a una encuesta realizada en 2023 por la Fundación Iniciativas Democráticas Ilko Kucheriv, que reveló que un 68% de los ucranios consultados afirmaron haberse sumado a la ayuda voluntaria.
No perciben remuneración alguna por su trabajo, que es anónimo la mayoría de las veces. No se les ve, pero la labor que desempeñan es inmensa. “De hecho, como registrados, solo hay unas 1.000 personas”, acota Pechonchik, pues la mayoría echa una mano por cuenta propia, sin pertenecer a ningunas siglas.
La labor de los voluntarios ucranios abarca todas las necesidades que puedan surgir en un país en guerra, y algunos son tremendamente arriesgados, como el que realizaba Irina Tsibukh y realiza Humanyuk. Este hombre menudo de pocas palabras fue boxeador en otro tiempo. Cuando estalló la guerra, decidió utilizar su furgoneta para evacuar de los pueblos más castigados a quien lo pidiera. Con su pequeña organización, bautizada como Rosa en la Mano, calcula que desde febrero de 2022 han salvado a no menos de 14.000 personas.
Las amenazas son múltiples: un ataque de dron al vehículo durante el trayecto, un bombardeo aéreo con algún artefacto mucho mayor, como le ocurrió a Oleg (prefiere no dar su apellido), cuando participaba en una evacuación con su furgoneta, en los primeros meses de la invasión. Se topó con un tanque enemigo que les apuntó a él y al coche de un amigo suyo que también transportaba desplazados. Oleg tuvo los reflejos para mover su vehículo tras el muro de una parada de autobuses cercana. “El tanque disparó y mató a todos los pasajeros del otro coche. Nosotros salvamos la vida, pero me reventaron los tímpanos. Me queda un 3% de audición en el oído derecho y un 30% en el izquierdo”, asevera, señalando sus audífonos.
Humanyuk también se juega la vida de maneras inimaginables. El pasado octubre, cuando esperaba a una anciana que necesitaba ser evacuada en una zona en disputa entre Ucrania y el ejército enemigo, un soldado ruso no le detuvo por los pelos. “Coge a la gente y márchate. No intentes volver”, le amenaza, según se escucha en el vídeo que tuvo la sangre fría de grabar. Entre los casos recogidos en el informe de Zmina, hay víctimas de desaparición forzada que murieron en cautiverio ruso tras haber sido torturados.
Es en ciudades frecuentemente atacadas, como Járkov o Zaporiyia, donde resulta indispensable otra clase de voluntarios, como Hanna Zavoloka, de Prolinska, una de las ONG más conocidas de Járkov. “Oficialmente, lleva registrada una década, pero existe desde hace 18 años”, dice orgullosa esta mujer, que se unió en octubre 2022. “Soy una persona muy activa y estaba harta de observar la situación y no hacer nada”, esgrime. Empezó ayudando al dueño de una lechería que quería donar lácteos. Zavoloka ahora se encarga de la primera respuesta de emergencia a víctimas. “Me dedico a esto mucho más de ocho horas al día, sobre todo, cuando hay un bombardeo, que entonces son todas las que haga falta”, afirma. Y si hay que ir al frente, se va. “Soy consciente de los riesgos, mi marido fue militar y no soy una mujer de oficina”, concluye.
En la víspera del Año Nuevo, las mujeres enterradas en el cementerio militar de Lviv apenas se cuentan con los dedos de una mano. Pero entre el mar de tumbas, 360 desde que la invasión rusa empezó a dar víctimas, la que más flores, banderas y visitas tiene es la de Irina Tsibukh.
Tras su muerte, la familia difundió una carta que ella había dejado preparada, adelantándose a su fatal destino: “Hoy, todo ha quedado atrás. Mi vida ha terminado, y para mí era importante vivirla con dignidad: ser honesta, amable y cariñosa. Hoy trabajamos para héroes, y es una gran oportunidad para reafirmar tus valores: ser esa persona de verdad”, reza la misiva.
Las familias desean que no se la recuerde por su muerte, sino por su vida y su mensaje: ella insistía mucho en la labor de los voluntarios, reclamaba que se valorase su esfuerzo altruista, que los caídos a consecuencia de la guerra fueran justa y honrosamente reconocidos. “Cuando publicamos el informe, los familiares nos dijeron que para ellos es muy importante que sus seres queridos no sean olvidados, que la gente recuerde su valentía y su sacrificio para que su muerte no haya sido en vano”, recalca Pechonchik.
Siete meses después de la muerte de Tsibukh, su madre, Oksana, sigue visitando su tumba a diario y ocupándose de que las flores siempre estén frescas y todos los obsequios que sus admiradores y allegados le van dejando se vean impolutos. La mujer no duda en limpiar con una toallita húmeda una diminuta mancha que detecta en uno de los floreros y luego recoloca un arreglo de bolas y adornos de Navidad que puso a los pies de la tumba al inicio de las fiestas. Según termina, se acerca otra mujer. Era compañera de Tsibukh en el Cuerpo de Hospitalarios y ha viajado desde Yitómir para visitarla y honrar su recuerdo. Ambas se acaban de conocer, pero se abrazan en un gesto de dolor compartido.
Tal y como reivindicaba Irina Tsibukh, Pechonchik sostiene que el trabajo de los voluntarios es crucial. “Muchos ciudadanos han ayudado a escapar a gente del infierno, y quienes fueron asesinados eran nuestra mejor gente de la sociedad civil; tenemos que preservar su memoria y recordar el servicio que prestaron”, elogia.