Una ciudad flotante para los 150.000 evacuados por los incendios de Los Ángeles
Rodrigo Espinosa salió de su casa junto con su familia la tarde del martes, cuando las llamas del incendio Palisades comenzaban a arrasar el oeste de Los Ángeles. Llegó a un hotel en Beverly Hills. Con el paso del tiempo comenzaron a llegar más y más personas. Todas huían del fuego. “No dejaba de llegar gente. Coche tras coche, familias enteras, niños y sus peluches…”, recuerda. La barra del hotel se convirtió en el lugar de los lamentos. Allí conoció a un hombre que ya sabía entonces que lo había perdido todo. “Su familia estaba a salvo, pero le remordía no haber sacado más cosas de su casa. Estaba devastado, con la mirada perdida”, añade. Lo único que Espinosa pudo hacer por él fue invitarle a la margarita que se estaba tomando. Ninguno de los dos ha regresado a su casa desde el martes.
Los incendios de Los Ángeles, que ya han dejado 11 muertos y han arrasado 14.000 hectáreas, mantienen también al menos a 153.000 personas fuera de sus casas. Algunos porque la han perdido y otros porque no han podido volver a las residencias, ubicadas dentro de los perímetros de seguridad delineados por las autoridades. El número de evacuados ha fluctuado rápidamente desde el martes. Tras cuatro días, hay zonas que han dejado de estar bajo la alerta de evacuación forzosa y otros barrios que entran en esas áreas amenazadas por el avance del Palisades y el otro gran foco, el de Eaton, en la región de Pasadena y Altadena, al este.
En el Centro de Convenciones de Pasadena se encuentra uno de los albergues acondicionados por el Ayuntamiento para auxiliar a los desplazados. Este va creciendo y especializándose con los días. El inmenso pabellón era la mañana del miércoles un caos de evacuados tratando de buscar un hueco, comida o una camilla para dormir. Se había profesionalizado al máximo dos días más tarde, con carpas médicas y espacio para cargar teléfonos, mesas con ropa de todas las tallas y otras tantas con artículos de higiene personal, zonas para niños con payasos que hinchaban globos y hasta una pequeña biblioteca.
Lisa Derderian, portavoz municipal de Pasadena, explica que son 1.200 las personas que han buscado refugio en el albergue, y muchas más las que acuden a diario a solicitar ayuda o comida, pero también atención sanitaria de emergencia, física o mental. En todo el condado, la empresa AirBnb también ha contribuido dando alojamiento de corto plazo a unos 25.000 evacuados.
El director de servicios comunitarios de Pasadena, Koko Panossian, cuenta que la población que acude al centro es la más vulnerable: gente que lo ha perdido todo y no puede permitirse segundas residencias ni hoteles. “La noche del martes al miércoles fue muy, muy dura”, asegura Panossian. “Se evacuó a muchas personas y ya empezaron a venir voluntarios y trabajadores municipales. Hubo compañeros cuyas casas ardieron mientras estaban aquí, ayudando”, relata emocionado.
En Westwood, un barrio pudiente del oeste de Los Ángeles, la Cruz Roja administra otro de los principales refugios para el Palisades, el fuego que se ha tragado 5.000 edificaciones en Pacific Palisades y Malibú. “Estamos un poco por debajo de la capacidad máxima, que es de varios cientos de camas”, señala Nicole Mall, portavoz de la organización. El centro, dice, ayuda a las víctimas de forma inmediata, proveyéndoles de cama, agua y alimentos. “La gente llega y aquí puede decidir si pueden irse a pasar unos días con algún familiar o amigo o a un hotel”, añade Mall.
La comunidad solidaria acude con pizzas, bagels y ropa para donar. Incluso el propio Batman trae ayuda. El actor Michael Keaton, protagonista de la película del héroe de los cómics, arriba al lugar vestido con gorra y lentes de sol. Antes de que alguien lo reconozca, deja sobre el suelo bolsas del supermercado con alimentos y pañales y se marcha por donde vino.
La Cruz Roja agradece el gesto, pero indica que ya tiene todos los recursos físicos que necesita. “Si la gente quiere tener un impacto en todo esto, las dos formas más rápidas son hacer un donativo económico o hacerse voluntario”, explica la portavoz, algo que se repite en otras zonas: en Pasadena ocurre igual, y también en el punto de recogida de donaciones instalado en la zona de West Hollywood. Una cafetería ha pedido donaciones y se han visto sobrepasados por las donaciones. “Más ropa no, por favor”, grita Ethan, de 21 años, mientras embala cajas y sigue recibiendo botellas de agua y comida para perros.
El recién elegido senador por California Adam Schiff también estuvo el viernes por la zona escuchando a la gente del albergue. Shell, una de las desplazadas por el Palisades, se le acercó al político. “Ni siquiera sé qué pedir, ¿por dónde empiezo si lo he perdido todo?“, le dijo la abogada de 53 años. La letrada, especializada en propiedad intelectual, estaba pasando por un mal momento cuando llegó el incendio a arrebatarle lo poco que tenía.
En Los Ángeles las celebridades pueden estar a menudo donde la política tradicional no llega. “Somos los primeros en llegar y los últimos en irnos”, cuenta el chef español José Andrés, quien saltó de una camioneta para ayudar a cocineros y repartidores de la organización World Central Kitchen, que se desplegó a las afueras del albergue de Pasadena. Contó con la ayuda de la actriz Jennifer Garner, que entrega burritos, platos de pasta o mandarinas del huerto de Montecito de Enrique de Inglaterra y Meghan Markle a quien las quiera.
“Por desgracia, Los Ángeles es un lugar en el que, en los últimos 15 años, hemos respondido muchas veces. Tenemos equipo y actuar para nosotros es rápido”, explica José Andrés a EL PAÍS. La comida que entregan puede hacer la diferencia. “Vamos controlando: a veces llega gente a ayudar que mañana no regresa. Sucede que hoy necesitas 5.000 comidas pero mañana 10.000”.
Guillermina García, de 58 años, llega al centro de Pasadena en busca de comida. Hace más de 30 años salió de Jalisco (México) para vivir en California en una casa que ya no existe. La mujer arrastra un carrito de plástico cargado de mascarillas, y del brazo lleva a su hijo Carlos, de 18 años y en el espectro del autismo. No puede evitar romper a llorar cuando recuerda que el fuego le ha arrebatado su vivienda de décadas en Altadena y la de su hija Brenda, de 29, y con dos hijos, quienes también han perdido su hogar. “Se las llevó el aire y la lumbre”, lamenta. Por ahora, junto al marido de Brenda y un tercer hijo, duermen los siete en un apartamento prestado de un solo cuarto. “Vamos a salir de esta, claro que sí”, cuenta entre lágrimas. “Vamos a volver a empezar”.