Cien años de soledad: la serie, Toma 1
Fue necesario que pasaran años, tal vez décadas, para que los amigos de aquella parranda roquera de los sesenta nos diésemos cuenta que nunca fueron todos los de nuestra generación, ni todos los jóvenes, mayores, menores o de igual rango de edad, que vivimos con pasión las señales y el regocijo de Los Beatles, por ejemplo. Que fue una inmensa minoría la que, por nuestros predios, conocimos la historia y casi ayudamos a escribirla desde nuestros andamios de epifanía y algazara. Por eso, quedan tan pocos a nuestro alrededor con quien celebrar aquel motín de a bordo. Ni entre los amigos que nos preceden en la edad, ni en los que cursan nuestra misma biografía, ni mucho menos entre los que, aunque cercanos, son más jóvenes. Los muchachos de Liverpool nunca le dijeron nada.
Lo mismo pasa con Cien años de soledad. Han debido pasar años, tal vez décadas, para entender que no todos leyeron la obra del Gabo, sino que también muchos, seguramente, la leyeron a medias o a tres cuartos, y lo que si lo hicieron la olvidaron. Hace tanto tiempo, ya. A lo mejor solo recuerdan algunos vallenatos como los de Rafael Escalona o Nelson Velásquez, que se hicieron famosos contando la historia.
La novela es probable que llegara en reedición a nuestro país entre 1968 y 1969, y no me queda claro ese episodio. Yo era aldeano, aún. Leímos sí aquella edición de Sudamericana, de la E invertida, que no puedo determinar quién la obtuvo, y fue pasando de mano en mano, con la advertencia de leerla en cinco días. Cuando pudimos adquirir, en la entonces librería Santiago, de Santiago de los Caballeros, un ejemplar propio, con toda certeza ya estaba cerrando la década. Y fue cuando la leímos sin apresuramientos. Con el tiempo vendrían otras relecturas, hasta llegar a la número cinco, si no he contado mal, que abordé cuando se dio la noticia de que en diciembre llegaba la serie sobre la novela que nunca el Gabo quiso que se llevara al cine, rechazando algunas ofertas en esa dirección. Pero, sus hijos pensaron otra cosa. Y no hicieron mal, como creímos al principio. En una entrevista que le hice en 1990, Juan Bosch me confesó que había leído 21 veces «El Quijote». Es demasiado. Ya no deseo volver más a la historia completa de los Buendía y de Macondo. Con las tantas anotaciones y subrayados me basta para llegar adonde desee y regresar a la memoria episodios que uno tal vez cree imborrables pero que sí, se escapan. Nunca Cien años de soledad fue una novela de fácil lectura, como han de afirmar algunos. Ni tampoco de esas que se dicen se leen de un tirón. La escritura gozosa, dramática, de metáforas salvajes, nunca parecidas a nada anterior, de García Márquez, no se puede leer sin regresar a ella hasta más de dos veces para poder agarrar su explicación y aprehender su belleza. Una sola lectura, o una lectura confiada en el pasado, sin hacer un nuevo registro de la memoria, puede resultar fatal al momento de poner visión y expectación en la oferta macondiana de Netflix.
Cada lector, valga decirlo, crea su propio imaginario de una novela, cualquiera que esta fuese. Nadie piensa a Macondo o a sus personajes del mismo modo. Puedo recordar cómo imaginé a Macondo, al coronel Aureliano, a Úrsula, a Melquíades y a José Arcadio, por ejemplo, en la lectura más reciente que hice en noviembre pasado. Pero, sería un error afirmar que fue el mismo ambiente y los mismos personajes como los dibujé en mi memoria en anteriores lecturas. Eso revela que nadie tiene en su cabeza al mismo Macondo que yo pensé, ni se imagina al mismo Aureliano como yo lo imaginé. Por más explicaciones que pueda absorber de la narración del Gabo, nunca podré imaginarla como él la diseñó, pues hasta el linaje de los Buendía, que aquellas primeras ediciones de la novela traían al final en un mapa que ayudaba a la comprensión de la historia y a no perdernos entre tantos familiares, se nos reburujan en el cerebro y a veces no sabemos a cuál de ellos se refiere un hecho específico. Cien años de soledad fue siempre, aunque muchos o no lo advertimos, o quisimos hacer gala de conocimientos falsos, una novela compleja.
Por esa razón, aceptar o no la serie que Gonzalo y Rodrigo, los hijos del Gabo, acordaron con Netflix, dependerá de cómo recuerdas la narración y sus distintos episodios, y cómo te imaginaste que sería Macondo o Amaranta o Remedios, la bella. Si no nos desprendemos de ese imaginario individual, que solo cada quien posee, porque nadie puede pensar por otro, es lógico que lleguemos prejuiciados a la serie de la conocida plataforma, cuya dirección fue encargada a un argentino, autor del guion general, Alex García López, con una filmografía respetable, y a la colombiana Laura Mora, ganadora de Concha de Oro en San Sebastián.
Antes del estreno de la serie de ocho episodios de «Cien años de soledad«, Netflix alentó el avispero presentando la versión fílmica de la célebre novela del mexicano Juan Rulfo, Pedro Páramo. A diferencia de la novela del Gabo, «Pedro Páramo» tuvo dos intentos fracasados anteriores, al ser llevada al cine, la primera con guion de Carlos Fuentes, y la segunda ¡del propio Rulfo! Ninguno de los dos dio pie con bola. El público no quedó satisfecho. No era ese el «Pedro Páramo» que imaginaron, en su ambiente y en sus personajes. Cuan distintos son, eso ya lo sabemos, el cine y la literatura. A veces se acierta y en ocasiones hasta se supera la visión literaria. En otras muchas, la visión cinematográfica desmorona la historia y nadie queda a gusto. Esta tercera versión estuvo corriendo por festivales y por México, aunque por poco tiempo y en unas pocas salas, desde septiembre, pero el gran público la pudo degustar cuando Netflix la entró a su catálogo en los primeros días de noviembre, y cuando ya todo estaba listo para estrenar en un mes la esperada serie basada en «Cien años de soledad«.
El filme de «Pedro Páramo» tiene guion de un laureado cineasta español, Mateo Gil, y está dirigido por Rodrigo Prieto, un director de cine mexicano que entre otros honores carga encima el de haber trabajado con Martin Scorsese, Oliver Stone, Spike Lee, Pedro Almodóvar y Alejandro González Iñárritu. Como si el objetivo de Netflix fuese que el público se dedicase a comparar las versiones para cine de «Pedro Páramo» y «Cien años de soledad«, el asunto se ha logrado a plenitud. No hay amigo, amiga o contertulio que, al desechar la una, elogie la otra («A mi me gustó más, Pedro Páramo«). Y es que no hay punto de comparación. Lo digo y redigo. Si el Gabo no quiso nunca que se llevara al cine su novela -él, que bastante de cine sabía, aunque tal vez no tanto como Carlos Fuentes y Rulfo- era porque estaba seguro que ese mundo, con sus batallones de Buendía y sus hojarascas, no era posible transcribirlo, describirlo y retratarlo fielmente, por sus múltiples filamentos, ángulos, armaduras y anagramas familiares inverosímiles. ¿Y cómo se va a plasmar todo eso en el cine? Era una misión imposible. ¿Solo Hollywood podía hacerlo? El Gabo nunca quiso ver ese estruendo. Hollywood no llegaba a tanto. Pedro Páramo es una estupenda novela. Una de las novelas más icónicas del siglo XX, cambalache. Pero, es cuasi una historia lineal. Si Fuentes ni el propio Rulfo pudieron con el engendro cinematográfico es porque, digo yo, cada uno tenía su propia Comala y su propio Juan Preciado en su imaginación. Uno porque lo registró a su manera, y el otro porque fue su creador y sabía del lugar y de los personajes mejor que nadie. Y no funcionaron las pruebas. Ni los autores saben a veces cómo descifrar sus enigmas creativos. Pero, ahora se partió de la propia visión de un guionista español, que tuvo que escuchar muchos pareceres de veedores mexicanos, para crear la locación y los personajes desde su propio regadero memorioso. Y ya ven. Ciertamente, un magnífico logro, con una cinematografía de calidad incuestionable, el rol protagónico del mexicano Manuel González-Rulfo, familia del autor por demás, y una aceptación que bordea el cien por ciento de los espectadores. ¿Cómo comparar la puesta en escena de la novela de Rulfo y la del Gabo? No hay posibilidad alguna. La desmesura de «Pedro Páramo» no es igual a la descomunal y casi inabarcable «Cien años de soledad«, que no cabe en un filme solitario sino en un serial que no sabemos aún cuantos episodios habrá de tener.
La producción de «Pedro Páramo» nos dejó entusiasmados. Preparó el terreno para lo que vendría un mes más tarde y casi en plena Navidad. Yo no tardé en ver a Comala en vivo, pero estuve tentado a no ver a Macondo, mostrado por primera vez fuera de mi propia imaginería y de la de los demás. De hecho, tardé una semana en abrir Netflix. Cuando pude verla, ya no la solté. Pero, eso es materia para otro episodio.
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PEDRO PÁRAMO Y EL LLANO EN LLAMAS
Juan Rulfo, Planeta, 1984, 249 págs. Pedro Páramo lleva el dolor mexicano a su forma más universal, trascendiendo -sin olvidarla- la historia real.
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EL GALLO DE ORO
Juan Rulfo, Alianza Era, 1982. 149 págs. Junto a otros textos para cine, este volumen recoge el guion inédito de «El gallo de oro», infielmente llevado a la pantalla por Roberto Gavaldón en 1964.
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EL MUNDO MÍTICO DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Carmen Arnau, Ediciones Península, 1975, 134 págs. La escritora catalana invita al lector a aventurarse en el universo de Macondo, el mundo mítico del novelista, a fin de descubrir toda su riqueza, complejidad y sugerencias.
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ANÁLISIS DE CIEN AÑOS DE SOLEDAD
Jose Luis Mendoza, Editorial Panamericana, 2003, 201 págs. Un libro didáctico destinado a profundizar en los conocimientos de la obra de García Márquez. Empero, la belleza de la novela y sus secretos solo pueden ser conocidos mediante una lectura directa y personal.
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EL ARTE DE LEER A GARCÍA MÁRQUEZ
Juan Gustavo Cobo Borda, Editorial Norma, 2007, 306 págs. Reunión de textos sobre la obra del Nobel colombiano de 24 escritores, entre ellos Gerald Martin, Alexis Márquez Rodríguez, Sergio Ramírez, Noé Jitrik, J. M. Coetzee, Carlos Monsiváis, John Updike, Anthony Burgess y Juan Bosch.