La ejemplificadora frase de Hugo Cabrera: «Para servirle»
Ocurrió en 1977.
Él caminaba por la línea central que divide la cancha de baloncesto. En este caso, era una de las abiertas del Centro Olímpico Juan Pablo Duarte.
Mientras él avanzaba, yo me desplazaba por la grada y me era casi increíble que lo pudiera ver de cera.
Tenía entonces 11 años.
Antes de llegar a la mitad de la línea central grité su nombre como si fuera anunciado en el Palacio de los Deportes. Así dije: “Hugo Cabrera”.
Giró sobre sus pasos y me respondió: “Para servirle”.
Quedé impactado. Inmóvil. Pulverizado. Sin palabra. Boquiabierto. Sin reacción alguna, más que ver a ese atlético jugador de un deporte que amo. Imaginen, un tipo de atleta de ese nivel en la cumbre del Everest, el Kilimanjaro o el volcán Mauna Kea, fijarse en un infante que se atreve a interrumpirlo. Él terminó la efímera conversación con una sonrisa y se retiró a sus labores en el campamento de baloncesto, que organizó para entonces la Golf and Western. De ahí surgió mi hermano, Freddy –El Pollo- Sánchez. Y precisamente Hugo fue su “coach”.
Se trataba de una de una figura cimera. Imaginen a un niño de mi edad de entonces frente a Jordan, Magic, Bird, Jabbar, LeBron, Kobe, Curry. No es para menos.
De esa manera se produjo mi primer encuentro con el que luego sería inmortal del deporte dominicano.
El tiempo avanzó y por 18 años perdí todo contacto cercano a Hugo. Hasta que lo vi en 1994, siendo entonces entrenador de San Lázaro y en 1995, de coach de San Lázaro, junto a Héctor Báez, su amigo y hermano, también fallecido.
Ya para entonces era periodista y poco a poco los lazos entre “El Inmenso” y este servidor se fueron estrechando, al punto que las conversaciones telefónicas o personales se extendían más allá de lo que podría pensar.
Le recordé el hecho de 1977. Y le comuniqué que de ahí en adelante a cada llamada telefónica o si alguien menciona mi nombre y estoy de espaldas, la respondo lo aprendido “para servirle”.
Esa historia se la repetí en par de ocasiones. Me dijo que aprendió eso de alguien todavía más humilde, don Cheché Arias, fallecido ya, el primero de la delegación de Centrobasket 1977 en fallecer. Era el masajista del equipo. Pepe Ronzón lo atestiguó, Arias siempre estaba dispuesto para servir.
En determinado momento en 2003, mi teléfono celular timbró. Y una voz algo familiar me dijo, “sí, ¿Carlos Sánchez?” y le respondí, “para servirle”. Entonces se identificó, era el propio Hugo que de alguna manera encontró mi número para marcarme. Hugo llamándome a mí, que debo estar en el puesto 10 millones de los jugadores de baloncesto si existiera un ranking que llegara hasta ese número.
El pasado martes 30 de marzo, me resultaba cuesta arriba ver que asistía al funeral del espigado jugador que una vez vi fuerte, radiante, pero lleno de humildad en 1977, de paso su año que lo inmortalizó por ser el pilar de la medalla de oro del Centrobasket 1977.
Ver tantas legendarias figuras despidiéndolo el pasado martes en el cementerio, como Eduardo Gómez, Vinicio Muñoz, Evaristo Pérez, Aldo Leschorn, Manolito Prince, Miguel Pepe Rozón, Georgie Suncar, que lo acompañaron en la cancha, como amigos y rivales. Todos llorando la partida de su amigo y líder. El que aglutinaba el equipo. Una vez, Héctor Báez me dijo que cuando Hugo era el mejor del país, era el primero en llegar a los entrenamientos. Felipe Payano, Soterio Ramírez, uno de sus primeros entrenadores en el baloncesto distrital, Fernando Teruel, entre otros acudieron a despedir a Cabrera.
Siempre dispuesto para servir. Lo atestiguan jugadores de la estirpe de Vinicio y Soterio Ramírez, incluido mi hermano “El Pollo”. Y yo también.
“Carlos, uno aprende del más humilde de las personas”, me confesó Hugo, en una conversación sobre el tema, que surgió de una frase que marcó toda mi vida. Y aún lo hace.