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Donald Trump, presidente de EE UU por anticipado

Donald Trump, presidente de EE UU por anticipado

Era una ocasión para la alta política. La espectacular ceremonia de reapertura de la catedral de Notre Dame en París reunía a algunos de los principales líderes mundiales, dispuestos a no perderse uno de los grandes acontecimientos del año. Donald Trump estaba en su elemento. Inmediatamente antes del festejo se reunía con los jefes de Estado de Francia, Emmanuel Macron, y Ucrania, Volodímir Zelenski, para tratar sobre todo acerca del futuro de la guerra en Ucrania. Más tarde, ya en la catedral, charlaba con el presidente polaco, Andrzej Duda; estrechaba la mano del canciller alemán Olaf Scholz, sonreía a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Era el gran protagonista, el hombre a quien todos querían saludar. En segundo plano quedaba la representante oficial de la Casa Blanca, la primera dama, Jill Biden. Su esposo, el presidente Joe Biden, había sido invitado, pero optó por permanecer en Washington.

Faltan aún seis semanas para su investidura, el 20 de enero, y el presidente electo estadounidense ya se comporta cada vez más como si estuviera en el poder, muy especialmente en el escenario internacional. Desde París, descartaba en las redes sociales que Estados Unidos vaya a participar en los acontecimientos en Siria. “EE UU no debería verse metido en esto. No es nuestra lucha. Dejemos que se resuelva solo, ¡no nos impliquemos!”.

Hasta el momento también ha exigido al grupo radical palestino Hamás que ponga en libertad a los rehenes israelíes en Gaza antes de su jura del cargo o “pagarán un precio muy caro”. Ha despachado a su enviado para Oriente Próximo, Steve Witkoff, para conversaciones con Israel y Qatar sobre Gaza: “Hemos recibido mucho aliento de la Administración entrante para lograr un acuerdo antes incluso de que el presidente tome posesión”, declaraba el sábado el primer ministro catarí, Mohamed Bin Abdelrahman al Thani. Ha amenazado a los países BRICS contra los planes, aún muy vagos, de crear una moneda común que intente rivalizar con el dólar. Y ha adelantado que bloqueará los planes de compra de la acerera estadounidense US Steel por parte de la japonesa Nippon Steel.

Su anuncio de que impondría aranceles del 25% contra México y Canadá y el 10% a China por el tráfico de fentanilo desencadenó una llamada de la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, y una visita relámpago del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, a la residencia en Florida de Trump, Mar-a-Lago. Mientras tanto, su predecesor demócrata va quedando cada vez más en un segundo plano.

Un solo presidente

La tradición, la Constitución y los cargos de cada Administración saliente en Estados Unidos repiten lo mismo en cada transición de poder en el país: que siempre hay un solo presidente responsable de tomar decisiones. Antes de la investidura, cualquier presidente electo tiene que limitarse, al menos en teoría, a preparar su desembarco y componer su equipo de Gobierno.

Pero, desde su claro triunfo electoral, el republicano ya se maneja como si estuviera en ejercicio. Sus declaraciones, sus nombramientos y los titulares que ha acaparado han dejado en la sombra la gestión en las últimas semanas de un Biden en un ocaso político y físico más que evidente. La visita del aún inquilino de la Casa Blanca a Angola, su primera y última visita a África, pasó esta semana desapercibida casi por completo, la mayor parte de la atención hacia él centrada en el indulto a su hijo Hunter. Lo mismo había ocurrido diez días antes, durante su asistencia en las cumbres de la APEC en Perú y del G-20 en Brasil: en Río de Janeiro, la ausencia de Biden en la foto oficial, a la que llegó con retraso, fue toda una imagen de su participación.

El presidente electo de EE UU, Donald Trump (derecha) junto al de Ucrania, Volodímir Zelenski (izquierda), y de Francia, Emmanuel Macron (centro)Christian Hartmann (REUTERS)

Trump, mientras, anunciaba su visita a París; intervenía por sorpresa en la presentación del mundial de clubes que se celebrará en su país en 2025, en un acto en el que el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, le presentaba ya como el “presidente de EE UU”, sin la apostilla de “electo”.

Incluso su equipo de transición comenzaba a presumir de “promesas cumplidas”. En un comunicado de prensa esta semana, alardeaba de que a un mes y medio de la toma de posesión, Trump ya “está asegurando nuestra frontera” con sus amenazas a México y Canadá sobre el fentanilo y la inmigración irregular, y “ambos países ya se comprometieron a tomar medidas inmediatas”. También atribuye al presidente electo que Irán no llegara a responder al ataque de Israel contra su territorio en octubre, y sostiene que gracias a él “se han acelerado las negociaciones para poner fin a la guerra en Gaza y a la guerra de Rusia en Ucrania”.

Dado lo extenso y complejo de los procesos de transición presidenciales en Estados Unidos, no es raro que un líder electo se pronuncie sobre sus proyectos una vez que comience a ejercer, o empiece a interesarse por los asuntos que va a heredar: Dwight Eisenhower viajó a Corea antes de su investidura en 1953 para ver con sus propios ojos si esa guerra (1950-1953) se podía ganar.

Y lo habitual es que la Administración saliente tenga al tanto a sus sucesores, con mayor o menor detalle, de sus pasos en los puntos calientes internacionales, o incluso le pida su colaboración: ante el estallido de la crisis financiera a finales de 2008, el Gobierno de George W. Bush trató de persuadir a Barack Obama de que ejerciera su influencia como senador para ayudar a aprobar una ley de protección de activos; el entonces presidente electo declinó. También ha habido excepciones graves: el Gobierno de Eisenhower no llegó a comunicar al bisoño John F. Kennedy la existencia de un plan para invadir Cuba, lo que acabaría siendo la intentona en la bahía de Cochinos.

Pero el comportamiento dominante de Trump durante la transición es insólito, apunta Barbara Perry, codirectora del programa de Historia Presidencial Oral en la Universidad de Virginia. “Las normas y las tradiciones existen por algo”, agrega. “El Tribunal Supremo determinó en 1936 que la intención de la Constitución, y los fundadores de la nación que la escribieron, era que el país hablara con una sola voz sobre política exterior, y que esa voz fuera el presidente”, explica.

Una de las razones para evitar la injerencia de un presidente electo es el riesgo de que sus actos desencadenen algún tipo de consecuencia perjudicial, que abriría toda una serie de cuestiones sobre su responsabilidad. “Si, por ejemplo, a raíz de las amenazas que ha proferido contra Hamas, este grupo decidiera ejecutar a los rehenes que quedan vivos, ¿a quién responsabilizamos?”, matiza.

En parte, la situación se genera por la personalidad dominante de Trump y el hecho de que ya haya sido presidente durante cuatro años (2017-2021). “Sus votantes le eligieron para que fuera el elefante en la cacharrería, así que les gusta que se esté comportando de ese modo”, opina Perry. Y en parte, se debe también a la propia debilidad física y política de Biden.

“Existe la percepción de un vacío entre los estadounidenses a causa del declive físico y mental de Joe Biden, la derrota de su reemplazo Kamala Harris e incluso ahora el indulto de Hunter Biden. Donald Trump está llenando ese vacío”, considera la experta.

Una pantalla frente a la catedral de Notre Dame en París muestra imágenes de la reunión entre Donald Trump y Emmanuel Macron.
Una pantalla frente a la catedral de Notre Dame en París muestra imágenes de la reunión entre Donald Trump y Emmanuel Macron.Kevin Coombs (REUTERS)

La Administración Biden no ha hecho comentarios sobre el comportamiento del presidente entrante. Algunas de las intervenciones de Trump han ayudado a resolver problemas: su reunión con Ron Dermer, uno de los asesores del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, ayudó a lograr el acuerdo de alto el fuego en Líbano. La Casa Blanca se ha limitado a reiterar una y otra vez su disposición a cooperar para que el traspaso de poder sea lo más eficaz posible. “El presidente ha sido consistente acerca de que lo que quiere es que todos nosotros en la Administración hagamos todo lo que podamos para facilitar una transición profesional y ordenada, y urgimos al equipo entrante que dé los pasos necesarios para permitirlo también desde su lado”, declaraba el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, la semana pasada.

El momento de la verdad para Trump llegará a partir del 20 de enero, cuando el “elefante en la cacharrería” al que alude la profesora Perry quedará completamente libre de poner en marcha sus promesas de poner el sistema patas arriba. Entonces se verá hasta qué punto quiere, o puede, cumplirlas.

De momento ese mismo sistema que quiere dinamitar ya ha enviado alguna señal de que no le será tan fácil destruirlo: su seleccionado original para el Departamento de Justicia, el congresista Matt Gaetz, tuvo que renunciar ante la resistencia de los diputados y entre rumores de supuestas relaciones sexuales con menores. Su propuesta para encabezar el Departamento de Defensa, el presentador de la cadena Fox Pete Hegseth, lucha por salvar su candidatura entre alegaciones de problemas con la bebida y abusos sexuales.

Son unos problemas que pueden continuar en el futuro, dado el escaso margen con que cuentan los republicanos en el Capitolio: en el Senado, 53 contra 47. En la Cámara de Representantes es aún menor: 220 escaños frente a 215. “Su mayoría en el Congreso es muy reducida. No está claro que los republicanos vayan a poder mantener su disciplina de partido en apoyo del presidente”, apuntaba Jay Rosengard, profesor de Política Pública de la Universidad de Harvard, en una videoconferencia este jueves.

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