Sentido de responsabilidad colectiva
Nuestra idea de la falta y la responsabilidad está profundamente influenciada por el cristianismo, especialmente a través del concepto del pecado original. Este principio establece que nacemos con una culpa heredada, un déficit moral que debemos asumir desde lo más íntimo de nosotros mismos. Perspectiva que, además de metafísica, moldea una ética de la responsabilidad personal que marca la vida privada: uno es responsable de sus acciones, forzoso reflexionar sobre sus errores y, en última instancia, procurar el perdón y la redención. Castigo incluido.
Sin embargo, siempre me ha parecido intrigante cómo esta concepción, tan central en la vida privada, parece diluirse en el ámbito público. En lo colectivo, y sobre todo en espacios de poder e influencia, el sentido de responsabilidad suele desvanecerse. Las instituciones y los actores públicos no operan bajo el mismo imperativo de asumir errores y la consiguiente enmienda. Se busca desviar culpas, minimizarlas o incluso borrar cualquier huella de culpabilidad. ¿Reforma fiscal?
Me inquieta esta desconexión. Mi impresión es que en la esfera pública predomina una lógica estructural que facilita la disolución de la culpa en esquemas impersonales. Las decisiones se fragmentan, las responsabilidades se diluyen, y el yerro deviene «falla del sistema» y de nadie. A diferencia de la vida privada, donde hemos aprehendido cristianamente el hábito de mirar hacia dentro, lo público opera bajo una lógica externa que justifica el error y no lo asume. Creo que esta brecha nos interpela como ciudadanos y seres pensantes. Necesitamos construir una ética pública más coherente, donde lo personal y lo colectivo coincidan en un punto de encuentro. Similar a la vida privada, lo público también necesita su propia pedagogía del arrepentimiento, y del castigo como enmienda.