Erdogan aumenta su distancia con Europa
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, sigue dando pasos que le alejan de la Unión Europea, a cuya puerta llamaba con insistencia no hace mucho tiempo. “¡No hay otro partido como este no solo en Turquía sino en el resto del mundo!”. Las proclamas de Erdogan resonaban el pasado miércoles tras ser nuevamente elegido por aclamación líder de su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) en el séptimo congreso ordinario de la formación islamista, durante el que dedicó buena parte de sus intervenciones a cargar contra la oposición. Habló sin mascarilla, si bien ya vacunado, ante miles de seguidores que atestaban las gradas del pabellón deportivo Ankara Arena, adonde habían llegado desde todos los rincones del país pese a que Turquía se halla inmersa en una tercera ola de infecciones por la covid-19 (unos 30.000 casos al día). El tono del discurso era el del político que busca la reelección, aunque el mandato de Erdogan no expira hasta 2023.
Sus recientes decisiones de retirar a Turquía de la convención europea contra la violencia machista, despedir al gobernador del Banco Central, Naci Agbal, e iniciar el proceso de ilegalización del principal partido kurdo han levantado duras críticas de la oposición y en el exterior. No son pocos en Bruselas los que consideran que estas medidas han sido una provocación, en unos momentos en los que la UE ofrece una nueva oportunidad de entendimiento a Ankara. Sin embargo, los expertos opinan que eso es lo que busca Erdogan: atizar la polarización para evitar que, tras casi 20 años en el poder, se erosione su base de apoyo debido a la mala situación económica, quizás con la vista puesta en unas elecciones anticipadas o en un referéndum para aprobar una nueva Constitución. “Erdogan cree que ya no puede expandir la base de apoyo de su partido. En el pasado lo intentó, por ejemplo con el proceso de paz kurdo, pero no le salió bien”, explica el politólogo Berk Esen, de la Universidad Sabanci: “Estas medidas que crean polarización están destinadas a consolidar su actual base de apoyo. Es una estrategia común a los autócratas de derechas”.
El AKP de Erdogan ha ido perdiendo votantes progresivamente: del 50% obtenido en las elecciones de noviembre de 2015 pasó al 42,5% en las elecciones de 2018 y, actualmente, se halla en un 37% según la media de una treintena de encuestas de los últimos tres meses. El apoyo a su socio en el Gobierno, el partido de extrema derecha MHP, también decae y la intención de voto de toda la oposición supera a la de los partidos de la alianza gubernamental. “La diferencia es todavía pequeña y la coalición gobernante aún puede darle la vuelta. Si empieza a crecer esa diferencia, entonces Erdogan lo tendrá más difícil”, sostiene Özer Sencar, director de la empresa demoscópica MetroPoll. “En nuestras encuestas mensuales, la opinión pública es pesimista. El 60% cree que la situación del país va a peor y solo un 20% que está mejorando. Pero, aun así, la población todavía no ve a la oposición como una alternativa de gobierno mejor”, añade.
La salida de la Convención Europea para la Prevención de la Violencia Doméstica y contra las Mujeres, más conocida como Convención de Estambul, decretada por el presidente el pasado fin de semana, surgió de un debate artificial, como muestra el hecho de que hasta hace unos meses, buena parte de los turcos (entre el 46% y el 52%, según la encuesta) desconocía el contenido de este tratado. Y, de entre quienes lo conocían, la mayoría era contraria a salir de la convención.
Sin embargo, varias congregaciones religiosas y el periódico ultraislamista Yeni Akit iniciaron una campaña y convencieron al Gobierno de que el instrumento atacaba los valores de la familia tradicional. “La Convención de Estambul, originalmente dirigida a promover los derechos de las mujeres, ha sido secuestrada por un grupo de personas que tratan de normalizar la homosexualidad, lo cual es incompatible con los valores sociales y familiares de Turquía. De ahí la decisión de retirarnos”, justificó Fahrettin Altun, director de comunicación del Gobierno turco, si bien la única mención al tema en el tratado es que los derechos y obligaciones que impone deben serlo “sin distinción de orientación sexual”. Lo mismo ha ocurrido con las protestas que, desde enero, se producen en las universidades contra la imposición de rectores por parte de Erdogan —por las que sigue habiendo decenas de detenciones— y que la narrativa gubernamental ha convertido en una guerra cultural sobre el colectivo LGTBI.
La represión contra el HDP, el principal partido prokurdo de Turquía y el tercero con más escaños del Parlamento turco —miles de cuyos militantes están en la cárcel acusados de terrorismo y contra el que la Fiscalía ha abierto un proceso de ilegalización—, tiene como objetivo contentar a su aliado de la extrema derecha nacionalista, cree el politólogo Esen, así como atraer a los votantes de un partido opositor nacionalista, el IYI Parti, dirigido por una dirigente política en auge, Meral Aksener. Por contra, se arriesga a alienar definitivamente a los kurdos, casi una quinta parte la población del país y entre los que el AKP es el segundo partido más votado.
Desde la Unión Europea no pocos consideran una provocación que se tomasen estas medidas solo unos días antes del Consejo Europeo en el que, tal y como proponía el alto representante para política exterior, Josep Borrell, se ofreció una “agenda positiva”, en lugar de optar por las sanciones que reclaman países como Francia, Chipre y Grecia. Una fuente diplomática europea sostiene que “Ankara ha dado señales de desescalada, ha retirado sus barcos de aguas griegas y chipriotas en el Mediterráneo oriental y ha iniciado contactos con Atenas”. La misma fuente, que prefiere mantener el anonimato, añade: “El miedo es que si rompemos con Turquía, se aleje definitivamente de la democracia y de la UE. Pero hay un grupo de países que le tienen ganas a Turquía y, desde luego, estas medidas que alejan al país de los valores europeos no ayudan. Veremos si en el próximo Consejo Europeo de junio se le aplican sanciones”.
Estrategia a corto plazo
“Erdogan ya no piensa a largo plazo, sino que vive semana a semana. Este mes, por ejemplo, se ha garantizado que no haya sanciones europeas. Eso le basta”, opina Berk Esen: “En su discurso ante el congreso de su partido, que iba a ser un manifiesto hacia 2023 [centenario de la República y año electoral], no había ninguna propuesta concreta, ningún plan, quizás con excepción a la mención de ‘aumentar el número de países amigos’, lo que indica que quizás reduzca su retórica antioccidental y busque un compromiso en sus contenciosos con EE UU”.
“Cada mes, preguntamos a la gente por cuáles son los principales problemas del país. Y el 60% menciona como problema principal el desempleo, las dificultades para llegar a fin de mes u otras cuestiones de índole económica. La justicia, la democracia, son temas que van muy por detrás mientras haya problemas económicos”, afirma Sencar. De ahí, la reciente expulsión del gobernador del Banco Central, el tercero en 20 meses. Pese a haber estabilizado una lira en caída libre lo hizo con un alto coste: elevar los intereses hasta el 19%. Erdogan querrá bajarlos y forzar una burbuja de crédito barato que dé una sensación de crecimiento como ocurrió en 2020, cuando el PIB turco se incrementó un 1,8% a pesar de la pandemia. Sin embargo, también se incrementó el desempleo, especialmente entre los sectores más pobres, y el crecimiento no benefició a los trabajadores.
Aunque Erdogan y el MHP han aplacado los rumores sobre un adelanto electoral, la oposición cree que podría haber comicios en otoño. “No tendría mucho sentido adelantar las elecciones porque supondría echar a la basura los dos años de mandato que le quedan al presidente. Pero cuanto más tarde en convocarlas, más incrementará la oposición sus posibilidades de ganar”, cree Berk Esen: “Así que si Erdogan se ve con suficiente fuerza para ganar y logra aprobar un cambio de la ley electoral que le beneficie, habrá elecciones anticipadas” sentencia.
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