Una primera lectura a las memorias de Melania Trump: escasas revelaciones, odio a la prensa y una literatura naif
Era la noticia del día en EE UU, pero ha estado lejos de ser el boom del día. Este martes 8 salían a la venta las memorias de Melania Trump, el libro homónimo llamado Melania, de la editorial SkyHorse. Decir que la expectación era máxima es llegar muy lejos. El lunes por la tarde, el librero experto en novedades de Book Soup, una gran librería de Sunset Boulevard, en Los Ángeles, se sorprendía de que la biografía saliera ya: “¿Mañana? ¿Ya? Pues no tenemos nada… Mañana tendremos 12 libros en otra de nuestras librerías, pero aquí… Nada”, afirmaba, mirando un puñado de cajas que se acumulaban, sin un solo Melania dentro. La recepción por parte de otras grandes webs tampoco ha sido ardiente: Amazon la situaba en el quinto puesto de novedades (por detrás de una biografía de Kamala Harris o las recién llegadas memorias póstumas de Lisa Marie Presley), y el gigante Barnes&Noble la tercera en no ficción. Expectación, pero no tanta.
Parte de todo ello ha sido por el máximo secretismo del libro de la ex primera dama, que más que impulsar a los lectores ha hecho que caiga en el olvido, y también el rápido pinchazo del globo: cuenta poco. La esposa del expresidente y candidato republicano Donald Trump ha esperado a que queden justo cuatro semanas para las elecciones para sacar su libro, y aunque la fecha podía indicar un buen manejo de los tiempos, no parece que eso la haya terminado de ayudar. Nadie ha tenido un adelanto del libro, pero The Guardian consiguió una copia la semana anterior al lanzamiento donde destapaba lo que pareció un bombazo: Melania Trump estaba a favor del aborto y de la libertad de la mujer de decidir sobre su cuerpo. Lo que parecía una desconcertante estrategia por su parte (¿De ventas? ¿Contra su marido? ¿Ayudándole a buscar votantes más progresistas?), se deshinchó días después. The New York Times consiguió el libro un par de días antes de la venta y lo reseñó rápidamente calificándolo de “blanqueo de la presidencia” de Trump y “con menos confesiones que un curriculum vitae”.
En una primera lectura del libro, más allá del aborto, tampoco hay revelaciones espectaculares. Sus 184 páginas dejan ver esa ligereza. La ex primera dama no entra en casi nada en profundidad. No hay una sola alusión a las causas judiciales a las que se enfrenta su marido o a sus infidelidades. El volumen tiene una introducción por parte de la autora —no consta que nadie la haya ayudado a escribirlo— y 18 capítulos en los que salta temporalmente, va y viene.
Primero, habla de su llegada a EE UU (el primer capítulo se llama USA) y de cómo se convirtió en ciudadana americana, para luego narrar cómo votó por su marido (”estar al lado de mi marido y ver su nombre en la papeleta me llenó de orgullo y asombro”) y cómo se enteraron del resultado electoral desde la torre Trump de Nueva York (”¿Puedes creerlo?”, gritaba Donald Trump, según recuerda ella. “¡Pues claro que puedo!’ Siempre había creído en su victoria, conociendo su inagotable dedicación a hacer América grande de nuevo”), cuando se acostaron a las cinco de la mañana entre celebraciones.
Después, entre los siete primeros episodios, regresa a sus orígenes, contando su infancia en Eslovenia y sus veranos en la costa de Croacia —afirma que nunca se sintió “aislada o limitada” viviendo en Europa del Este—; para después pasar a sus estudios de Arquitectura, que dejó por su carrera en la moda; a cómo conoció a Trump y a su boda. La califica de “lujosa, llena de sofisticación y glamur”, pero que es más una descripción de hechos, lugares e invitados que una crónica sentimental.
El octavo capítulo y uno de los más interesantes se llama: ¿Por qué no se vetó ese discurso?, y está dedicado a cómo en julio de 2016 la entonces esposa del candidato dio un discurso en la convención republicana que era en parte un plagio de una intervención de Michelle Obama. Relata que supo de dicho plagio en el avión de vuelta a casa y que lo primero fue “consternación y conmoción”, además de “incredulidad”. “Pero después de un examen más de cerca, las innegables similitudes entre ambos discursos me dejaron tambaleándome. El peso de ese reconocimiento me golpeó con una fuerza como nunca antes”, escribe, afirmando que “mirando atrás” cree que confió “demasiado en otras personas en un momento crucial” y que no tenía experiencia en ese tipo de asuntos. “¿Por qué no se vetó ese discurso?’, le pregunté a Donald con frustración. Él expresó decepción y no fue capaz de darme una respuesta”. Afirma que tuvo “una fuerte sensación de traición” y que “la negligencia” la hizo sentir “del todo abandonada”, y que aunque su ayudante pidió disculpas públicas, “el daño estaba hecho”.
A partir de ahí, empezó muy especialmente su mala relación con la prensa, a la que ataca de forma constante en el libro: “Sus críticas implacables, alimentadas por una palpable hostilidad, no dejaron espacio a ninguna explicación o matiz”. Un malestar que creció cuando dos semanas después se publicaron unas fotos suyas desnuda de su época de modelo: “Tuve que aprender otra dura lección: la prensa y ciertos individuos explotan a otros por su propio beneficio y fama”. “Vivimos en tiempos peligrosos cuando se trata de periodismo”, afirma.
Después, Melania Trump convierte el libro en un álbum de fotos, con una parte central con alrededor de 200 imágenes suyas. Desde recuerdos de la infancia hasta imágenes de sus primeros posados en Milán o anuncios de cigarrillos Camel hasta fotografías de su álbum de boda o de la portada que, tras casarse, protagonizó para Vogue. Hay imágenes con su hijo, Barron, y de sus padres, Amalija y Viktor, con el niño, así como muchas de sus viajes y labores en la Casa Blanca, como la creación de una pista de tenis o de una nueva bolera. También hay otras que generan extrañeza y convierten al libro en una especie de catálogo de venta a domicilio, con algunas de las joyas y las cremas que vende bajo su nombre. Después del parón para las fotos, vuelve a dedicarse a la presidencia y a su papel en ella, a momentos de crisis, a su salida y a su perspectiva de futuro.
Cuenta Trump, de 54 años, que ya en 1999 le preguntaron “qué tipo de primera dama sería si Donald fuera presidente”. “Dije que sería muy tradicional, al estilo de Jackie Kennedy”, afirma ella. De hecho, en la toma de posesión de Trump hubo quien comparó su estilo con el de la recordada esposa de John F. Kennedy. “Cuando la candidatura de Donald se convirtió en realidad en 2015, reconocí que mi papel de primera dama debía ser único e individual, viviendo en una época de tecnologías avanzadas que no había hace 50 años. La habilidad de presentar una imagen perfecta al público, como hizo Jackie durante la era Kennedy, ya no es factible en nuestra era moderna del escrutinio y el compartir instantáneo. La idea de una Primera Familia sin mancha, casi mítica, resulta inalcanzable en el mundo moderno”, reconoce.
También deja entrever que el hecho de haber nacido fuera de Estados Unidos y de que el inglés no sea su primer idioma ha supuesto una dificultad en ocasiones. Y también cómo se dio cuenta de que desde el principio “no todo el mundo” la acogería “con los brazos abiertos: “El paisaje político ha causado rupturas de amistades. Ver a compañeros de por vida marcharse en otra dirección tras la nominación de Donald fue descorazonador, pero sé que es parte del proceso político”.
Los viajes de Estado también se tratan en el libro, y Melania Trump relata que estableció una muy buena relación con Akie Abe, esposa del ex primer ministro japonés Shinzo Abe, asesinado en 2022. En sus viajes a Japón, cuenta, adaptaban su dieta, porque no come pescado crudo. También relata su visita al castillo de Windsor con Isabel II de Inglaterra, donde tomaron té con ella junto a los famosos corgis de la reina y cómo la invitaron a visitar EE UU, algo que ya no pudo hacer. Sin embargo, siguen mandándose cartas con el rey Carlos III, afirma.
Melania Trump habla de cómo tanto ella como su hijo Barron llegaron a ser evacuados al búnker presidencial durante un par de horas durante las protestas por el movimiento Black Lives Matter y de cómo —además de estar, lógicamente, sin cobertura en el teléfono, algo que a ella le llama poderosamente la atención— estas le hicieron reflexionar, aunque su tono en la escritura siempre resulta algo naif. “Ansiaba una existencia armoniosa, donde la paz, la prosperidad y los triunfos compartidos fueran la norma”, asegura. “Aunque el descontento racial puede impulsar la retirada de algunas estatuas, es imperativo que no nos limitemos a borrar los aspectos menos favorables de nuestro pasado. En cambio, debemos usar esos momentos como oportunidades para la educación y el crecimiento y asegurar que las futuras generaciones entiendan las complejidades de la historia y el trabajo hacia una sociedad más inclusiva”. El nombre de George Floyd no aparece en ningún momento.
El episodio se narra en uno de los capítulos más largos, el 16, titulado 2020, en el que toca temas como el estallido del coronavirus (cuenta cómo no quería viajar a India en febrero de ese año, se reunió con el doctor Anthony Fauci para saber cómo iba la pandemia y pidió cancelar el viaje, que finalmente se llevó a cabo) y el fin de la presidencia. También habla ahí de su “apoyo total” a la comunidad LGBTQ+, pero con una importante salva: “Debemos asegurarnos de que nuestras atletas femeninas son protegidas y respetadas”. Habla acerca de la inclusión de deportistas trans en competiciones, y cómo para ella deberían hacerse diferencias: “Los cuerpos masculinos generalmente tienen ventajas físicas —fuerza muscular, altura, densidad ósea, capacidad pulmonar— que pueden afectar a la justicia en la competición, incluso a nivel de instituto”.
Sobre la noche de las segundas elecciones, cuando Trump perdió contra el actual presidente Biden, explica que ella estaba “calmada y estoica, igual que en la noche electoral de 2016″, pero que cuando la prensa, su archienemiga, empezó a explicar que era posible que el resultado electoral no se supiera esa noche, ella empezó a no creerlo. “Era otra señal de que no era una elección normal”, afirma. “En ese punto, cuestioné todo. Una elección tiene que tener lugar en un solo día, y las urnas se cierran a medianoche. Se cuentan los votos y listo”, afirma, sobre un país donde votó un 66% de la población con derecho a hacerlo. “Necesitamos esa certeza. Así deben ser las elecciones limpias. No puedes seguir contando durante días y días, y eso hicieron. Fue un jaleo. Los estadounidenses todavía tienen dudas de esa jornada electoral. No soy la única que cuestiona los resultados”, clama. En EE UU no se vota ni se cuentan las papeletas en un solo día. Por correo, Estados como Alabama permiten votar con casi dos meses de antelación, desde el 11 de septiembre, y otros como Virginia comenzó la votación presencial el 20 de septiembre. En las elecciones de 2020 se emitieron 155 millones de votos en los 50 Estados, que tardaron días en ser contados.
La ex primera dama también afirma que no se enteró del asalto al Capitolio del 6 de enero hasta que su secretaria de prensa le preguntó si estaba dispuesta a “condenar la violencia”, y no sabía a qué se refería. Afirma que por eso no dio una respuesta rápida y contundente. “Siempre condeno y condenaré la violencia, por supuesto”, escribe. “La violencia que vimos fue sin duda inaceptable. Aunque reconozco que muchos sintieron las elecciones como algo mal gestionado, nunca debemos acudir a la violencia”.
La causa principal que escogió la primera dama durante su tiempo en la Casa Blanca fue la ayuda para evitar a los niños y adolescentes sufrir acoso en internet. Ella cuenta que en ese periodo se aseguró de ser muy privada con su vida online, y que solo colgaba sus actividades oficiales. Pero hubo algo que le dolió especialmente: los ataques a su hijo Barron, de entonces 10 años. En concreto habla de cómo la comediante Rosie O’Donnell preguntó en su perfil de Twitter (ahora X) a sus seguidores si el niño sería autista junto a un vídeo de siete minutos del pequeño en distintos eventos durante varios años. “Me horrorizó tanta crueldad. […] Sentí que atacaba a mi hijo porque no le gustaba mi marido”, afirma Melania Trump. “El tuit y el vídeo contra Barron no eran solo crueles e invasivos, sino completamente infundados. No hay nada vergonzoso en el autismo, aunque el tuit lo implicara, pero es que además Barron no es autista. Dejar en el aire esa ‘cuestión’ a millones de personas, sabiendo cómo se recibiría, era más que descuidado, era descorazonador”. O’Donnell se disculpó días después, pero según la primera dama “el impacto del tuit era innegable”, y de ahí sacó la idea de dedicarse a los peligros del ciberacoso en menores con la iniciativa BeBest.