El dilema del petróleo venezolano
El petróleo ha sido el eje de la economía y la política venezolana desde principios del siglo XX, moldeando tanto su historia como sus relaciones internacionales. Tal como señalé en esta columna, la crisis venezolana no puede entenderse sin reconocer su naturaleza estructural, y el petróleo es una pieza central de esa crisis. Aún hoy, representa el 98% de las exportaciones del país. Sin embargo, el mal manejo de PDVSA, la corrupción y la falta de inversión han llevado a una drástica caída en la producción, lo que agrava aún más la crisis estructural que hemos descrito.
En este contexto, el petróleo sigue siendo crucial para cualquier transición democrática, ya que la crisis política, económica y social de Venezuela está íntimamente vinculada a este recurso. La capacidad del país para recuperar su estabilidad depende en gran medida de cómo se gestione la industria petrolera y de las dinámicas geopolíticas que la rodean.
Venezuela en el centro de la batalla geopolítica global
En el escenario global, el petróleo venezolano es mucho más que una fuente de ingresos; es el centro de una batalla geopolítica en la que EE.UU., China, Rusia, Irán y Arabia Saudita compiten por su control. Como hemos observado en artículos anteriores, los actores internacionales juegan un papel clave en la sostenibilidad del régimen de Maduro, lo que ha exacerbado la crisis estructural y ha hecho del petróleo un recurso no solo económico, sino también político.
Para Estados Unidos, Venezuela representa una opción estratégica clave para reducir su dependencia de Arabia Saudita y contrarrestar la creciente influencia de China y Rusia en América Latina. Helima Croft, analista de RBC Capital Markets, señala que «el distanciamiento de Arabia Saudita de su dependencia histórica de Washington ha complicado las relaciones energéticas entre ambos países, obligando a EE.UU. a buscar nuevas alternativas estratégicas como Venezuela para diversificar su suministro de crudo.» Este desafío ha forzado a Washington a reconsiderar su presencia en el sector energético venezolano.
Washington enfrenta un reto al intentar cortar sus lazos petroleros con Venezuela o pedir a empresas como Chevron que abandonen el país, ya que su presencia no es solo comercial, sino una herramienta geopolítica esencial para mantener la influencia estadounidense en el sector energético venezolano. Perder esta presencia podría dejar el campo libre a competidores como China y Rusia, debilitando la posición de EE.UU. en futuras negociaciones sobre la transición política en Venezuela.
Las alianzas internacionales que sostienen el régimen de Maduro
Como he señalado, el respaldo de China, Rusia, Irán y Cuba ha sido fundamental para la supervivencia del régimen de Maduro. Estas alianzas le han permitido resistir la presión internacional, pero han limitado la capacidad de Venezuela para reintegrarse en los mercados globales. Este es otro reflejo de cómo la crisis estructural del país está vinculada a actores internacionales que han ayudado a Maduro a mantenerse en el poder, pero que también han hipotecado el futuro económico de Venezuela.
R. Evan Ellis, experto en las relaciones entre China y América Latina, destaca que «la presencia de China en el sector energético venezolano no es meramente económica, sino parte de una estrategia más amplia para aumentar su influencia en la región, lo que socava los esfuerzos de EE.UU. para presionar al régimen de Maduro.» Este tipo de alianzas no solo perpetúan la crisis, sino que también consolidan el poder de actores externos sobre el futuro del país.
El papel cambiante de Arabia Saudita y su impacto en la política energética de EE.UU.
Arabia Saudita, liderada por el príncipe heredero Mohammed bin Salman, ha adoptado una postura más independiente en los mercados petroleros, distanciándose de su histórica dependencia de Washington. Esto plantea un desafío adicional para EE.UU., que ahora busca en Venezuela una alternativa estratégica para diversificar su suministro de crudo y contrarrestar la creciente influencia china en la región. Tal como Croft mencionó, este realineamiento saudí complica aún más la política energética estadounidense, forzando a Washington a reevaluar sus opciones en un contexto de crecientes tensiones geopolíticas.
Históricamente, EE.UU. ha dependido de su relación cercana con Arabia Saudita para influir en los flujos globales de petróleo. Sin embargo, Arabia Saudita ha diversificado su economía y ha establecido nuevas alianzas con China y Rusia, debilitando su rol como proveedor confiable de crudo para EE.UU. Tal como he mencionado en análisis anteriores, este cambio ha reconfigurado las dinámicas energéticas globales, obligando a Washington a buscar nuevas fuentes de crudo en Venezuela, incluso en medio de la crisis política del país.
En este contexto, Venezuela emerge como una alternativa estratégica para que EE.UU. reduzca su dependencia de Arabia Saudita y contrarreste la influencia de China en América Latina. En caso de una transición democrática en Venezuela, expertos como Moisés Naím sugieren que Washington podría mantener relaciones con Caracas para asegurar su acceso a las vastas reservas de crudo venezolano. A medida que China profundiza sus lazos con Venezuela, la presencia china en el sector energético venezolano ha socavado los esfuerzos de EE.UU. para presionar al régimen de Maduro, lo que convierte a Venezuela en un campo de batalla geopolítico entre estas potencias.
El petróleo venezolano no es solo una fuente de ingresos crucial para su economía, sino también un elemento estratégico central que influirá en la configuración del poder global. En un escenario donde EE.UU. intenta gestionar su política energética frente a los cambios en Arabia Saudita y el avance de China, Venezuela se convierte en una pieza clave para diversificar su suministro de petróleo y contrarrestar la creciente influencia china en América Latina.