Morgan McSweeney, el irlandés que diseñó la victoria electoral de Keir Starmer
Hace falta un irlandés para entender la mentalidad de la clase obrera inglesa. Morgan McSweeney (Macroom, Irlanda, 47 años) se ha convertido en el nuevo jefe de Gabinete de Keir Starmer, en sustitución de la polémica alta funcionaria, Sue Gray. La expulsión del núcleo duro del Gobierno de una mujer que concentró durante décadas poder y experiencia en la Administración británica es la penúltima victoria de un gurú político que ha contribuido como nadie en los últimos años en transformar de nuevo al Partido Laborista en una opción ganadora.
Pero McSweeney, a diferencia de otros mercenarios de la estrategia política, vive, respira y piensa las 24 horas del día en el laborismo. Eso, a pesar de que no viene de una tradición familiar de izquierdas. Se plantó en Inglaterra a los 17 años; trabajó en la construcción un tiempo mientras vivía en la casa de unos familiares e ingresó poco después en la Universidad de Middlesex, donde se graduó en Políticas y Mercadotecnia.
Fue precisamente la proeza política del Acuerdo de Viernes Santo, impulsada por el Gobierno laborista de Tony Blair y que llevó la paz a Irlanda del Norte, lo que sedujo a McSweeney, que comenzó a trabajar como becario en el cuartel general del Partido Laborista.
Aunque sus dotes organizativas y su celo profesional fueron percibidas de inmediato por compañeros y jefes, la estrella de McSweeney comenzó realmente a brillar en 2006, cuando se puso al frente de la campaña municipal en condados de Londres donde el laborismo perdía frente a liberales-demócratas moderados o los candidatos fascistas como los que presentaba el British National Party (Partido Nacional Británico, BNP en sus siglas en inglés).
El joven irlandés, tan reacio al extremismo de izquierdas como al de derechas, mostró un doble talento en su nueva tarea: la capacidad de liderar con mano de hierro una campaña electoral y la intuición para captar los deseos de los votantes tradicionales del Partido Laborista.
No tuvo ningún escrúpulo en filtrar a la prensa, con la tenacidad de un martillo pilón, informaciones contra la candidata liberal-demócrata Adeline Aina, en las que se le acusaba de haber intentado defraudar a la autoridad municipal en su intento de compra de una vivienda social que no habitaba realmente. Los laboristas recuperaron el Gobierno de Lambeth Council.
Aún fue más espectacular la victoria en el condado londinense de Barking. La ultraderecha del BNP se hizo allí con 12 concejales, con un discurso xenófobo y racista que atrajo a los vecinos de una zona notablemente deprimida. McSweeney quiso llegar al fondo de las razones de ese voto y entendió que radicaban en el deterioro de los servicios públicos. Con una mezcla de patriotismo, promesas de mano dura contra la delincuencia y activismo local para restaurar jardines y espacios públicos, el equipo formado por McSweeney, el grupo antifascista Hope Not Hate (Esperanza No Odio) y el diputado local, Jon Cruddas, dieron la vuelta a la situación entre 2008 y 2010 y reconquistaron el territorio para la izquierda.
La lucha contra Corbyn
Durante los años de Jeremy Corbyn al frente del Partido Laborista, entre 2015 y 2020, en los que el ala izquierda de la formación se impuso a los rescoldos aún vivos del Nuevo Laborismo de Tony Blair, McSweeney decidió quedarse, en vez de abandonar el partido como muchos de los moderados. Entendió que la batalla por el rumbo de la izquierda debía darse desde el interior del laborismo, la fuerza histórica del progresismo en el Reino Unido.
Junto a otras figuras que hoy forman parte fundamental del nuevo Gobierno, como la ministra de Economía, Rachel Reeves; el ministro de Sanidad, Wes Streeting; la ministra de Cultura y Deportes, Lisa Nandy, o la jefa del grupo parlamentario laborista, Lucy Powell, McSweeney ayudó a crear el centro de pensamiento y corriente interna bautizado como Labour Together (Juntos Laboristas).
Los debates, documentos y propuestas de un grupo que aspiraba a eliminar del partido todo rastro del corbynismo —incluido el antisemitismo del que se le acusaba insistentemente— sirvieron para preparar la rampa de lanzamiento desde el que pudo despegar Starmer. McSweeney fue el primero en detectar que este abogado y exfiscal, que había permanecido fiel a Corbyn y formó parte de su equipo como portavoz de todo lo referente al Brexit, era la figura moderada, seria y templada que la formación necesitaba para volver a ganar elecciones.
Starmer ganó la batalla por el liderazgo del Partido Laborista con la promesa de mantener todos los compromisos electorales de su predecesor, muy escorados hacia la izquierda. Una vez al mando, con la ayuda de McSweeney ―que también dirigió su campaña de primarias―, el nuevo líder fue deshaciéndose sin piedad de todos los restos, tanto personas como políticas, del corbynismo, para dirigir al partido hacia una versión moderada y amable muy parecida al Nuevo Laborismo de Tony Blair.
Después de la victoria electoral del 4 de julio, Starmer se llevó consigo a McSweeney a Downing Street, como director de Estrategias Políticas. El asesor realiza todas las semanas el viaje de ida y vuelta de seis horas en tren desde Lanark, la ciudad escocesa al sur de Glasgow donde vive con su familia, hasta Londres.
Su esposa, Imogen Walker, con la que tiene un hijo, es diputada por el Partido Laborista. Ambos se conocieron durante aquellas primeras batallas en Lambeth Council, cuando ella era una de las concejales que batallaban por sobrevivir.
McSweeney asumió, desde que los laboristas recuperaron el poder después de 14 años de gobiernos conservadores, la tarea de pensar en las próximas elecciones y la de asegurarse de que Starmer y su equipo llevaran realmente a cabo la década de reformas y renovación nacional que habían prometido a los votantes.
El asesor irlandés sabe que la victoria del pasado 4 de julio fue tan contundente en el número de diputados como frágil en el apoyo real de los votantes. Y que ese respaldo puede perfectamente huir hacia el populismo si los resultados prometidos no se perciben cuanto antes.
McSweeney será así la única voz autorizada, a partir de ahora, para hablar en nombre de Starmer e intentar poner orden en un Gobierno que, a sus tres meses, ha dado ya claras muestras de desconcierto y falta de rumbo.