Abuso a menores: ¿son los padres responsables?
El abuso sexual en niños es más común de lo que queremos admitir y generalmente es perpetrado por las personas que menos nos imaginamos. Lo más doloroso es que muchas veces ocurre en entornos que deberían ser seguros.
Recientemente, ha estado sonando en las redes sociales y otros medios el caso de abuso y explotación sexual, del rapero Sean «Diddy» Combs, quien enfrenta acusaciones de abuso sexual con al menos 120 personas, incluidos 25 menores, quienes fueron manipulados bajo promesas de éxito profesional.
Atención: estos niños fueron llevados donde él por sus propios cuidadores.
El peligro suele estar cerca
Estos casos nos recuerdan lo usuales que son estas situaciones, incluso en lugares de poder y fama. Pero lo más preocupante es que este tipo de abuso no se limita a celebridades: ocurre en las familias, la escuela, la iglesia, y cualquier otro lugar en donde los niños sean expuestos. Mientras más cercanos más peligro.
El abuso sexual infantil deja cicatrices imborrables. No solo destruye la inocencia del niño en el momento en que ocurre, sino que distorsiona su percepción del mundo para siempre. Los efectos pueden durar toda la vida, afectando cada área del desarrollo de la víctima.
El mayor desafío es que muchos niños no hablan del abuso por miedo, vergüenza o porque el abusador es una persona en la que sus padres confiaban, el silencio se convierte en su compañero constante. Lo que hace aún más desgarrador es el círculo de impunidad y silencio que a menudo rodea estos casos.
El encubrimiento, ya sea por miedo a manchar la reputación o por proteger al abusador, permite que el ciclo continúe. La vergüenza y culpa de las víctimas se combinan con la inacción de las personas que deberían protegerlas.
¿Dónde entra el papel de los padres?
Muchas veces los padres en su deseo de darle lo mejor a sus hijos, a menudo confían ciegamente en instituciones, familiares y personas cercanas sin cuestionar lo suficiente.
Otras veces se debe a la negligencia y falta de cuidado. Sin embargo, los depredadores se esconden donde menos lo esperamos, y el abuso puede ocurrir en las instituciones más respetadas o hasta en las mejores familias.
Es imperativo que los padres dejen de asumir que un entorno que parece «seguro» lo es realmente. Instituciones religiosas, escuelas, clubes deportivos, e incluso los amigos de la familia, pueden ser el caldo de cultivo perfecto para un abusador que aprovecha la confianza. La falta de vigilancia adecuada puede abrir la puerta a estos depredadores.
No se trata de vivir en paranoia, sino de ser consciente de los riesgos reales. Los padres deben:
- Investigar a fondo las instituciones y personas a las que confían a sus hijos.
- Mantener una comunicación constante con sus hijos sobre sus experiencias diarias.
- Creer a los hijos cuando dicen que alguien les ha hecho daño.
- Enseñar a los niños a reconocer conductas inapropiadas y crear un espacio de confianza para que hablen sin miedo.
Es momento de reconocer que la seguridad de nuestros hijos no puede darse por sentada, y que el silencio solo beneficia al abusador.
Los padres deben ser los primeros defensores, y nunca más permitir que el miedo o la confianza ciega pongan en peligro a los más vulnerables.