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Una carta a Eduardo Jorge Prats

Una carta a Eduardo Jorge Prats

Una carta a Eduardo Jorge Prats

Lamento si estas líneas, prima facie, te defraudan. Lo lamento porque esta vez no voy a hablar de cláusulas pétreas, ni de la regla de reelección presidencial, ni de la reforma constitucional. Tampoco de la impertinencia de un referendo aprobatorio.

He preferido aprovechar que me he tomado unas vacaciones, que todavía es noticia la reedición de los dos volúmenes de tu ya clásico libro de Derecho Constitucional, y que el descanso suele ser propicio para tributar la amistad, para hablar un poco de ti. Para hablar públicamente del académico, del intelectual público, del jurista y del amigo.     

Empiezo por tu libro. No solo pienso que es ya un clásico de la doctrina constitucional nacional, en la medida en que lleve ya más de veinte años como el principal texto de consulta para los cursos de derecho constitucional en las escuelas de derecho de todas nuestras universidades; más de veinte años iluminando el quehacer de abogados, jueces, fiscales, dirigentes políticos y funcionarios, en el ejercicio cotidiano del derecho público y de las prácticas institucionales en general. Creo, además, que es el aporte más relevante que jurista alguno haya hecho al estudio del constitucionalismo en la República Dominicana.

Y no hablo solo del volumen descomunal del texto, cuyos dos tomos suman unas 2,058 páginas. Se trata, además, del ecumenismo temático presente en las mismas, que va del análisis de las grandes tradiciones del constitucionalismo moderno, se acerca al estudio de las instituciones centrales que lo informan, hace un minucioso recorrido por la accidentada historia constitucional del país, hasta condensar en una lectura sistemática el régimen constitucional vigente, enriquecido con por el diálogo constante no solo con los más diversos aportes doctrinales nacionales, sino con las más importantes líneas de la jurisprudencia de nuestro Tribunal Constitucional.

Quiero aprovecha también para contarte del respeto y la profunda admiración que siempre he profesado por tu trabajo intelectual, cuyo rasgo más evidente es la disciplina que te ha permitido conjugar una producción doctrinal que tiene en el constitucionalismo su epicentro -pero que ha orbitado disciplinas como el derecho monetario y financiero, o el denominado populismo punitivo-, con una atenta y penetrante mirada sobre la coyuntura política de la que se han nutrido centenares de artículos que, a lo largo de más de tres décadas, han formado parte central del debate público nacional.

Pero a esa disciplina, de la que da cuenta el trabajo constante durante tanto tiempo, se suman otros rasgos clave: el rigor en el abordaje de los temas que colocas bajo la lupa de tu interés, la vasta diversidad de los contenidos que tratas, y un estilo repleto de ingeniosidad hilarante, que permite que hasta los párrafos más extensos se puedan leer con el interés con que se lee la más breve y lapidaria locución.  

La constancia de ese trabajo, su centralidad en la academia y en el debate público, ha estado acompañada de una cualidad inusual en nuestro micro-universo cultural, de la que también quiero dar cuenta: una labor constante de divulgación de cuanto aporte doctrinal se publica en país en el ámbito del derecho, así como el incentivo permanente a los colegas y amigos para sistematicen en libros y ensayos su saber. Para que publiquen. Escribiendo estas líneas, me he imaginado el amplio capítulo que en la publicación de tu obra en el periodismo de opinión ocuparán los prólogos y las recensiones destinadas a divulgar el contenido e incentivar la lectura de textos publicados por integrantes de nuestra comunidad jurídica.

En el centro operativo de ese amplio quehacer intelectual está la academia, tanto desde tu labor como docente, como la que desempañaste en la dirección de la Escuela de Derecho de la PUCMM, desde donde has contribuido a formar a varias generaciones de estudiantes muchos de los cuales, bajo tu influjo directo, hoy integran la primera promoción jóvenes y talentosos abogados que, como generación, ha hecho del ejercicio del derecho constitucional, y del derecho público en general, su opción profesional y académica preferencial.

Otro motivo de admiración y respeto del que quiero hablarte es la enorme coherencia que ha acompañado tu labor intelectual, en la defensa de los valores de esa venerable tradición de pensamiento que es el liberalismo político que, en la estela de John Stuart Mill, Isaiah Berlin o Bertrand Russell, ha contribuido a dar forma a una visión de la sociedad en cuyo centro están las ideas de idéntica consideración y respeto para cada miembro de la comunidad política, del respeto por la diversidad y el desacuerdo como elementos vertebradores de toda la realidad social, de la defensa de los derechos, y de la forma de Estado más propicia para la efectividad de su ejercicio: la democracia.

Hace poco le comentaba a unos amigos que, al menos en el mundo del derecho, eres el más coherente defensor los valores de esa tradición del liberalismo a la que he hecho referencia. Y esa es una coherencia exigente por partida doble. Pues no solo demanda compromiso y entrega, también exige coraje cívico. El coraje que supone mantener una actitud frontal, en el terreno del pensamiento, con el pensamiento ultraconservador en boga. Y la más desafiante de las formas del coraje: la que es capaz de mantenerse firme frente a la afrenta, la invectiva y la descalificación a la que, con cada vez más frecuencia, se exponen quienes consideran que todas las personas tienen derecho legítimo a llevar a cabo la vida que han elegido para sí, sin sujeción a las interferencias arbitrarias de quienes siempre han querido imponer su idea de las cosas a todas las personas.

En los tribunales de justicia, o en las páginas de los periódicos desde los que escribimos, siempre ha sido una satisfacción mayor compartir casos y causas; en la misma medida en que ha representado un desafío de primer orden el enfrentamiento sobre cuestiones que consideramos importantes, siempre desde el respeto. Gracias, también por esto.

A los motivos de admiración por el académico y por el intelectual público, se suman otras dos cuestiones centrales en la amistad que en estos ya muchos años, tengo el privilegio de compartir contigo: i) el humor como actitud, el ejercicio de ese impulso misterioso que lleva a algunas personas, entre las que te cuentas, a encontrar siempre un espacio para la risa y la celebración de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, y, ii) ciertas afinidades literarias que hacen de cada encuentro, de cada copa, de cada mesa compartida, una mejor experiencia.

Un fuerte abrazo, Edward. Gracias por siempre, querido amigo. 

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