Cómo derrotar a la extrema derecha: la ‘fórmula Brandeburgo’

Hay que irse hasta el confín, literalmente, de Alemania, en medio de la llanura de Brandeburgo y en una aldea a unos kilómetros del río que marca la frontera con Polonia, para indagar en la fórmula mágica que obsesiona a todos los partidos moderados en Europa. ¿Cómo derrotar a la extrema derecha?

En Naundorf, 236 habitantes, dos tabernas cerradas y un aire fantasmal de pueblo del lejano oeste, o mejor dicho del lejano este alemán, creció y vivió el hombre del momento en la política de este país. Dietmar Woidke tiene 62 años, mide 1,96 metros —ningún perfil en la prensa alemana se olvida de este detalle— y es socialdemócrata en tiempos en los que esta marca no es la mejor para presentar a las elecciones aquí. Y, sin embargo, el 22 de septiembre Woidke, presidente de Brandeburgo desde 2013, derrotó a la extrema derecha en las elecciones de este Estado federado en el territorio de la antigua República Democrática Alemana. Lo logró después de remontar más de 10 puntos a lo largo del verano. Y evitó lo que parecía inevitable: la victoria de Alternativa para Alemania (AfD) en un land en el que el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) ha dominado desde la reunificación de las dos Alemanias, en 1990.

“La gente le ha elegido a él para evitar que gane el otro partido“, dice, en referencia a AfD, un joven que, como muchos en estas regiones de la Alemania vaciada, se ha marchado a trabajar a una gran ciudad. En su caso, la capital, Berlín. Se llama Markus, prefiere no dar su apellido, tiene 22 años y los fines de semana vuelve a Naundorf. Es cazador, y en la camioneta en la que lleva sus herramientas de caza, cuenta que Woidke es un hombre “amable, agradable”, alguien a quien le gusta el contacto con las personas, escuchar sus problemas. “La gente no eligió al Partido Socialdemócrata”, enfatiza. “Lo eligió a él”.

El SPD sacó en Brandeburgo un 30,9% de votos y 32 diputados. AfD, un 29,2% y 30 diputados. La nueva izquierda populista de Sahra Wagenknecht, un 13,5% y 14 diputados. Los conservadores de la CDU, un 12,1% y 12 escaños. El resultado es un éxito para la extrema derecha, pero mitigado por la victoria de Woidke.

La primera clave de la fórmula Woidke: una campaña personalista. Se trataba de desmarcarse de las políticas del Gobierno federal, en la que su partido, el SPD, es el socio mayor. Y del impopular canciller, el también socialdemócrata Olaf Scholz, a quien su propio partido y candidato en Brandeburgo prácticamente declararon persona non grata durante la campaña. No se le vio ni en los mítines, ni en los carteles.

“Woidke es muy popular en Brandeburgo, y esto lo diferencia de Olaf Scholz”, resume el politólogo Philipp Thomeczek, de la Universidad de Potsdam, la capital estatal. “Es alguien que viene del campo, habla como alguien del campo y da la imagen de alguien del campo. En un land como Brandeburgo apenas hay grandes ciudades, y en la mayoría de regiones la gente es como él y se puede identificar con él”.

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Y aquí la segunda clave: un candidato con arraigo local, hijo de este rincón minero y agrícola. Sin ser carismático ni populista —es un político de carrera con tres décadas de experiencia—, sabe hablar a los votantes, de izquierdas y de derechas.

David Kolesnyk, secretario general del SPD en Brandeburgo, sostiene que, si AfD llega a obtener un tercio de votos, es por el malestar con la situación alemana, y la global, más que por la situación de Brandeburgo, próspero para los estándares el este y con éxitos económicos como la instalación de una fábrica de automóviles eléctricos Tesla que da empleo a 12.000 personas. “Estaba claro que había que llevar la campaña a la escala local”, dice Kolesnyk a EL PAÍS. “Aquí se votaba sobre Brandeburgo, no sobre cuestiones mundiales ni sobre el Gobierno federal”.

Conexión con el votante

Hay, en esta conexión entre el candidato y el votante, algo característico de la antigua RDA, sostenía esta semana un articulista de Die Zeit. El artículo citaba al sociólogo Steffen Mau, quien habla de “sociedades de participación distintas” para referirse a las Alemania del Este y la del Oeste. En su libro Ungleich vereint (Desigualmente unidos), Mau explica que en el Este “los partidos clásicos tienen un arraigo débil y su contribución al desarrollo de una cultura democrática es pequeña”. El SPD de Scholz y Woidke tiene 6.027 militantes en Brandeburgo, un land con 2,5 millones de habitantes. En el otro extremo del país, en el land occidental del Sarre, con un millón de habitantes el SPD tiene más del doble de militantes, 14.716.

La tercera clave en la fórmula Woidke la resumía el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung: “Woidke es un socialdemócrata conservador”. Kolesnyk, secretario general del SPD brandeburgués, aclara: “Es alguien que claramente está al lado de la policía y el ejército federal, alguien que claramente está al lado de la gente que va a trabajar y, al mismo tiempo, apoya a las personas que necesitan ayuda estatal”. “Se trata de apoyar y de exigir, no solo apoyar”, añade usando dos palabras similares en alemán, fördern y fordern. En inmigración, el presidente de Brandeburgo es uno de los abanderados de la política de mano dura de Scholz. “La política migratoria de los últimos 10 años hay que reexaminarla”, dijo en una entrevista. En Alemania avanza la idea de que, si los partidos moderados quieren vencer a la extrema derecha, deben abordar los miedos que alimentan el voto del descontento.

“Dietmar Woidke ha asumido nuestros temas”, sonríe, en su oficina en el distrito electoral limítrofe con Polonia, el diputado en Brandeburgo de la AfD Steffen Kubitzki, recién reelegido. Exagera, porque las políticas socialdemócratas se alinean con la UE y están lejos de las de la extrema derecha, pero no oculta su satisfacción: “Me ha superado por la derecha”.

En la elección directa en este distrito, que en el sistema alemán se combina con la elección por listas, Kubitzki se impuso por solo siete votos a Woidke. Atribuye su éxito a que, al contrario que otros dirigentes más radicales de su partido, él es un hombre tranquilo, que evita las estridencias y a que, como Woidke, conoce el terreno: “Soy uno de ellos”.

El politólogo Thomeczek avisa de que la victoria de Woidke tiene un precio. Y es que se ha quedado casi sin aliados potenciales para gobernar. Muchos votantes ecologistas y algunos de la CDU le dieron su voto para frenar a AfD y, por eso, Los Verdes han quedado fuera del Parlamento y los conservadores han perdido escaños. El socialdemócrata está condenado a entenderse con la populista Wagenknecht. Si hubiese nuevas elecciones, la extrema derecha podría reforzarse. La fórmula Woidke tiene límites.

A 40 kilómetros de Peitz, en Naundorf, el joven Markus habla de Woidke, de sus virtudes y defectos. Cree que ha abandonado la defensa del carbón, esencial en la identidad de esta región, y no acaba de creerse que sea verdad, como se ha dicho, que sea cazador, uno de esos rasgos que se supone que deben conectarlo con el pueblo.

“Tener el permiso de caza no significa cazar”, afirma Markus. Y, cuando se le pregunta por su voto, responde: “No voté por él”.

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