¿Un orden nuevo? Un desorden nuevo

Siguiendo su consabida violación de la legalidad internacional, Israel ha asesinado a Hasan Nasralá, el secretario general de Hezbolá. Esto supone un salto cualitativo de imprevisibles consecuencias, y no es una frase tópica, pues lo sucedido trastoca el statu quo que, mejor o peor, ha equilibrado las relaciones con Israel en la región desde hace casi dos décadas. Es el tiempo al que Ehud Olmert, ex primer ministro israelí, ha llamado “17 años de paz”. Así es la paz en Oriente Próximo.

En su cálculo, Olmert parte de la guerra entre Hezbolá e Israel de 2006, la primera por delegación de Israel con Irán, siendo el propio Olmert primer ministro, y que los ultranacionalistas hoy en el Gobierno consideraron una derrota a revertir. A ello se vienen aplicando desde el 7 de octubre.

El Ejército israelí, muy dado a poner elocuentes nombres a sus operaciones, ha llamado a la que ha lanzado sobre los suburbios de Beirut para asesinar a Nasralá “Nuevo Orden”. Por rimbombante que suene, tiene su lógica, aunque sea la de un nuevo desorden. Nada en Oriente Próximo cambia muy radicalmente. La historia es lenta en la región. Al anterior líder de Hezbolá, Abbas al-Musawi, también lo asesinó Israel, en 1992. Y Hezbolá se hizo más fuerte, también más político.

El statu quo vigente consistía en un equilibrio no reconocido pero latente entre resistencia árabe y orden colonial israelí. Se basaba en un juego de fuerzas desiguales entre el poder militar de Israel y la capacidad de presión sobre el terreno de actores paraestatales como Hezbolá y Hamás. El Gobierno de Netanyahu siempre ha considerado que la desarticulación de ambos debe ir junta. Y ante la dificultad de acabar con Hamás en Gaza, se ha lanzado a por Hezbolá. Lo ha hecho por libre, sin contar, cuando menos, con la aquiescencia de Washington, pues el Pentágono ha negado que hubiera sido informado previamente de la operación.

Muchos libaneses, y árabes en general, tienen a Nasralá como un héroe de la resistencia. Nadie puede discutir su carisma y el liderazgo que ha ejercido en la lucha contra la ocupación israelí: primero de su propio país, del que Israel tuvo que retirarse en 2000, y luego de Palestina. Hoy los unos y otros le homenajean y corean su nombre seguido de su último apodo: “Caído por Jerusalén y Palestina”. Suena retórico, pero no es menos cierto. Con Nasralá se acaba una época. Se abre un relevo generacional que a Israel también le tiene que llegar, si es que algún futuro de paz le interesa.

Lo que no hay que dar por descartado es que la lucha contra la colonización israelí haya terminado. Nunca ha sido así desde 1948. Los riesgos en que viene incurriendo Israel son máximos: contra la legalidad internacional, escarneciendo el orden democrático, trastocando el statu quo regional. Y todo ello en un panorama mundial tan inestable que nada en términos políticos tiene garantizado el futuro. Ni siquiera el inmediato.

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