Hasan Nasralá, el clérigo que elevó a Hezbolá a la arena política

El turbante negro que, para los chiíes, indica la pertenencia de un clérigo al linaje de Mahoma ceñía la frente de Hasan Nasralá, el secretario general del partido-milicia chií libanés Hezbolá. Considerado un sayyed, el tratamiento que conlleva ese honor, sus primeros años transcurrieron en dos lugares olvidados. El ejército israelí informó este sábado de que un ataque de su aviación mató a Nasralá en el barrio beirutí de Dahiye.

Nasralá nació hace 64 años en el “cinturón de la miseria” del este de Beirut, la barriada de chabolas de Sharshabuk, cerca del suburbio de Karantine, donde sus habitantes “eran todos pobres”, recordó en mayo. El mayor de nueve hermanos, su padre regentaba una frutería y ese “eran todos pobres” los describía también a ellos. Pobres y chiíes, la marginada rama minoritaria del islam. En 1975, tras estallar la guerra civil de Líbano (1975-1990), la familia del clérigo libanés volvió a su lugar de origen, Basuriye, en el sur, uno de esos pueblos de mayoría chií descritos estos días como feudos de Hezbolá, cerca de la frontera con Israel, en ese frente bélico intermitente de décadas entre los dos países.

La miseria, la marginación de los chiíes y de los refugiados palestinos que viven en ese barrio — todos “oprimidos”, un concepto central en su discurso y en la ideología de Estado de su principal aliado, Irán— marcaron la biografía de Nasralá. El devoto adolescente muy pronto se aferró a su identidad chií y a otra idea que terminó siendo una de las razones de ser de su organización: la resistencia frente a la ocupación israelí de Líbano. Con 15 años se afilió al Movimiento de Resistencia Libanesa (AMAL), fundado por el clérigo iraní Musa al Sadr. Este religioso, desaparecido en 1978, aspiraba a modernizar el chiismo y fue una figura clave en su evolución hacia la acción política.

En 1976, Nasralá viajó a uno de los centros espirituales del chiismo: el seminario de Nayaf, en Irak. Su director era Mohammed Baqir as Sadr, cercano al futuro líder iraní, el ayatolá Ruhollah Jomeini, a quien el estudiante conoció entonces. Dos años después fue expulsado de Irak por el régimen de Sadam Hussein, pero, para entonces, ya había llamado la atención de quien sería su mentor y predecesor como líder de Hezbolá, Abbas Al Musawi, asesinado por Israel en 1992.

Esos encuentros forjaron su pensamiento. Un hecho selló su devoción hacia el ayatolá Jomeini: la instauración de la República Islámica de Irán, en 1979. El régimen que tuvo a Jomeini como primer líder supremo consagró la doctrina del velayat e faqih, el Gobierno de los clérigos, doctos de la ley islámica, que sitúa al estamento religioso en la cima del poder político y del Estado. Entre el quietismo chií que se enseñaba en Nayaf, que defendía la separación de política y religión, y el velayat e faqih de Jomeini y el seminario iraní de Qom —donde también estudió Nasralá en los 80—, el libanés optó por el último.

En 1982, abandonó AMAL y se integró en Hezbolá, el Partido de Dios, una milicia creada con apoyo y entrenamiento iraní. 10 años después, cuando Nasralá fue nombrado su secretario general, la organización se registró como partido político, una decisión que se atribuyó a su nuevo líder, de 32 años. En las municipales de 1992, la nueva formación se presentó en 12 distritos. Venció en todos. Desde 2005, participa en los gobiernos del país y en 2006 impuso una minoría de veto para su coalición en el Gobierno de unidad nacional creado tras la guerra de ese verano con Israel. Por primera vez, obtuvo dos ministerios.

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Israel

El liderazgo de Nasralá en Hezbolá se había asentado mucho antes. La retirada de Israel del sur de Líbano, en 2000, que se atribuyó en parte a las acciones militares de la organización, y la que siguió a la breve guerra de 2006, rodearon al líder del partido-milicia de un aura de liberador. Muchos de sus correligionarios veían en él “al único musulmán que ha derrotado a Israel en el campo de batalla”, según le describió hace años la web árabe Al Bawabaven.

Su retrato reina en casas y negocios en los barrios chiíes de Beirut, donde muchos lo veneran como a un héroe. También se le conoce por ser el padre de un mártir. Su primogénito, Hadi, fue asesinado por Israel en 1997 a los 18 años. Estados Unidos e Israel ven en Nasralá al líder de un grupo terrorista —Hezbolá cometió en décadas pasadas atentados suicidas y secuestros—. Israel había intentado asesinarlo varias veces antes de la de este viernes en su sede beirutí. El clérigo ha vivido escondido durante años y se dirigía a sus seguidores a través de discursos grabados.

Nasralá ha sido, ante todo, un pragmático. Carismático y buen orador, cuando los intereses del grupo han estado en juego, aparcó sus ideales. Su discurso de defensa de los oprimidos no le impidió apoyar militarmente a su aliado sirio, Bachar El Asad, para aplastar brutalmente a la oposición en la guerra civil de ese país. Hezbolá había alabado previamente las revueltas de la Primavera árabe contra dictadores de otros países de la región. Esa contradicción empañó su imagen. La guerra de Gaza, y el lanzamiento de cohetes contra Israel que inició en octubre de 2023, la restauraron. Para muchos habitantes de Oriente Próximo, Nasralá ha defendido a los palestinos cuando casi nadie lo hace.

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