Starmer defiende sus “medidas impopulares” y promete de nuevo una “renovación nacional”

Keir Starmer ha hecho finalmente este martes lo que muchos en su partido le reclamaban: explicar las decisiones de su Gobierno a unos votantes confusos por el aluvión de malas noticias. Por unos anuncios de recortes y sacrificios procedentes de un Partido Laborista que, hace poco más dos meses, obtuvo una victoria electoral histórica con la promesa de sacar al país del atolladero en que lo habían dejado 14 años de mandatos conservadores.

“Entiendo que muchas de las decisiones que debemos adoptar son impopulares”, aseguraba el primer ministro británico a los miles de delegados que han asistido estos días al congreso laborista celebrado en Liverpool. “Si fueran populares, serían fáciles”, les advertía. “Pero lo cierto es que si tomamos ahora decisiones duras a largo plazo, si nos aferramos al propósito que impulsa todo lo que nos proponemos (…) llegaremos más rápidamente a la luz que hay al final del túnel”, ha prometido.

Hace ya más de 60 años que un periodista preguntó a Harold Macmillan, entonces el primer ministro conservador del Reino Unido (1957-1963), qué era lo que había condicionado más su mandato. La respuesta fue el ya famoso “events, my dear boy, events”, algo así como “los acontecimientos, mi querido joven”. Los partidos británicos utilizan sus congresos anuales (las conferences, como se las conoce), unos rituales que convocan al principio de cada curso político a centenares de periodistas y analistas, como plataformas para centrar su mensaje y lograr que sea escuchado por los ciudadanos.

Starmer necesitaba desesperadamente dejar atrás el escándalo de los trajes gratis, las primeras batallas internas de poder en el seno de su nuevo Gobierno, y la sensación de pesimismo sin esperanza producida por sus advertencias de rigor fiscal y “decisiones económicas dolorosas”. Todos ellos acontecimientos inesperados o, al menos, mal gestionados y peor explicados.

A juzgar por los aplausos de los delegados al congreso laborista, que han interrumpido en muchas ocasiones su discurso, Starmer ha logrado inyectar nuevo optimismo y orientación a sus bases, al menos temporalmente.

“Este es un Gobierno volcado en el servicio a la ciudadanía y eso quiere decir que, estemos o no de acuerdo, siempre os trataré con honestidad y franqueza, y no os intentaré confundir con bravuconadas y fanfarronerías”, prometía el primer ministro británico, para intentar contrastar su aparente seriedad y responsabilidad con el nefasto legado de los conservadores.

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“Nunca volveremos a cometer el riesgo que los tories cometieron, el de mostrar al resto del mundo que este país es incapaz de financiar apropiadamente las políticas que pone en marcha”, ha defendido.

La defensa del control de la inmigración

Starmer ha heredado de su predecesor en Downing Street, Rishi Sunak, un desafío que comparte con otros países europeos. Pero que el Reino Unido, después del Brexit, afronta en soledad: la inmigración irregular.

Los violentos disturbios callejeros que se produjeron por todo el Reino Unido cuando apenas había echado a andar el nuevo Gobierno laborista supusieron un desafío de notable envergadura para Starmer, pero también una oportunidad para distanciar su discurso y sus políticas de las de los conservadores. Esa voluntad de ver la inmigración con ojos compasivos y solidarios lograba poner en pie a los delegados del congreso y cosechaba los mayores aplausos.

“Nunca aceptaré la idea que difunden, no solo los sospechosos habituales, sino incluso personas que deberían estar más informadas, por la que se pone en el mismo lado a los millones de personas preocupadas por la inmigración con aquellos que destrozan comercios y mezquitas, intentan quemar vivos a los refugiados y pintan eslóganes racistas en las paredes”, proclamaba Starmer en Liverpool. “Este debate nunca versó sobre la valía de los inmigrantes. Eso es tóxico. Siempre ha girado en torno al control de la inmigración”, intentaba matizar el líder laborista.

A todos los que habían acudido hasta Liverpool en busca de un empujón de ánimo les ha bastado, a juzgar por las caras de los delegados y por el fervor de sus aplausos.

Alianza con el sector privado

Starmer ha prometido a los suyos, y a todos los ciudadanos, un Gobierno más reformista que revolucionario. Su mensaje iba dirigido en todo momento a las “clases trabajadoras”, pero con el mismo tono prudente y conservador que llevó a la victoria un cuarto de siglo antes a Tony Blair. “Debemos mostrarnos orgullosos de ser el partido de la creación de riqueza. Y no avergonzarnos en absoluto de la necesidad de aliarnos con el sector privado”, ha defendido el primer ministro. “Somos un partido que trabajará mano a mano con los empresarios (…) Este nunca debió ser un debate entre más reformas o más inversión. Necesitamos ambos. Pero os advierto: los trabajadores quieren un Gobierno firme, que reconstruya los servicios públicos y que retome el control”, proclamaba.

Los rehenes y las “salchichas”

En un discurso largamente preparado por la importancia que tenía para cambiar el tono político del país, Starmer solo ha cometido un lapsus al llegar al asunto que más ha dividido a su partido: la ofensiva de Israel en Gaza. Y ahora, la guerra en Líbano. “Vuelvo a reclamar un alto el fuego inmediato en Gaza, y el retorno de “las salchichas” (Starmer decía sausages en vez de hostages, salchichas en vez de rehenes)…”, un error que corregía de inmediato y que intentaban borrar los aplausos de los congresistas. “Vuelvo a mostrar mi compromiso con una solución de dos Estados: el reconocimiento de un Estado palestino que conviva al lado de un Israel con seguridad”, defendía el líder laborista.

La reclamación constante de ese cese de las hostilidades y la defensa de un futuro Estado palestino han servido para calmar uno de los debates más encendidos en el seno de la formación. Las escasas protestas convocadas en torno al congreso de Liverpool se centraban en ese conflicto.

Pero la principal preocupación de muchos laboristas era la falta de claridad en el discurso del nuevo Gobierno en la defensa de sus primeras decisiones. Las próximas semanas indicarán si Starmer ha sido capaz de poner fin a esa indefinición.

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