Los albores del Turismo
Todavía resuena en los oídos aquella expresión popular burlona que rezaba: «¿Dónde están?, ¿dónde están?, los turistas de Miolán». En clara señal de escepticismo frente al desarrollo de la industria sin chimenea, como se le designaba en la promoción que en aquel entonces realizaba, casi en solitario, el tenaz Director Nacional de Turismo, don Ángel Miolán. Eran los inicios de los años 70. Unos 67,000 visitantes extranjeros vinieron al país en 1970, aportando 16 millones de dólares, equivalentes al 7.7% del valor de nuestras exportaciones. Al finalizar la década, los visitantes extranjeros sumaron 481,000, los cuales, junto a unos 56,000 dominicanos no residentes que arribaron al país en 1979, sobrepasaron el medio millón (538,000), generando 130 millones de dólares y duplicando el coeficiente representado por el turismo en el conjunto de las exportaciones (15%). A lo largo de la década, el volumen de visitantes extranjeros creció a una tasa promedio anual de 25%.
¿Cómo era aquel turismo de los 70? El examen de los datos del año 79 nos ofrece un cuadro de algunas de sus características: el 60% de los extranjeros llegó por vía aérea, haciéndolo la casi totalidad (99%) por el Aeropuerto de Las Américas (AILA), mientras que el 40% arribó por vía marítima, distribuyéndose entre Puerto Plata (71%) y Santo Domingo (29%). Los otros puntos de entrada eran marginales: Santiago 1% de los arribos aéreos y La Romana 214 visitantes, de los cuales la mayor parte debió correspondía a ejecutivos de la Gulf & Western y relacionados, quienes llegaban en jets privados, ya que este conglomerado norteamericano era el propietario del Central Romana (CR) y desarrollaba en forma visionaria el complejo de Casa de Campo.
Predominaban los ciudadanos norteamericanos -incluyendo a los puertorriqueños-, quienes representaban el 79%, unos 381,000. Una de las actividades que mayor afluencia turística producía era el Festival del Merengue que atraía en especial a los boricuas. A su vez, los cruceros que tocaban puertos dominicanos se originaban en Miami. El segundo grupo nacional de quienes nos visitaban era el canadiense (14,641), seguido de venezolanos (10,226), españoles (6,778) y alemanes (5,565). Los europeos en su conjunto alcanzaban apenas el 6.5% del total.
Al inicio de la década del 70 la oferta hotelera se hallaba limitada a 1,305 habitaciones, consistente básicamente en los hoteles construidos por Trujillo en Santo Domingo (Jaragua, Hispaniola, Embajador), en algunas de las principales ciudades y en centros vacacionales (Matum, Guarocuya, San Cristóbal, Montaña, Nueva Suiza, Hamaca). Muchos de estos hoteles se hallaban en malas condiciones por falta de mantenimiento y por la depredación de sus inventarios realizada en los turbulentos años 60. Otros establecimientos privados, como el Comercial y el Mercedes, completaban la planta hotelera medianamente potable.
Con el impulso dado al turismo por la administración del Presidente Balaguer, fueron sumándose hoteles de mediano tamaño. En la capital, Napolitano, Cervantes, Naco, Continental, Comodoro, San Gerónimo, Hostal Nicolás de Ovando. Camino Real, en Santiago. Asimismo, se levantaron otros de mayor escala, como Montemar en Puerto Plata, construido por el Estado, parte del esfuerzo pionero para desarrollar ese polo en la costa Noratlántica. Sheraton, Santo Domingo, Lina y Plaza (hoy Dominican Fiesta), estos últimos en Santo Domingo. Pequeños guest houses operados por canadienses e italianos en Boca Chica fueron habilitados aprovechando el abandono vergonzoso que hizo la burguesía capitalina de sus inmuebles de descanso en ese balneario ideal, ante el auge de los destinos en moda La Romana y Puerto Plata-Sosúa.
La Romana emergió como un fuerte foco de atracción. La conversión del Club de empleados del Central Romana -situado en el hermoso paseo costanero de la zona residencial de los altos ejecutivos del ingenio- en Hotel Romana, fue el comienzo de una aventura que todavía no cesa, ideada por el genio del empresario vienés Charles Bluhdorn desde la plataforma de la multinacional Gulf & Western en Nueva York. La transformación de campos de caña y de paños de pastos en el complejo turístico cultural de Casa de Campo y Altos de Chavón, parecía una locura en una época de turbulencia política en la región del Caribe. De la cual no escapaba el país, que arrastraba la impronta de la traumática transición política signada por golpes de Estado, guerrillas, gobiernos de facto, guerra civil, ocupación militar extranjera y remonta revolucionaria durante los llamados 12 años duros de Balaguer.
En ese contexto, Bluhdorn y sus colaboradores -ejecutivos cubanos y dominicanos, artistas italianos y norteamericanos, profesionales y artesanos criollos- desarrollaron uno de los más originales proyectos dotado de campos de golf, de polo, de tiro, canchas de tenis, restaurantes, marina, aeropuerto y de la villa cultural Altos de Chavón, con su magnífico Anfiteatro y el Museo Arqueológico Regional. Más la innovadora Escuela de Diseño operada en asociación con la prestigiosa Parsons School of Art & Design de NYC. Un sentido sobrio y funcional en el diseño, consonante con los estilos residenciales de la alta gerencia del ingenio, caracterizó a las villas originales del proyecto.
El Estado, por su parte, asumió un papel dinámico en el fomento de esta actividad bajo la premisa de lograr 2 objetivos básicos: la captación de divisas para mejorar la situación de la balanza de pagos y la generación de empleo productivo, como lo consignó el Decreto No. 2536 de 1968 que declaraba el desarrollo del turismo materia de alto interés nacional. Ya actuando directamente a través de la Presidencia, como en el caso de las obras de infraestructura llevadas a cabo en Puerto Plata y Samaná, con la construcción de hoteles, avenidas, carreteras, puertos, aeropuertos, acueductos y conjuntos residenciales. Ya incentivando al sector privado a través de la Ley No.153 de Promoción e Incentivo del Desarrollo Turístico de 1971 y la creación de los fondos FIDE e INFRATUR en el Banco Central. Gracias a cuyo financiamiento se debió una buena parte de la expansión de la oferta hotelera surgida en los 70, que se elevó a 5,394 habitaciones en 1980.
Los promotores de aquel entonces, en adición a la Dirección Nacional de Turismo llevada a la categoría de Secretaría de Estado en 1979 bajo la administración de Antonio Guzmán, eran las agencias de viajes Vimenca, Prieto Tours, Dimargo. Siglas que resumen los nombres de pioneros del turismo dominicano como Víctor Méndez Capellán, Ramón Prieto y Diógenes Marino Gómez. La revista Bohío fundada por Luis Augusto Caminero y continuada por Rita Cabrer, el periódico Santo Domingo News editado por Danilo Vicioso, abrieron la trocha en el periodismo especializado.
Entonces, la saga turística apenas empezaba. Si los 70 fueron años de marcado escepticismo nacional ante las posibilidades de implantar un pujante sector turístico que contribuyera a modernizar la economía dominicana, aprovechando la ubicación equidistante del país en el corazón del Caribe, su verano soleado de 12 meses, la belleza de sus playas y montañas y las primicias históricas novomundistas -que se destacarían con motivo del Quinto Centenario del Descubrimiento de América y Encuentro de Dos Mundos a celebrarse en 1992-, la década del 80, definida como perdida en términos del desarrollo latinoamericano por la crisis de la deuda externa, representó una verdadera revolución en cuanto a la consolidación del turismo como generador de divisas, empleo productivo y eje dinamizador del resto de la economía vía los eslabonamientos sectoriales.
En apenas 20 años la República Dominicana se convirtió en el segundo destino turístico de la región del Caribe, sólo superado por Puerto Rico y seguido por Bahamas. Entre 1980 y 1992 el país captó la mayor proporción del crecimiento turístico de la región.
Mientras los 70 se caracterizaron por la acción promotora del Estado casi en solitario, prohijando la infraestructura, facilitando créditos blandos a los inversionistas y liberándolos de tributación mediante la Ley de Incentivo Turístico, los 80 mostraron una mayor participación de la empresa privada nacional y extranjera en las acciones del sector, mediante la apertura de hoteles, restaurantes y gift shops, la organización de vuelos charters y servicios de transporte terrestre, ampliando las facilidades al visitante.
En el colmo de la aventura empresarial, un joven promotor privado pionero, Frank Rainieri, tuvo la osadía de construir un aeropuerto internacional en Punta Cana, en el extremo Este de la isla, abriendo con esta iniciativa el acceso directo a los proyectos a localizarse en esa zona prácticamente deshabitada, atrayendo la inversión de grandes cadenas españolas y de otras nacionalidades. La eficiencia operativa de estas empresas bajo el modelo all inclusive permitió que el país ofreciera las tarifas más bajas de la región, consolidando uno de los pivotes de su competitividad.
Si en 1980 el total de turistas que arribó al país por vía aérea como marítima alcanzaba los 484 mil, 14 años más tarde el crecimiento de esta importante industria era tal que sólo por el Aeropuerto Gregorio Luperón de Puerto Plata llegaban 448 mil, a los que se les sumaban 81 mil dominicanos no residentes. Un millón 900 mil visitantes (1 millón 310 mil extranjeros y 596 mil dominicanos no residentes) ingresaron en 1994, para un incremento de 236% en el período en cuestión.
De los turistas ingresados por Puerto Plata el año 1994, los alemanes representaron el principal grupo nacional (33%), seguido por los norteamericanos (21%) y los canadienses (19%), dato significativo ya que estos 2 últimos grupos nacionales fueron los predominantes años atrás. En ese año, los europeos constituyeron el 58% de los turistas que arribaron a la costa Norte. De entre ellos, aparte de los alemanes, tuvieron cierto peso los ingleses (9%) y los españoles (6%). En cambio, los italianos, que tanto alboroto levantaban motivados por las hermosas mulatas criollas, llegaban sólo al 0.4%.
Apenas arrancábamos.