Fráncfort del Oder-Slubice: la ciudad en la frontera entre Alemania y Polonia que encarna el ideal de Schengen
Fráncfort del Oder y Slubice son más que ciudades hermanas. Una en el lado alemán del río Oder, la otra en el polaco, apenas las separan los 200 metros de un puente que se cruza en cinco minutos andando. En la práctica, en la vida cotidiana, son la misma ciudad. Es así para Marion Schmidt, de 66 años, recién jubilada, que relata cómo, pese a vivir del lado alemán, hace la compra semanal y sale a cenar fuera en el polaco. “Es mucho más barato y la calidad es muy buena, incluso mejor que aquí”, afirma entusiasta en una parada durante su paseo diario por la ribera del Oder.
Empleados que residen en un país y trabajan en el otro; empresas que funcionan indistintamente a lado y lado de la frontera; niños que van al colegio en la otra orilla… La vida diaria en esta ciudad transfronteriza encarna como pocas el espíritu de Schengen, el tratado que consagró la libre circulación de personas y mercancías entre los Veintisiete. Hasta hace unos meses, la frontera aquí era poco más que una línea dibujada en un mapa. Ahora hay obstáculos. Alemania decidió en octubre del año pasado instalar controles en las fronteras del este para frenar la migración irregular. Este lunes los ha extendido a sus nueve lindes, en un movimiento que ha indignado a algunos de sus vecinos y preocupado a toda la UE ante el temor de que pueda herir de muerte uno de los grandes pilares de la arquitectura europea.
Boris cruza el puente en dirección a Alemania con dos cartones de tabaco en la mano. “¿Que si es más barato? ¡La mitad! Ahí, nada más cruzar el puente, tiene un estanco. Aproveche”, recomienda casi sin pararse. Tiene prisa; se le acaba la pausa del mediodía en el trabajo. Le da tiempo a indicar que la policía de fronteras, que ha instalado una enorme carpa blanca en la parte alemana del puente, nunca le ha pedido la documentación en estos meses. “A los que cruzamos a pie casi no nos paran; a algunos coches sí, y a casi todos los autobuses y las furgonetas grandes”, explica.
A ambos lados del Oder hay carteles con el nombre de los dos municipios y una leyenda en dos idiomas: “Ohne Grenzen, Bez granic”. Es decir, “sin fronteras”. No siempre fue así. Las dos ciudades ―la polaca, de 17.000 habitantes; la alemana, de 57.000― se dieron la espalda más de 60 años, pese a haber sido una sola antes de la II Guerra Mundial. Tras el conflicto quedaron separadas por la línea Oder-Neisse, trazada por los vencedores como demarcación provisional entre Polonia y Alemania.
“Costó mucho unir las dos ciudades de nuevo, que quedaron separadas entre países enemigos en la II Guerra Mundial, y tememos que los controles fronterizos erosionen ese esfuerzo”, asegura Uwe Meier, portavoz del Ayuntamiento de Fráncfort del Oder. Los municipios constituyen una doppelstadt, una ciudad doble. Un concepto teórico que aquí se traduce en una estrecha colaboración para proporcionar servicios comunes a sus habitantes. “Compartimos el suministro de calefacción y varias líneas de autobús, entre otras muchas cosas”, explica Meier, que atiende a EL PAÍS en el edificio de finales del siglo XIII que alberga el Ayuntamiento del municipio.
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Las ciudades comparten también una planta de tratamiento de aguas residuales y servicios de guardería a los que asisten niños de uno y otro lado. “Los controles dificultan esa colaboración”, apunta Meier, que reconoce, sin embargo, que buena parte de los ciudadanos está a favor. Schmidt, la señora que cruza a Polonia a hacer la compra, está de acuerdo. “No me parece mal que se vigile quién entra en Alemania y si tiene derecho o no a estar aquí”, asegura. “Creo que podemos aguantar la pequeña incomodidad de tener que identificarnos”.
Las inspecciones de este lunes, primer día que estuvieron activos en todas las fronteras del país, no ralentizaron demasiado el tráfico. Los agentes detenían aleatoriamente a algunos vehículos, pedían documentación y revisaban maleteros. “No suelo cruzar, pero mi marido sí lo hace, y le paran de vez en cuando. Tiene el pelo oscuro y barba, no sé si tendrá algo que ver”, asegura Sonja Priebus, profesora en la Universidad Europea Viadrina. “Tenemos estudiantes extranjeros o de origen foráneo que cuentan que a ellos sí suelen pedirles la documentación”, añade.
La Policía Federal ha advertido de que los controles no van a ser infalibles porque falta personal para cubrir todas las posibles vías de entrada. Los sindicatos policiales explican que solo pueden hacerlos de manera esporádica y que la experiencia en la frontera oriental demuestra que los traficantes de personas simplemente cruzan por rutas que saben que no están vigiladas. En el Ayuntamiento de Fráncfort del Oder confirman que solo hay que ir unos kilómetros más al norte, o al sur, para encontrar carreteras sin presencia policial.
Los controles existentes en las fronteras con Polonia, República Checa, Austria y Suiza ya han supuesto la devolución de unas 30.000 personas desde octubre de 2023, según datos del Ministerio del Interior. Fueron rechazados si no llevaban documentos válidos o si no pedían asilo. La oposición conservadora de la CDU exige al Gobierno alemán que ponga en marcha rechazos generalizados de todos los solicitantes de asilo, algo que la coalición de Olaf Scholz rechaza por considerarlo ilegal.
“Como recalcamos una y otra vez, [los controles] se llevan a cabo con flexibilidad, dependiendo de la situación, que se evalúa de forma continua. Por tanto, no hay controles generales. No hay un policía federal en cada paso fronterizo para detener todo el tráfico. Tampoco hay fronteras cerradas, como se ha llegado a sugerir”, explicó una portavoz del Gobierno este lunes en rueda de prensa ordinaria. “Las fronteras están abiertas y se realizan inspecciones, como siempre hacemos […] con registros específicos para combatir la delincuencia transfronteriza y limitar aún más la inmigración irregular”, añadió.
Algunos de los vecinos de Alemania han criticado abiertamente la decisión de Berlín. Austria, que celebra elecciones a final de mes con el partido ultra FPÖ liderando las encuestas, anunció inmediatamente que no aceptaría a ningún migrante que Alemania rechazara. El primer ministro polaco, el liberal conservador Donald Tusk, calificó la decisión de “suspensión de facto a gran escala del espacio Schengen” y anunció que iniciaría “consultas urgentes” con los otros ocho países directamente afectados.
El miedo que recorre a la UE es que la espita que ha abierto Alemania, un país en el corazón de Europa, el miembro de la UE con más lindes terrestres, provoque un efecto dominó y todos empiecen a reforzar sus controles fronterizos. Acosado por el auge de la ultraderecha, el Gobierno de Scholz justifica la medida —prevista en principio para seis meses— en la presión migratoria y el riesgo de terrorismo islamista. La amenaza a Schengen es evidente, y se percibe también en la ciudad doble de Fráncfort-Slubice. Nada más cruzar al lado polaco, el nombre del primer negocio recuerda lo que ha significado Schengen para este territorio: “Pizzería Europa”.