Migración: Los dominicanos también emigran

Migración: Los dominicanos también emigran

Desde que Adán y Eva fueron expulsados del paraíso, la búsqueda de mejores condiciones de vida, recursos y oportunidades ha llevado a los seres humanos a cruzar ríos, desiertos, montañas y océanos. La llegada de nuevos grupos a territorios ya habitados ha facilitado el intercambio de culturas, conocimientos y tecnologías, pero también ha generado grandes disputas por los recursos y el poder.

Aunque nadie pidió nacer, todos reivindicamos el derecho de vivir y progresar en este planeta. Y con una población mundial superior a los 8.200 millones de habitantes, las grandes desigualdades en la distribución del desarrollo económico producen movimientos migratorios que, al irrespetar leyes, políticas y fronteras nacionales, se van convirtiendo en desafíos de dimensiones planetarias y consecuencias imprevisibles.

La República Dominicana es una de esas naciones donde la mayoría de las familias tienen un bisabuelo, abuelo o padre que vino de otra tierra, o un pariente cercano que a otro país partió. Porque aquí, solo en el último medio siglo, los que han llegado y los que se han ido, suman millones.

A pesar de los medios disponibles, emigrar sigue siendo un proceso complejo y multifacético.  Aquellos con muchos recursos suelen ir a donde desean y ser bien recibidos, incluso cuando llevan consigo un certificado de mala conducta. Los que tienen menos van a donde su suerte, coraje y limitados recursos les permiten. Aunque los emigrantes dominicanos ya no huyen de la represión, la violencia o el hambre, todavía hay quienes cruzan en yola a Puerto; o se unen a grupos que intentan ingresar a Estados Unidos desde México; o viajan a algún país desde el cual puedan saltar a Europa Occidental. Ya no se dirigen a Venezuela sino al Cono Sur. Invierten sumas considerables. Sufren numerosos fracasos. Y se producen demasiadas muertes.

Independientemente de cómo y a donde lleguen, una vez en su destino, pronto descubren que no arribaron al paraíso. Como la mayoría de los emigrantes, para sobrevivir hay que hacer lo que aparezca. Y para la mayoría, lo que aparece son trabajos que los nacionales no quieren realizar. Además de la dureza del trabajo, deben soportar las trampas de muchos empleadores, especialmente si son indocumentados. También enfrentan el trato desconsiderado que se suele ofrecer al inmigrante pobre, que llega de un país en desarrollo, con su cultura a cuestas y los bolsillos vacíos.

No obstante, una vez cruzado el charco, por necesidad o por vergüenza, resisten. Se las arreglan para acceder a los servicios públicos. Descubren mecanismos para regularizar su situación. Encaminan esfuerzos hacia una reunificación familiar que arrastra muchísima gente. Y poco a poco, apoyándose mutuamente, conquistan espacios y consolidan comunidades donde ´´lo dominicano´´ se hace valer.

Se organizan en términos políticos. Financian los partidos. Participan en los procesos electorales tanto aquí como allá. En ambos lugares, ganan posiciones electivas y nombramientos. Celebran las fiestas de la patria con grandes desfiles y despliegues de banderas. Y reciben en actos públicos a lideres y personalidades dominicanas, incluyendo a presidentes y expresidentes. Curiosamente, nadie les recrimina por haber emigrado o por permanecer de manera irregular en tierra ajena. Y en vez de pedirles que regresen, algunos les recomienden, con la debida discreción, que regularicen su estatus y obtengan la ciudadanía, para que puedan disfrutar de los beneficios de la doble nacionalidad.

Los emigrantes dominicanos han progresado. El acceso a servicios de salud y educación ha abierto grandes oportunidades para los más jóvenes. Pero todavía la mayoría pertenece a los grupos de menor ingreso de los países donde residen. Sin embargo, trabajando arduamente y modestamente viviendo, ahorran para apoyar a los que dejaron atrás, visitar su país y preparar un retorno que pocas veces se concreta. Sus idas y venidas han ayudado a superar el aislamiento que vivió el país. Los miles de millones de dólares y euros que remiten, en efectivo y especie, constituyen uno de los grandes pilares sobre los cuales ha descansado el largo periodo de estabilidad política y crecimiento económico que ha disfrutado la República Dominicana.

Esa estabilidad y ese crecimiento han transformado al país en un destino muy atractivo para nuestros vecinos empobrecidos; sin embargo, no han sido suficientes para reducir el deseo de emigrar entre los dominicanos. Una encuesta revela que, si tuvieran la oportunidad, cerca de la mitad se irían. Y aunque implica cruzar el charco, muchos están dispuestos a arriesgar su vida y fortuna para cumplir ese sueño. Las migraciones podrían representar el mayor desafío que enfrenta el país hoy en día. Por eso es tan importante recordar que, los dominicanos también emigran.

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