Las iraníes sin velo mantienen el desafío al régimen pese a la represión dos años después de las protestas

Una furgoneta blanca con una franja verde enfila una calle de Teherán mientras dos adolescentes sin hiyab se esconden detrás de un cajetín eléctrico. El vehículo se detiene y varias agentes de la policía de la moralidad en chador, el sayo que cubre de la cabeza a los pies, se abalanzan sobre ellas. A una la introducen en la furgoneta. La otra se resiste. Hasta cuatro policías le tapan la boca y la nariz, la agarran por el cuello y la cabeza y la arrastran por el suelo, dándole tirones del pelo, hasta subirla en el vehículo. “Déjenla, por el amor de Dios, es solo una niña”, les increpó una transeúnte, según ha relatado después la madre de la adolescente. La protagonista de esta escena, reflejada en un vídeo viral en Irán, grabado el 21 de junio, se llama Nafas Haji Sharif. Tiene 14 años.

Hasta mediados de agosto, al menos 620 iraníes habían sido detenidas por no llevar velo bajo la llamada “Operación Noor (Luz)”, anunciada en abril por el jefe de la policía, Ahmadreza Radan, según la organización de derechos humanos iraní HRANA. Es un dato seguramente inferior al real, pues esa operación es solo una más de las realizadas en los últimos dos años por la República Islámica de Irán para reprimir al creciente número de mujeres y niñas que han adoptado el gesto de desobediencia civil de prescindir del velo obligatorio por ley desde los nueve años.

Muchas iraníes —algunas veladas— llevaban décadas combatiendo la imposición de esa prenda, exponente de una legislación y una práctica social misógina que las subordina de por vida a la autoridad de un hombre y pilar ideológico de un régimen que ha utilizado ese símbolo religioso como herramienta de control social de la mitad femenina de la población. Esa lucha, sin embargo, alcanzó hace dos años un punto de no retorno a causa de la represión de las manifestaciones desatadas por la muerte, el 16 de septiembre de 2022, de Yina Mahsa Amini, una joven de 22 años que tres días antes había sido detenida en Teherán por llevar el hiyab de forma “inapropiada”. Horas después, lo que empezó como una jornada de compras por su inminente cumpleaños para esta mujer kurda terminó con ella saliendo en ambulancia de una comisaría en muerte cerebral. Según la Misión de Investigación Independiente de la ONU sobre Irán, después de sufrir una paliza de la policía.

Dos años después de la violenta respuesta oficial a las protestas —al menos 551 manifestantes murieron, algunos a balazo limpio; otros 60.000 fueron detenidos y nueve, ahorcados, según la ONU— Irán está “intensificado sus esfuerzos para suprimir los derechos fundamentales de las mujeres y las niñas y aplastar las iniciativas de activismo femenino”, reza un comunicado de esa Misión. Ante “el auge del activismo femenino en Irán”, corrobora la ONG HRANA, la “respuesta” es el “agravamiento de la represión gubernamental”.

Las fuerzas de seguridad en Irán han redoblado en estos dos años, censura la Misión de la ONU, “los patrones preexistentes de violencia física, incluyendo golpes, patadas y bofetadas a mujeres y niñas” sin hiyab, precisa el comunicado. Las autoridades “han reforzado la vigilancia del cumplimiento del hiyab”, utilizando las cámaras de tráfico y hasta drones. Una iraní sin velo fue incluso condenada a lavar cadáveres en un cementerio en 2023. Una ley, la del Hiyab y la Castidad, que aumenta las penas de cárcel por ese motivo hasta cinco años, está en su fase final de aprobación.

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La ofensiva judicial prosigue también. Con un salto cualitativo: el incremento de condenas contra mujeres activistas. Esas penas, en teoría no relacionadas con el velo, constituyen una “represión de la disidencia” femenina, que “se extiende a la imposición de penas de muerte como forma de represalia”, censura HRANA. El 4 de julio, la sindicalista Sharifeh Mohammadi fue condenada al patíbulo por “rebelión armada”. Ese mismo mes, la feminista Pakhshan Azizi corrió la misma suerte por su supuesta pertenencia a grupos armados kurdos. Otras 15 mujeres, estas de la perseguida minoría religiosa bahaí, habían sido condenadas en mayo a un total de 75 años de cárcel, acusadas de “propaganda contra el sistema”. El motivo es que daban “clases de música y de refuerzo escolar”, sostiene la activista hispanoiraní Ryma Sheermohammadi.

“El Gobierno iraní sigue enfrentándose a un importante descontento”, explica desde Washington Naysan Rafati, analista principal para Irán del centro de estudios International Crisis Group, motivado en gran parte por “sus restricciones contra las mujeres, la falta de libertades sociales y políticas, las tensiones económicas y un sentimiento de discriminación especialmente agudo entre las minorías religiosas y étnicas”. El nuevo presidente de Irán, el moderado Masud Pezeshkian, “reconoció algunos de estos agravios durante la campaña”, continúa Rafati, “pero no está nada claro que su Administración pueda abordarlos”.

Una única ministra

La cuestión del velo se considera precisamente un indicador del margen de maniobra del presidente frente al poder casi omnímodo del líder supremo, Ali Jamenei, y de la Guardia Revolucionaria. Pezeshkian prometió en un mitin eliminar “si le era posible” la policía de la moralidad. Esa promesa sigue siendo solo eso. La composición de su Gobierno, conocida en agosto, no alienta tampoco las esperanzas. En él, solo figura una ministra: Farzaneh Sadegh, en la cartera de Carreteras y Desarrollo Urbano.

El ministerio del que depende la policía, Interior, tiene como nuevo responsable a Eskandar Momeni, un comandante de la Guardia Revolucionaria conocido por apoyar los arrestos de mujeres sin pañuelo. La implicación de Irán en el conflicto en Oriente Próximo ha desdibujado, además, la ya moderada presión exterior sobre Irán y sus autoridades respecto a la violación de los derechos de las mujeres. La atención de la comunidad internacional se ha centrado este verano en la posible represalia de Irán contra Israel por el asesinato en Teherán de Ismail Haniya, el líder político de Hamás, el 31 de julio.

Pese a todo, “el cambio cultural y social en Irán es irreversible”, afirma la activista Sheermohammadi. Irán “no es el mismo que hace dos años”, subraya. “Incluso en los barrios pobres y conservadores del sur de Teherán, mujeres sin velo salen a correr —otro tabú roto— incluso con sus parejas, algo impensable antes”, sostiene citando el testimonio de mujeres de su entorno en la ciudad.

Para el historiador iraní Arash Azizi, autor de What Iranians Want: Women, Life, Freedom (¿Qué quieren los iraníes? Mujeres, Vida, Libertad), las “millones de iraníes que siguen practicando la desobediencia civil al no cubrirse el cabello”, son el “cambio más duradero” de estos dos años. Las “reivindicaciones” de los manifestantes de una vida para las mujeres “sin las restricciones draconianas de la República Islámica”, de “libertades básicas y de una vida normal” se plasmaron en su opinión en ese antiguo eslogan kurdo, que se convirtió en el lema de las protestas, y al que alude en el título de su libro: Mujer, vida, libertad.

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