Una mordida canina
De repente la comunidad haitiana en los Estados Unidos se ha convertido en noticia, prueba al canto del largo recorrido de los bulos. Arrancó con una información desmentida por las autoridades municipales de Springfield, Ohio: que los naturales del vecino país se comían las mascotas felinas.
Comprobada la falsedad pero arrinconado por las embestidas retóricas de Kamala Harris, Donald Trump resucitó el embuste en el debate reciente de los candidatos presidenciales norteamericanos. Les añadió perros y cuantas especies caben en la categoría doméstica a los gatos.
¿Haitianos escarnecidos en la conversación pública estadounidense? Que no se cante victoria en el patio y perdamos de vista que la patraña de Trump equivale a la dentellada de un cánido apestado.
Lo del diente en las mascotas como preferencia haitiana tiene aristas que nos dañan. Hay más dominicanos que connacionales de L´Ouverture en la patria de Lincoln. Todo es parte de una construcción amañada de la realidad para presentar a la inmigración como una grave amenaza. El candidato republicano se monta en la fobia inducida contra los expatriados pobres, poco importa si legales o no, para ganar votos. La rabia xenófoba es guiso más nauseabundo que uno de perros y gatos: envenena el espíritu y fomenta la violencia.
Haitianos, venezolanos, mexicanos y dominicanos de piel tostada cabemos todos en la falacia racista que describe al inmigrante como vicioso y criminal. Con Trump en la Casa Blanca, aumenta el riesgo de razias contra las comunidades de extranjeros y de deportaciones masivas, indiscriminadas. Sorpresa ninguna, porque el odio figura con notas escandalosas en la parla trumpista.
Y como los haitianos, también nosotros provenimos de un país de mierda, según el entendimiento torpe del candidato convicto.