La reconstrucción sigue ausente un año después del terremoto en Marruecos
“Es inconcebible que un país que se dispone a organizar una Copa del Mundo de Fútbol tolere este sufrimiento”, reflexiona en voz alta el campesino Said Ait Mehdi, de 32 años, ante los restos de su casa en Tadafel, donde la mitad de las viviendas resultaron destruidas por el terremoto que golpeó el Alto Atlas en 2023. Los montañeses bereberes siguen aislados un año después del seísmo, en un Marruecos que parece avanzar a dos velocidades. Es posible recorrer en tres horas y media los 325 kilómetros que separan Rabat de Marraquech, pero lleva casi el mismo tiempo atravesar el centenar de kilómetros que distan desde la ciudad imperial del sur hasta esta arcadia pastoral convertida en una pesadilla de ruinas y tiendas de campaña para una gran parte de sus 350 habitantes. Enclavada entre los municipios de Talat N’Yakub y Aghil, en el epicentro del terremoto de 6,8 de magnitud que hace un año causó casi 3.000 muertos, sacudió 170 poblaciones y dañó cerca de 60.000 viviendas, nadie parece acordarse de Tadafel.
Said Ait Mehdi perdió en el cataclismo a su tío y a un sobrino, con quienes compartía casa. Otros dos familiares fueron rescatados con vida entre los escombros. “Vivimos en una crisis material y psicológica permanente”, sostiene este hombre de las montañas que emigró a Casablanca, donde se ganaba la vida como cocinero para poder mantener a su mujer y a sus dos hijos. “Varios vecinos estamos excluidos de las ayudas a la reconstrucción”, lamenta frente a las ruinas de su vivienda. “Al principio recibimos una ayuda de 2.500 dirhams (230 euros) mensuales, pero se cortó al cabo de seis meses”.
El Gobierno informó el lunes de que se había completado la reconstrucción de un millar de viviendas, entre las más de 56.000 que tiene registradas para ser reedificadas o reparadas. También aseguró que 63.862 familias, el 97% de las afectadas, habían recibido ayudas oficiales. Amín Bouich, miembro del equipo de ingenieros que dirige los trabajos de reconstrucción en la provincia de Al Hauz, la más golpeada por el seísmo, del Atlas achaca los retrasos a “problemas de accesibilidad” en una región con cumbres de 4.000 metros, valles tortuosos y profundos desfiladeros.
La principal carretera que atraviesa esta zona del Alto Atlas, la Nacional 7, sigue en obras un año después del terremoto, aunque ha sido abierta al tránsito este verano. “Antes de fin de año se habrán terminado otras 12.000 casas”, asegura el ingeniero Buich. Sus explicaciones coinciden con las del Gobierno, pero no concuerdan con las observaciones sobre el terreno. El número de casas destruidas por el terremoto que no han sido demolidas y retirados sus restos es más elevado que el indicado por los datos oficiales: un 90% del total. “Las viviendas situadas en las llamadas zona rojas, consideradas inestables por los geólogos, no van a ser reconstruidas en ningún caso”, puntualiza, para justificar la ausencia de las excavadoras entre los escombros de las aldeas.
“Nos han olvidado. El Estado no se acuerda de nosotros”, se queja Ali Ait Buluyor, de 62 años, de la provincia contigua de Tarudant, quien junto a Said Ait Mehdi forma parte de la llamada Coalición de las Montañas, asociación que ha organizado protestas para reclamar ayudas oficiales, como la que ha sido convocada este domingo en Rabat ante la sede del Parlamento de Marruecos. Este colectivo considera que una tercera parte de los afectados por el seísmo ha quedado fuera de los programas de subvenciones públicas.
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“Ya hemos vivido este año bajo la nieve en tiendas de campaña y se aproxima un nuevo invierno. Hace tanto frío en nuestra aldea, en Ida Dublar, municipio de Talgazut, que tenemos que dormir bajo un montón de mantas”, refiere en Talat N´Yakub, sentado en una silla de ruedas, este antiguo vendedor de frutas y verduras. Ahora malvive de la agricultura junto a los siete miembros de su familia. “No hemos obtenido nada, a pesar de las peticiones que hemos presentado ante funcionarios y altos cargos del Estado. No hemos recibido aún una respuesta de las autoridades”, admite con pesar. “Nos dicen que solo hay fisuras, pero nuestra casa es inhabitable y se va a desmoronar”.
Las quejas de los ciudadanos que denuncian haber sido excluidos de los planes de reedificación —80.000 dirhams (7.300 euros) para rehabilitación parcial y 140.000 dirhams (13.000 euros) para reconstrucción completa— son cuestionadas por la Administración. “Solo se conceden a los residentes en las poblaciones, y no a propietarios que no las habitan de forma permanente porque trabajan en otras zonas”, advierte el ingeniero Buich.
El Gobierno dice haber presupuestado 11.000 millones de euros para la reconstrucción, donde se incluyen unas 55.000 casas en diferentes fases de tramitación de los subsidios. Ha habido fondos incluso para alimentar al ganado, aseguraba el lunes un comunicado oficial, y se han reabierto 111 escuelas para el curso escolar que acaba de comenzar y 42 centros de salud. De estos fondos proceden las ayudas directas de 2.500 dirhams mensuales. Said Ait Mehdi recuerda que esas ayudas van a acabar este mismo mes, y que son muchas las familias que no las han percibido.
El paisaje batido por el viento del Alto Atlas sigue roto por el cataclismo del 8 de septiembre de 2023. Los restos de casas de adobe y piedra jalonan una carretera que bordea precipicios entre bancales de almendros y avellanos. Hay cultivos de maíz junto a los riachuelos de los valles. Los niños juegan al fútbol. Las mujeres caminan. Los hombres atraviesan las pistas de montaña cabalgando motos de fabricación china sobre un escenario de desolación.
Nadie ocupa las ardientes tiendas de campaña durante el día, pero en las cabañas y barracones se observa cierta agitación urbana. Talat N’Yakub, la capital comarcal, se ha transformado en una especie de poblado de pioneros de la fiebre del oro. Parece el fin del mundo, pero hay peluquerías abiertas en plena noche dentro de un contenedor iluminado por neones. En la zona cero del seísmo, casi todo ha quedado arrasado para volver a empezar desde el principio.
El concurrido café Ymmy, en el mismo lugar sobre el que se alzaba hace un año, la oficina de correos, el banco postal, un centro sanitario… todo está en instalaciones prefabricadas. “El epicentro del seísmo, convertido en un barrio de chabolas”, definen medios marroquíes como Le Desk la nueva Talat N´Yakub en sus informaciones sobre el aniversario del terremoto. Hace una semana se desarrolló una inusual protesta ciudadana contra la lentitud de los trabajos de reconstrucción.
En una curva de la carretera que sale de Talat N´Yakub, Taurirt aparece como un pueblo completamente destruido en las faldas del monte. Aquí no habrá reconstrucción, valle abajo ha surgido un asentamiento de viviendas prefabricadas. De regreso desde la capital comarcal, a punto ya de anochecer, Malika el Bisem, viuda a los 26 años, ha recorrido a pie cinco kilómetros desde la aldea de Talacoret, 80 vecinos, peñas arriba. Lleva en brazos a Leila, de dos años, la menor de sus dos hijas para transmitir este desesperado mensaje: “He perdido mi casa y aún no he recibido nada del Gobierno. Las listas están cerradas y ya no hay esperanza. Solo pido poder llevar a esta niña a un hospital de Marraquech para que pueda ser intervenida en el paladar. Suplico ayuda a quien pueda ofrecerla. Ahora solo me echa una mano mi hermano, que cuida cabras en las montañas”.
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