La desinformación como recurso
En política, como en la vida, mentir no debería valer. No ocurre así. Nuestra permisividad alienta a la mentira a inundarlo todo. La leemos a diario en medios impresos y la escuchamos en la incontable cantidad de programas audiovisuales en los que, además de la falacia, se enseñorea la ignorancia procaz.
A sus propaladores no se les mueve un pelo. Están convencidos de que la consoladora frase que atribuye a la mentira tener patas cortas es solamente eso, una frase que yace desarticulada en el escenario mediático.
Un estudio de 2018 realizado por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) documenta que las noticias falsas en la red X (antes Twitter) recibían un 70 % más retuits que las informaciones veraces. Los seis años transcurridos desde entonces han dejado estos datos obsoletos. La viralización de los bulos encuentra cada vez mayor respaldo en el cinismo de las plataformas, comprometidas con posiciones de extrema derecha y su conspiracionismo anejo.
El aturdimiento social que provoca la viralidad tiene ventajas añadidas: el autor del infundio puede renunciar a la propia memoria. Olvidar lo que ha dicho en el pasado y que ahora contradice o niega, sobre todo cuando toca temas sensibles para el país como el haitiano. Pero el olvido selectivo merece consideración aparte.
Hace unos días, un medio local azuzó el avispero neonacionalista al publicar que el 67 % de los hijos de madres haitianas nacidos en la red hospitalaria pública son registrados como dominicanos. Juega con las cifras y escamotea mencionar, así fuera de pasada, los requisitos y filtros de la inscripción del neonato en el registro civil. Mutis, desde luego, sobre el libro de extranjería y su finalidad.
Este tipo de construcción noticiosa no es ajeno a la cotidianidad informativa criolla. Sin creer ni por asomo en el manido apostolado del periodismo, se echa en falta un poco más de rigor en quienes lo ejercen y menos aprovechamiento de la estulticia ambiente para fomentar prejuicios.
Desmentida por la Junta Central Electoral con base en datos oficiales, el efecto de la distorsión informativa fue potenciado por el expresidente de ese organismo Roberto Rosario, dirigente de la Fuerza del Pueblo, mediante el desplazamiento de la responsabilidad sobre la presunta inscripción fraudulenta. La culpa no recae sobre la JCE, dijo, sino sobre los hospitales que, en ausencia del libro de extranjería, otorgan una certificación de nacido vivo con la que esos niños pueden ser inscritos como dominicanos en el registro civil.
No ofrece datos concretos ni fuente, generaliza. Al fin de cuentas, su real interés es insistir en el cuco de la disolución de la identidad dominicana (algo que todavía los neonacionalistas no han dicho con qué se come), y denunciar la escabrosa injerencia de poderes extranjeros frente a los cuales se puso capa de héroe.
Termino como comencé: en política, como en la vida, mentir no debería valer. Pero, agrego, esperarlo es pedir peras al olmo.