El uso del celular
Todos lo hacen. En España también. Los lituanos y los letones. Los holandeses en la vieja Amsterdam, por no hablar de los finlandeses. La gente en la vieja Siam, hoy Tailandia, lo hacen, incluyendo a los gemelos siameses. Algunos argentinos sin medios; y la gente dice que, en Boston, ¡hasta los frijoles! Incluso las medusas perezosas lo hacen y debo agregar a las anguilas eléctricas. Los peces dorados en la intimidad de las peceras lo hacen. ¿Se acuerdan de Burbujas de amor, del insigne Juan Luis Guerra?
Nada extraño ni nuevo. Son letras de una vieja canción de Cole Porter: Let´s Do It (Let´s Fall in Love): Hagámoslo (Enamorémonos).
En la República Dominicana dejamos de ser la excepción y, sin rubor alguno, lo hacemos. Pobres y ricos, empleados y desempleados. Los vendedores ambulantes y los agentes de la Digesett cuando dirigen el tránsito o, mejor dicho, crean unos entaponamientos kilométricos.
Vas al banco y la chica que te recibe también lo hace. Los cajeros se las arreglan para hacerlo discretamente. Ni hablar del portero ni de los guachimanes. Lo vi en la toma de posesión del presidente, y en un concierto en el mismo lugar: el solemne Teatro Nacional.
Lo hacen en conferencias sobre los temas más complicados, escondidos en los baños públicos y mientras Abinader da su rueda de prensa semanal. O cuando el sacerdote o el pastor amonestan a la feligresía. El mismo comportamiento en la mesa familiar y, con preocupante frecuencia, conduciendo detrás del volante. ¿Qué no? ¡Lo hacen a diario y hasta he visto en lo mismo a los motoristas de la plaga cotidiana!
Sí, usan el celular e ignoran a todos y todo.