Thais Herrera: la primera dominicana en llegar a la cima del Everest
El sol ya se había escondido y, con esto, dejó una oscuridad que se apoderó de la montaña. Llevábamos unas horas en el campamento 4, dentro de las tiendas de campaña, esperando el momento para salir, decididos a alcanzar la cumbre de la montaña más imponente del planeta.
En el campamento 4 uno no descansa. Allí no se duerme. No solo por las condiciones climáticas, también por la emoción. El cerebro, en esa situación, empieza a imaginar todos los escenarios posibles. En mi caso, me veía en la cima. Nos faltaba muy poco para lograrlo y los expedicionarios lo sabíamos.
Sobre las once de la noche, salimos de nuestras tiendas y empezamos a escalar. Estaba oscuro, hacía frío, pero era muy bonito. Además, me sentía muy bien. Las luces de nuestros frontales iluminaban el camino, formando una línea de puntitos brillantes en la montaña. La luna se presentaba casi llena, por lo que no se veían tantas estrellas.
Un paso, dos, tres, cuatro… Estaba concentrada en la escalada y en conservar la energía. Me sentía bien. Paul también. Todo indicaba que el ascenso iba a ser exitoso, pero no podíamos confiarnos. No en el Everest. Del último campamento hasta la cima había unas 8 horas de escalada, por lo que todavía faltaba un mundo.
Fue entonces cuando llegamos al primer punto clave: el balcón. Es una zona muy icónica donde me alegré muchísimo por llegar. Me sentí muy contenta, pues no imaginé que íbamos a alcanzarlo tan rápido. Históricamente lo llamaron balcón porque es como una plataforma que sobresale un poco de la montaña y parece un balconcito.
Dejamos atrás el balcón y recorrimos una arista, atravesando unos escalones grandes de roca con nieve acumulada. En ese momento, como tenía por costumbre, empecé con mis agradecimientos mientras caminaba. Con cada paso, estaba enfocada en eso: Gracias, gracias por esta oportunidad, gracias porque estoy sana, gracias porque estoy aquí… Y empezamos a disfrutar de un amanecer hermoso.
Con los primeros rayos de sol, llegamos a la cumbre sur. Allí fue la única vez que le dije a Paul que parecía que lo íbamos a lograr.
La tricolor está en la cumbre
Desde la cumbre sur aún no se veía la cima, pero sabíamos que estaba cerca. Seguimos escalando, paso a paso, intentando detenernos lo menos posible. Llevábamos un buen ritmo y las horas de travesía no se hacían muy pesadas. En ese momento, la máscara de oxígeno era imprescindible y respiraba con tranquilidad.
Ya era 22 de mayo de 2024. Paul, nuestros sherpas y yo, estábamos en la fila escalando al compás. Entonces, a unos metros del punto más alto, me sacaron de la hilera, por la derecha, y llegamos a la cumbre, donde estaba el resto del equipo. Todo el peso de la expedición adquirió un sentido distinto: la aclimatación en Ecuador, la llegada a Katmandú y las primeras horas en Nepal; la larga espera en Langtang en la que no sabíamos cuándo nos iban a dejar empezar, la estancia en el campamento base… Sentía muchas emociones: alegría, satisfacción, orgullo, agradecimiento… La sensación era increíble. Miré a mi alrededor, tratando de aprovechar cada segundo en la cima del mundo. Sabíamos que podíamos estar allí un máximo de diez minutos. Abracé a Paul, luego a mis compañeros, y nos hicimos una foto de grupo. Los austríacos, padre e hijo, ya habían jugado la partida de ajedrez en la cima. Me agaché y cogí un poco de nieve de la cumbre. Quería llevar agua de la cima a mis familiares y amigos. El día estaba bellísimo, despejado. Pudimos ver un poco la curvatura de la tierra en el horizonte. Nos sentíamos pequeñitos en medio de aquella inmensidad.
Saqué la bandera de República Dominicana con una alegría inmensa. Luego, en medio de toda esa emoción, busqué el satelital y lo encendí. Me quité los guantes para escribir un mensaje breve. Volví a ponérmelos porque hacía mucho frío y los dedos sentían el aire gélido. Pero tuve un pequeño remordimiento: el mensaje era muy corto, mal escrito. Entonces, volví a quitarme los guantes y escribí en el satelital: «La tricolor está en la cumbre«.
El descenso y el alpinista que falleció
Tras diez minutos en el punto más alto del planeta, empezamos el descenso. Tanto Paul como yo sabíamos que ese era uno de los momentos más críticos de la expedición, pues son muchos los alpinistas que pierden la vida en la bajada.
Empezamos a caminar y notamos el agotamiento en nuestras piernas. No podíamos dar ningún paso en falso. Entonces, cuando ya habíamos abandonado esa cima repleta de gente, vimos que nuestro equipo estaba dando asistencia a un alpinista. Era un keniano que estaba sentado y trataba de quitarse la máscara. Paul me decía: «No lo mires, no lo mires». No podíamos detenernos, pues el descenso es una contrarreloj contra el oxígeno y quedarse quieto mucho tiempo podía significar un problema. Cinco personas de su grupo se quedaron ayudándolo y nosotros continuamos con el descenso, sin saber qué había sido de él.
Unas horas después, llegamos al campamento 4, el mismo que habíamos abandonado la noche anterior. Descansamos allí alrededor de una hora y media, tiempo que aproveché para decirle a mi familia que el descenso iba bien. Tampoco dormimos. Tras ese breve tiempo, empezó lo más difícil: empezamos a descender hacia el campamento 2 sabiendo que el alpinista keniano había fallecido.
Fue un golpe muy duro. Uno quiere que todo el mundo sea exitoso y que nadie muera en la montaña. Sin embargo, sabíamos que eso podía suceder y no podíamos hacer nada para cambiarlo, así que seguimos adelante.
Con esa mezcla de emociones: la euforia de haber coronado el Everest y el nudo en el estómago por haber perdido a otro alpinista, llegamos al campamento 2. Allí comimos y descansamos. Aproveché para hablar con mi familia desde el satelital. La noche del 22 de mayo la pasamos allí. ¿Teníamos derecho a estar contentos? ¿Debíamos celebrar nuestro éxito?
Al día siguiente, temprano, nos pusimos en ruta y llegamos sin dificultad a la Cascada de Khumbo. Finalmente, el mismo día 23, volvimos a pisar el campamento base. Desde allí, hablé por videollamada con República Dominicana y me enteré de todo lo que había pasado. Me emocionó mucho todo el apoyo de mi país.
La llegada a República Dominicana
Tuve que esperar un día en el campamento base para poder volar hacia Katmandú. Fue el 25 de mayo cuando tomé el avión que me llevó de regreso a República Dominicana. Tras 57 días fuera de mi casa y haber perdido alrededor de 10 libras, llegué al aeropuerto de Santo Domingo y volví a notar ese calor caribeño en la piel.
Tuve una acogida que no esperaba. Fui recibida con merengue por mi familia, amigos, patrocinadores, medios de comunicación y gente que quiso acercarse para darme la bienvenida.
Tras mi regreso al país, mi agenda se llenó de entrevistas con periódicos que querían contar la historia de la primera mujer dominicana en escalar el Everest. Unos días más tarde, el presidente Luis Abinader concertó una reunión conmigo y me felicitó. Me sorprendió todo el apoyo que recibí de mi país. Me sentí muy agradecida.
Desde la cima, me acordé de mi familia. Durante todo el viaje, me acordé de la gente que quiero. Los que están y los que, por desgracia, nos dejaron, como mi esposo. Siento que fue un privilegio, teniendo en cuenta todos los cambios que hubo, todo lo que sufrimos, el clima, con todo lo que pasó. En esta expedición, gracias a Dios tuvimos éxito.
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Un relato de Thais Herrera tal como se lo contó al periodista Miguel Caireta Serra.