Primer testimonio de Imbert Barrera (y II)
Al cabo de poco más de 60 años se ha publicado un documento titulado «Relación del ajusticiamiento del dictador Trujillo«, atribuido a Imbert Barrera, y el cual contiene una detallada narración acerca de cómo murió Trujillo. La importancia de este texto, dictado cuando apenas habían transcurrido tres días del tiranicidio, amerita de un ejercicio crítico hermenéutico que permita determinar si su contenido se corresponde con cuanto originalmente dijo Imbert la noche del 2 de junio de 1961.
El documento recién publicado consta de cuatro páginas a un espacio; sin embargo, se ha sabido que la extensión del relato original de 1961 no pasaba de una hoja tamaño 8 ½ por 13. Tras confrontar algunos de sus datos con el relato de otros actores, pueden advertirse ciertas inconsistencias debido a que había informaciones manejadas discrecionalmente por los líderes de la conjura que Imbert, al igual que otros compañeros, no necesariamente conocía.
Jersy Topolski, tras analizar la importancia de la autenticidad de las fuentes y la fiabilidad de los informantes, ofrece importantes claves para establecer si el contenido de un texto específico transmite la forma y vocabulario originales de la época, al tiempo que el investigador deberá verificar que los datos e información del documento se conserven tal y como los refirió su verdadero autor y que no hayan sido cambiados ni contaminados. (Cf. Metodología de la historia, 1992).
¿Acaso estamos frente a un texto apócrifo? En modo alguno, pues no solo podemos establecer su fecha y lugar, sino que parte de su contenido concuerda con declaraciones ulteriormente ofrecidas por Imbert Barrera, mezclándose así fragmentos de 1961 con versiones posteriores. Tal circunstancia me ha hecho colegir que el referido documento ha sufrido interpolaciones.
En aquellos momentos aciagos, cuando Imbert tuvo que buscar refugio para salvar su vida, luce contraproducente que se detuviera a reconstruir una breve historia de su activismo político bajo la dictadura. Lo que entonces se imponía, como en efecto lo hizo, era legar un testimonio que, además de su versión, fuera una vívida representación del magnicidio. Y así lo manifestó cuando públicamente confesó que su versión sobre la muerte de Trujillo era «solo un capítulo», señalando que faltaban otros de los que nada podía decir «por no haber participado en la preparación de los mismos». (El Caribe, 28 de abril de 1964).
En 1961 Imbert comenzó el relato de su heroico desempeño durante la noche del 30 de mayo diciendo que, como ignoraba cuál sería el final que le tenía deparado «Dios, Nuestro Señor», había considerado «un deber con [su] pueblo…, hacerle conocer cómo se llevó a efecto el ajusticiamiento del tirano Rafael L. Trujillo…»
Respecto del término «ajusticiamiento» soy de opinión de que entonces no era de uso común en el idiolecto de la generalidad de los dominicanos que vivían en el país. Es más: cuando no pocos disidentes del régimen formulaban críticas, lo hacían de manera comedida a fin de evitar que cualquier comentario inadecuado pudiera incriminarlos.
Cierto es que los héroes del 30 de mayo eran conscientes de la necesidad de acabar con Trujillo a como diera lugar, pero en su desenvolvimiento cotidiano guardaban las formas, como se decía, para evitar incurrir en lo que Freud llamó «actos fallidos» que podían traicionar sus conciencias y perjudicar no solo los planes tiranicidas, sino su seguridad personal y la de sus familiares.