La espera en Langtang de Thais Herrera en su viaje al Everest
Katmandú es una ciudad bonita, bulliciosa, con mucho misticismo, pero a pesar de que se encuentra relativamente cerca del Everest, está al nivel del mar. Su temperatura durante el día es cálida. Por este motivo, para los alpinistas tan solo es una ciudad de paso, como una zona franca para llegar a los sitios que de verdad te preparan para la montaña.
Así pues, cuando nos dieron la mala noticia de que no podíamos ir el día 12 al campamento base, tomamos rápidamente una decisión. Tanto Paul como yo sabíamos que no podíamos quedarnos allí. En realidad, lo sabíamos todos los expedicionarios. Quedarse en Katmandú significaba perder esa aclimatación que conseguimos en Ecuador. Ese era nuestro problema de altura.
Fue entonces cuando nos anunciaron que nos iríamos a Langtang para hacer una aclimatación. A pesar de las malas noticias, nosotros lo cogimos de buen agrado. Si uno ha leído sobre Nepal o el Everest, sabe que las rutas más antiguas entraban por toda esa área de Langtang y llegaban caminando hacia unos pases, por esos cruces de puentes que salen en las películas, hasta el campamento base.
Pero nosotros no íbamos a Langtang para recorrer una ruta histórica, sino para la preparación de altura. Fuimos conociendo ciudades muy lindas. En 2015, un terremoto devastador azotó Nepal y borró esa zona del mapa. Sus habitantes la reconstruyeron de una forma similar a como se encontraba antes. Era enriquecedor escuchar las historias de los ciudadanos de Langtang: todas las cosas por las que pasaron, cómo se sobrepusieron a las dificultades… Y nosotros estábamos allí, pisando un suelo reconstruido sobre otro suelo.
Desde Langtang vimos por primera vez con claridad el Himalaya, fuera de un avión, y empezamos a alucinar con las montañas. Teníamos una aplicación que te indicaba cuál era cada cumbre. Era como estar en la mente de un niño, como un sueño. Todas esas montañas que habíamos visto durante toda la vida en fotos, las teníamos enfrente. Podíamos admirarlas en carne y hueso, asombrarnos por su magnitud. Casi podíamos olerlas.
El abandono de un expedicionario
Durante la estancia en Langtang, dormíamos en refugios y acampábamos. Fuimos ganando altura paulatinamente, recorriendo algunas rutas de 4,000 y hasta 5,000 metros. Allí pasamos una semana entrenando y aclimatando el cuerpo. Cuando ya nos tocaba retornar de ahí, nos informaron de que todavía no teníamos el permiso para ir al campamento base. Volvían a retrasar nuestro itinerario, una vez más.
Con esta situación, decidimos que no volveríamos a Katmandú, pues perderíamos todo lo que habíamos conseguido. La aclimatación se pierde en cinco días, muy rápido, y se tarda mucho en conseguir. Nos encontrábamos en un punto muerto: no sabíamos cuándo nos darían el permiso… Podía ser en una semana, dos, tres o un mes.
El ambiente, como era de esperar, se tornó un poco tenso. Cuando escalas el Everest, no solo inviertes tiempo y esfuerzo, también dinero, ilusión y orgullo. Por este motivo, los ánimos empezaron a flaquear en algunos expedicionarios. Uno de nosotros no soportó más la espera y decidió abandonar. El americano se desesperó y decidió cambiar de ruta. Ya no iba a escalar con nosotros por la cara norte. Se cambió a la cara sur. Así pues, nos despedimos de él.
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Un relato de Thais Herrera tal como se lo contó al periodista Miguel Caireta Serra.