Aborto, incesto y filicidio
Si nuestra sociedad fuera otra, se detendría en dos notas periodísticas publicadas esta semana: hasta junio pasado, la Procuraduría General recoge en sus estadísticas doscientas noventa y tres denuncias de incesto; hasta julio, solo en la región este, el Repositorio de Información y Estadística de Servicios de Salud (RIEES) documenta cuatrocientos cincuenta y nueve abortos, veintiuno de ellos de niñas menores de quince años; setenta y uno en mujeres de entre quince y diecinueve años.
Pocos se ocuparán de hurgar en estos números. La hipocresía moral manda. Incorporarlos a la discusión pública obligaría a reconocer realidades que nos obstinamos en anular: que no hay candado legal contra el aborto y que la violencia sexual en la familia destruye cada día la vida emocional de niñas y adolescentes.
Pero hay que mantener las cristianas formas echando mano al fariseo arsenal de objeciones contra la interrupción del embarazo en cualquier circunstancia y contra la incorporación de la educación sexual al currículo escolar. Todo en nombre de la familia «diseñada» por Dios. Todo por la «salud» de los valores apostólicos de nuestro ADN patrio.
Antes que mirar estas estadísticas, preferimos regodearnos en los detalles, reales o supuestos, del crimen cometido por una madre; en erigirnos en especialistas en conducta humana y en jueces que no requieren pruebas para dictar sentencia. En el mejor de los casos, el regodeo está en hacer que las redes «ardan» con opiniones camufladas de preocupación por la deriva social de la que somos espectadores, nunca protagonistas.
Para no prestarle atención al drama del aborto inducido y del incesto, tenemos a Ana Josefa García Cuello y a Génesis Lugo, que sirven también de ejemplo paradójico: no solo mataron a sus hijas, sino que, al hacerlo, atentaron igualmente contra la maternidad, ese estado, más que condición, en el que la mujer se olvida de ella misma. Malas madres, porque una buena nunca hará lo que ellas hicieron, aun en sus peores circunstancias. Son el oscuro reverso del ideal materno instalado en nuestro imaginario por la ideología religiosa. Ejemplos de lo que no debe ser.
Tal severidad no es inocua, es compensatoria. Exime como individuo y como sociedad de buscar causas. Las madres filicidas son la excrecencia del orden natural de las cosas. Ana Josefa García Cuello y Génesis Lugo son un paréntesis de horror, la excepción que confirma la regla. Y todos tranquilos.
Silenciamos que sobre el caso de Génesis gravita la presunta violación sexual de la hija de cinco años con la que se precipitó al vacío, y que la «disciplina» violenta es frecuente en el hogar de Ana Josefa. No dudo de la necesidad de prestar atención a la salud mental colectiva; no minimizo la depresión de una ni la esquizofrenia de la otra, pero tengo el pálpito, me cuido de la palabra convencimiento, de que reducirlo todo a la patología individual contribuye poco a despejar el camino. La fiebre no está en la sábana.