La disputa por el control del banco central amenaza la estabilidad de Libia
Libia, un país agitado por los continuos estallidos violentos desde la guerra civil de 2011, ha experimentado una extraña calma durante los últimos dos años. Sin embargo, varias señales apuntan a que este periodo de estabilidad podría estar tocando su fin. La escisión de Libia en dos administraciones paralelas, una con base en Trípoli, en el oeste del país, y la otra, en el este, parece consolidada. Pero la fragmentación política y la fluidez de alianzas y acuerdos convierten en temporal cualquier arreglo para la distribución del poder. En el centro de la última disputa está el control del Banco Central de Libia.
La semana pasada, el Consejo Presidencial, la institución que ostenta la jefatura del Estado, emitió un decreto por el que cesaba a Sadiq Kabir, el gobernador del banco central. Kabir, que tiene el apoyo del Parlamento —dominado por las facciones leales al hombre fuerte del este, Jalifa Hafter—, considera la decisión ilegal, y se niega a abandonar su cargo. El martes, la milicia Rada rodeó la sede del banco como medida de presión hacia Kabir, una figura clave en la política libia de la última década. Días antes, un alto funcionario del banco central había sido secuestrado por otro grupo armado.
Stephanie Koury, la enviada especial de la ONU para Libia, advirtió el martes en una reunión del Consejo de Seguridad de los efectos de la escalada de tensión de los últimos dos meses: “Los actos unilaterales de los actores militares y de seguridad han incrementado la tensión, reforzado las divisiones institucionales y complicado los esfuerzos para una solución negociada”.
“La raíz del conflicto es la pugna entre Kabir y [el primer ministro] Abdulhamid Dbeiba. Antes eran aliados, pero hace meses que Dbeiba está haciendo movimientos para cesarlo”, comenta Mohamed Eljarh, analista de la consultora Libya Desk. Por su parte, el investigador Wolfram Lacher, del think tank alemán SWP, sostiene: “Hay varias razones por las que algunos actores quieren el cese de Kabir. La principal, que el actual volumen de gasto es insostenible, sobre todo, por la gran cantidad de petróleo subvencionado que sale del país en forma de contrabando. Y está tratando de reducir los gastos”.
Libia se sumió en el caos después de la guerra civil que puso fin a la dictadura del coronel Muamar el Gadafi. La transición a la democracia descarriló en 2014 por las luchas de poder entre las diversas facciones políticas y la incapacidad del Estado de desarmar a las milicias que derrocaron a Gadafi. Desde entonces, el país es un reino de taifas. Su principal actor armado es el autoproclamado Ejército Nacional Libio, liderado por el general Hafter, que controla el este y el sur del país, y ha lanzado varias fallidas ofensivas sobre Trípoli para hacerse con el control de toda Libia.
El Banco Central de Libia y la Compañía Nacional de Petróleo (NOC, por sus siglas en inglés) son las únicas dos instituciones nacionales que todavía son funcionales, y además desempeñan un papel muy importante. A través de la NOC, el Estado recibe el 90% de sus ingresos, que luego el banco central canaliza hacia las diversas instituciones. Pero este organismo continúa con su responsabilidad de efectuar directamente el pago de todos los funcionarios del país, que representan más del 65% de la mano de obra. Libia atesora las mayores reservas de petróleo del continente africano, imán de todo tipo de ambiciones, redes clientelares y nepotismo.
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“Para ser viable, un eventual reemplazo de Kabir debería contar con el visto bueno de Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional, y eso requiere un consenso interno en Libia que ahora no existe”, apunta Lacher. Uno de los problemas en el país norteafricano es que los mandatos de todas sus instituciones políticas, tanto el Parlamento —elegido en 2014—, como las instituciones surgidas del proceso político auspiciado por la ONU en 2021, el Consejo Presidencial o el primer ministro, están ya caducados. Así pues, cualquier discusión sobre la legitimidad de los respectivos bandos es estéril y, de todas formas, se suele acabar imponiendo la fuerza de las armas.
Luchas de poder
Las recientes luchas de poder en Trípoli parecen haber empoderado a Hafter, que no es ajeno a ellas. “La situación en el este es más estable. Hay un auténtico boom económico y unidad política”, explica Eljarh. Esta cohesión se mantendrá al menos mientras viva el veterano general, de 80 años. Dos de sus hijos, Belgassem y Saddam, están adquiriendo una creciente notoriedad en la gestión del emporio político familiar, aunque no está claro quién será el heredero.
En opinión de Lacher, uno de los riesgos para la futura estabilidad del país podría venir del uso que se da a los ingentes fondos que controla el clan Hafter, los cuales derivan en parte del contrabando del petróleo —la mayor parte de los pozos petrolíferos se hallan en su territorio, lo que le da una posición de fuerza en las negociaciones con Trípoli—. Hay indicios de que los Hafter están utilizando esta bonanza financiera para rearmarse. Por ejemplo, recientemente han adquirido una fragata rusa y drones fabricados en China.
Según varias fuentes libias, también han intentado comprar drones a una empresa española. Al ser esto una violación del embargo de armas impuesto por la ONU, las autoridades españolas abrieron un proceso en el que Saddam Hafter es una persona de interés. Por ello, de acuerdo con el diario La Repubblica, Hafter habría sido retenido en un aeropuerto italiano hace un mes. Su reacción, como medida de presión a Madrid, fue ordenar un bloqueo parcial del pozo de Al Sharara. Este yacimiento está operado por un conjunto de petroleras, entre ellas, la española Repsol. Sin embargo, el Gobierno español niega la existencia de cualquier acción legal en su contra.
Curiosamente, el mayor freno ante una nueva gran explosión violenta podría residir en las principales potencias extranjeras valedoras de las dos administraciones paralelas: Turquía, con bases militares en el oeste, y Rusia, en el este. “Moscú y Estambul están interesadas en colaborar en otros escenarios considerados ahora más importantes, sobre todo Ucrania. Por lo tanto, no quieren una deflagración”, reflexiona Lacher. Desde Bengasi, la capital del este, Eljarh introduce matices a este análisis, dominante en las cancillerías occidentales: “Rusia podría querer en algún momento una guerra para afianzar la dependencia de Hafter. En todo caso, Hafter ya ha demostrado en el pasado que puede lanzar ofensivas militares sin el beneplácito de sus valedores”.
Sin expectativas de éxito para el plan de la ONU de celebrar elecciones para unificar y pacificar el país, Libia parece condenada al sobresalto perpetuo, cada vez que los actores políticos y militares quieren renegociar por las bravas sus cuotas de dinero y poder.
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