El discurso presidencial
La selección del Teatro Nacional para la jura del presidente Luis Abinader resultó exitosa. Los numerosos invitados fueron acomodados sin mayores problemas y se impuso la solemnidad de la ocasión. Quienes no conocían el lugar, extranjeros, sobre todo, quedaron gratamente impresionados por la majestuosidad y la propiedad de un diseño que conserva su frescura pese a acumular ya medio siglo.
El discurso presidencial estuvo a la altura del momento. Inventario de logros y cartera de proyectos. No le faltó el tono patriótico, tampoco las notas para despertar emociones. Los retos son muchos; los hay aparentemente irrelevantes y sin embargo distan de serlo.
La reforma del Estado es uno de ellos. Hay que corregir la elefantiasis que lastra al sector público y ajustarlo a las verdaderas necesidades. El empleo en las dependencias estatales sobrepasó el cauce sin el debido aumento de la eficiencia. Por el contrario, las tantas agencias y designaciones han devenido un sumidero de recursos que estarían mejor empleados en otras instancias.
La calidad del servicio en la administración pública, sobre todo en las áreas de atención directa a la ciudadanía, deja mucho que desear. La apatía abunda y el trato esmerado dobla como excepción. Poco importan la premura del interesado o su afán por satisfacer obligaciones burocráticas. El desinterés acompaña las respuestas a las preguntas sobre los procedimientos. ¿Qué hacen policías, supuestamente entrenados para guardar el orden, como encargados de información o porteros en direcciones y ministerios?
La vocación de servicio suena a término hueco en las agencias gubernamentales. La abulia y la ineficiencia aneja se combinan con los malos modales para jorobar al dominicano en su trato con el Estado al cual financia. Es razón sobrada para sentirse estafado.