Los candidatos a gobernar Japón: viejos conocidos para asumir el encargo de “renovación” del dimitido Kishida
El reciente anuncio del primer ministro de Japón, Fumio Kishida, de abandonar la jefatura del Partido Liberal Demócrata (PLD) en septiembre —y, en consecuencia, su cargo al frente del Ejecutivo— ha despejado el camino para abrir un nuevo capítulo en el país. En el plano internacional, Kishida ha reforzado la alianza con Washington y ha estrechado los lazos diplomáticos con Seúl. No obstante, su legado en política nacional es mucho más frágil, con una economía maltrecha y sin respuestas a cómo financiar el gasto para fortalecer el ejército y revitalizar una tasa de natalidad en continuo declive. A esto se suma el profundo descontento con el PLD tras varios escándalos de presunta corrupción, que lo han situado en el ojo del huracán en los últimos años. Quien le suceda tendrá que hacer frente al desafío de reconectar con un electorado cada vez más desencantado.
“Su dimisión era inevitable”, sostiene por teléfono el doctor Koichi Nakano, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Sofía, de Tokio. “Está aislado y perdiendo apoyos dentro del PLD. Tenía pocas posibilidades de ganar las elecciones internas”, agrega.
El pasado miércoles, Kishida, de 67 años, comunicó que no se presentaría a la reelección en las primarias de su formación, que se celebrarán en septiembre, para “demostrar a la sociedad que el PLD cambiará”. Su continuidad al frente del Gabinete estaba vinculada a que mantuviera la presidencia del PLD, ya que el líder del partido con mayoría parlamentaria es quien ocupa la jefatura del Gobierno.
El PLD es la formación que, desde su fundación en 1955, más tiempo ha gobernado Japón; tan solo no lo ha hecho en dos breves períodos: entre 1993 y 1994 y de 2009 a 2012. La oposición, por su parte, no termina de consolidarse como una alternativa viable debido a la fragmentación interna, la falta de un liderazgo carismático y una agenda política poco clara. Como resultado, la participación electoral no ha dejado de caer en la última década, debido a la apatía generalizada.
Ese control prácticamente ininterrumpido del PLD, sin embargo, contrasta con la breve duración en el puesto de sus primeros ministros que ha caracterizado a la democracia nipona desde 1945, con la notable excepción de Shinzo Abe, asesinado a tiros en 2022 mientras daba un mitin a pie de calle. Su mandato –en dos etapas, de 2006 a 2007 y de 2012 hasta 2020– ha sido el más prolongado en la historia moderna del país. Y de los 34 primeros ministros que Japón ha tenido desde el final de la II Guerra Mundial, solamente ocho (el último, Kishida) han logrado permanecer al frente del Ejecutivo durante más de 1.000 días. Su retirada, de acuerdo con muchos analistas, supone un regreso a esa frecuente rotación de sillas.
“Cuando el líder de un país, sea o no una democracia, domina la política durante tanto tiempo, termina moldeando el sistema a su gusto”, expone Nakano. “Las democracias suelen estar mejor equipadas para buscar un sucesor porque, se supone, cuentan con mecanismos constitucionales para ello, pero Abe, durante su ejercicio, logró encontrarle las costuras”, opina. A este experto no le sorprende que, dadas las circunstancias, “sus sucesores sean efímeros”.
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Tras la dimisión de Abe por motivos de salud, en 2020, le reemplazó Yoshihide Suga, a quien la gestión de la pandemia de la covid-19 y su empeño en celebrar los Juegos Olímpicos de Tokio, pese a la abrumadora oposición ciudadana, acabarían pasándole factura solamente un año después de asumir su rol. En 2021, ascendió al poder Kishida, quien, sin apenas tirón en la calle, logró ganarse el beneplácito de los altos estamentos del PLD por “ofrecer continuidad”.
Una renovación de cara a las elecciones
La imagen del partido ha quedado muy deteriorada en los últimos años, después de que, tras el magnicidio de Abe, salieran a la luz los vínculos de algunos de sus dirigentes con la controvertida Iglesia de la Unificación y, más recientemente, por un escándalo de financiación irregular en el que presuntamente se defraudaron más de tres millones de euros. Irónicamente, Kishida, azotado por la crisis interna y con una tasa de popularidad que no supera el 25%, abandona su puesto con la misma promesa que hizo cuando llegó: “Para ganar la confianza, el PLD tiene que avanzar hacia la renovación”. Ahora considera que la acción más evidente para ello, es que él mismo dé un paso atrás.
Los analistas de la consultora Eurasia Group escriben en una nota que “el nombramiento de un nuevo dirigente del PLD es crucial porque se avecinan elecciones nacionales [en 2025]. La aprobación del partido está en mínimos históricos, y debe buscar a alguien capaz de revertir esa tendencia y obtener buenos resultados en las urnas”.
Entre los posibles contendientes resuenan nombres de viejos conocidos. El favorito, según las encuestas publicadas por los medios locales, es Shigeru Ishiba, exministro de Defensa y quien ha intentado sin éxito liderar el partido en cuatro ocasiones. También destaca Taro Kono, ministro de Transformación Digital, y anteriormente titular de Exteriores y Defensa. En 2021, perdió frente a Kishida, una derrota que representó un golpe para la nueva generación de políticos dentro del PLD que aspiraba a una renovación del sistema de facciones que ha dominado el partido en la sombra. Tras el escándalo de recaudación de fondos, Kishida ordenó la disolución de la mayoría de ellas.
Otro candidato podría ser Toshimitsu Motegi, secretario general del PLD, con fama de duro negociador y experiencia diplomática; según diversos observadores, podría estrechar los lazos con Donald Trump si ganase las elecciones estadounidenses en noviembre. Las apuestas también giran en torno a Shinjiro Koizumi, el exministro de Medio Ambiente que acaparó la atención mediática en septiembre, cuando surfeó las olas de Fukushima en un intento de calmar la preocupación por el vertido de aguas residuales procedentes de la central que quedó inactiva tras el triple desastre de un terremoto, un tsunami y un accidente nuclear de 2011. Antes, fue noticia por ser el primer ministro en ejercicio que se tomaba la baja por paternidad.
También hay dos ministras que aspiran a convertirse en la primera mujer que lidere Japón: la ministra de Seguridad Económica, Sanae Takaichi, y la de Exteriores, Yoko Kamikawa. La primera es conocida como la dama de hierro japonesa, ultraconservadora y asidua visitante del santuario Yasukuni, que provoca rechazo en la región por considerarse un símbolo del pasado militarista nipón. Por su parte, Kamikawa es licenciada en Harvard y distinguida por promover la participación igualitaria en política, una ardua tarea en una nación donde solamente el 10% de los parlamentarios son mujeres. Ha estado al frente del Ministerio de Justicia en tres legislaturas y, en 2018, aprobó la ejecución de los 13 miembros de la secta Aum Shinrikyo, responsables del atentado con gas sarín en el metro de Tokio en 1995, el más mortífero del país.
Japón ocupa actualmente el puesto 118 entre 146 países en el Índice de Brecha de Género del Foro Económico Mundial, la peor clasificación entre los miembros del G-7. “¿Está el PLD dispuesto a tener una primera ministra?”, se pregunta el doctor Nakano. “Porque, aunque la sociedad tenga preferencias, la realidad es que no se puede votar directamente por ellas”. Las primarias del PLD están limitadas a los miembros que pagan las cuotas del partido —algo más de un millón—, y los votos que más peso tienen son los de los parlamentarios. “Kamikawa tiene posibilidades, pero creo que el PLD solo elegirá una mujer al frente si está realmente desesperado, para demostrar al electorado [de las generales] que son un partido renovado y que se ha producido un cambio sustancial”, vaticina el experto.
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