Juegos Olímpicos: ¿Arden parís?

Juegos Olímpicos: ¿Arden parís?

Cuando veía la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos y presenciaba aquel espectáculo, recordaba a mi padre gritando esa frase que se le atribuye a Hitler, en una Francia ocupada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

Y mientras recordaba a mi papá y sus referencias históricas, no podía cerrar la boca entre el asombro, la vergüenza y la risa. Esta ceremonia va a ser recordada durante mucho tiempo, pero quizás no por las mejores razones.

Desde que era niña sigo las olimpiadas. Quince días donde el espíritu olímpico, representada por miles de atletas de más de 100 países ejemplarizan los valores universales de tolerancia, solidaridad y paz dentro del marco del respeto mutuo y la justa competencia.

Pero vayamos por partes, como diría el verdugo de María Antonieta, cuya cabeza «cantaba» en el espectáculo al ritmo del heavy metal, en una visión rocambolesca matizada con vistas alucinantes de los lugares más emblemáticos de París.

Al cabo de tres horas trepidantes, los organizadores de estos juegos «se la jugaron»: rompieron moldes y utilizaron imágenes y referencias no aptas para un espectáculo que se concibe para toda la familia y, de paso, ofendiendo a millones de personas.

Con tanto dinero y recursos invertidos, el espectáculo podía no quedar mejor técnicamente hablando, pero sí pudo ser mejor conceptualizado, entendido y valorado.

Para comenzar, si tenían que explicarlo, ya lo liaron. Francia es tan rica y culta, tan histórica y relevante para la historia mundial, que bien pudieron seleccionar referencias más conocidas e identificables por el resto del mundo. 

Honestamente, la mayoría de nosotros no sabíamos lo que estábamos viendo y mucho de lo que vimos nos resultaba demasiado grotesco, burdo y francamente innecesario.

Los organizadores quisieron presentar a una Francia «inclusiva y diversa», pero a tenor de la representación LGTBQ en casi cada segmento, podríamos considerar que 9 de cada 10 franceses son de la comunidad o aspiran a serlo. 

Donde las emociones se exacerbaron fue con una representación de una escena similar a la Última Cena de Jesús, adornada con un «señor» morado en el centro. Tres días después, los incultos fuimos enseñados que se trataba del dios Baco y que la representación pretendía recordar a Grecia, la cuna del olimpismo.

De nuevo, Grecia se merecía otra cosa. Yo, griega, habría enviado una carta de protesta con justa razón. Y vaya que se protestó. Cristianos y no cristianos de todo el mundo interpretaron la «representación» con una ofensa a nuestra fe y ardió París. Todavía se están excusando…

Para esta ceremonia, estrictamente pensada para la televisión, sobraron las ideas, el brillo y los «drags», pero faltó sentido común y previsiones obvias. Organizar eventos, de cualquier envergadura, supone mitigar riesgos. Y si se hace al aire libre, a lo largo de kilómetros, con un río lleno de «coliformes» en medio, más razones tiene. 

¿Y los atletas, los verdaderos protagonistas de los juegos? Pues, apenas los vimos pasar. La mayor parte del desfile a través del Sena fue bajo una lluvia pertinaz, con cortes de cámara y con ponchos para el agua que apenas los dejaban saludar. 

A la ceremonia la salvaron algunos aspectos que también pasarán a la historia, como el regreso y la interpretación triunfal de la canadiense Céline Dion en la Torre Eiffel y otros elementos puramente estéticos de la producción, pero en sentido general, nos quedamos esperando más, mucho más de París, la eterna ciudad Luz.

Comunicación corporativa y relaciones internacionales. Amo la vida, mi familia y contar historias.

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