El realismo iraní
La respuesta de Irán al ataque israelí del 1 de abril contra su Consulado en Damasco demuestra, una vez más, el gran realismo de sus dirigentes. La trampa de Netanyahu era burda: atascado en una guerra contra Hamás que no puede ganar por completo, había intentado desviar la atención del conflicto con un ataque directo contra su enemigo persa y así lograr el que siempre ha sido su objetivo: provocar una guerra abierta con la República Islámica. Para Teherán, caer en la trampa era asumir el riesgo de una guerra total, que habría llevado a la destrucción probable de parte de su arsenal nuclear; el objetivo supremo, en realidad, que al final será inevitable. Irán calibró el ataque para no dejar que Israel forzara la mano de su aliado estadounidense, que una vez más ha mostrado su solidaridad, pero que con el envío de buques de guerra a la región, ha hecho saber inequívocamente a los israelíes que no podría haber ninguna posible represalia sin su control y que la gestión geopolítica de la relación con Irán no está vinculada a sus intereses, sino a los de Estados Unidos.
Todo esto se rige por un lenguaje codificado que todos los actores de esta tragedia entienden muy bien. Irán tenía que demostrar su capacidad de respuesta, pero no ha utilizado las armas más destructivas de que dispone, como su aliado Hezbolá, con las que habría podido sembrar el caos en Israel. Los drones, a esa distancia, son muy imprecisos y es inevitable que los intercepten. El propósito del mensaje iraní es sobre todo interno, tranquilizar a los miembros del pasdarán (la Guardia Revolucionaria Islámica) y a los militares que claman venganza contra Israel.
Mientras se espera una posible respuesta israelí —que está pendiente, a su vez, de los perímetros estratégicos definidos por Estados Unidos—, es probable que Irán no se quede ahí. Se inicia un nuevo periodo, lleno de incertidumbre para la paz mundial, en el que los iraníes desarrollarán una estrategia de ataques parciales con una ayuda más intensa a Hezbolá en Líbano, reforzarán su poder en Yemen a través de los hutíes y prestarán un apoyo sin resquicios a Hamás. El mayor peligro lo constituye el carácter cada vez más incontrolable del poder israelí en manos de la extrema derecha, que está buscando una guerra desde que llegó al gobierno, mucho antes del atentado de Hamás del 7 de octubre de 2023. Netanyahu sirve de vehículo de esas fuerzas y a la vez es su rehén.
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¿Cómo evitar que todo esto derive en un enfrentamiento más general? De momento, Estados Unidos, aparte del griterío diplomático, no va a contribuir de ninguna forma a radicalizar el conflicto. En segundo lugar, hay que hacer todo lo posible para neutralizar la distracción que busca Netanyahu con el fin de ocultar el genocidio que está llevando a cabo en Gaza y conseguir que acepte un alto el fuego; por último, hay que volver a movilizarse cuanto antes para conseguir la proclamación de un Estado palestino. Es la mejor manera de que los partidarios de la paz puedan obligar a Israel a negociar, tarde o temprano, y también sirve para apaciguar a los iraníes. El conflicto no se ha convertido todavía en una guerra global, pero ¿cuánto tiempo va a aguantar?
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