EE UU arranca a Israel la primera señal de distensión en seis meses de guerra
Israel guardó silencio oficial inmediatamente después de la llamada entre Joe Biden y Benjamín Netanyahu el jueves, en la que el presidente de Estados Unidos advertía al primer ministro israelí de cambios en su apoyo en la guerra en Gaza si no adoptaba medidas inmediatas para proteger a los civiles y a la ayuda humanitaria. No es lo habitual: el mandatario que más tiempo lleva en el poder en el Estado judío suele presumir de sus apretones de manos con líderes extranjeros, como en su campaña electoral de 2019, que ilustraban con la frase: “Netanyahu, en otra liga”. En cuestión de horas, sin embargo, se plegó a esa presión que semanas antes prometía en el Parlamento resistir.
El Gobierno anunció que abrirá el paso fronterizo de Erez con el norte de Gaza y que el puerto de Ashdod, en Israel, volverá a canalizar ayuda humanitaria. Fue su primera gran concesión a la Casa Blanca en los seis meses de guerra, que se cumplen este domingo, al final de una semana en la que Netanyahu ha optado por el perfil bajo. Biden ha saludado las medidas; su oficina sostiene que la amenaza se mantiene a la espera de ver si Israel cumple su palabra, si se toman pasos reales para la protección de los civiles y si se cierra el acuerdo para una tregua inmediata que se negocia estos días en El Cairo.
Al anuncio se sumó este viernes también la conclusión de la investigación interna en la que el Ejército israelí admite “graves errores” en el ataque en el que mató en Gaza a siete cooperantes de la ONG World Central Kitchen (WCK, fundada por el chef español-estadounidense José Andrés). El portavoz del ejército israelí, Daniel Hagari, ha indicado que asumen “toda la responsabilidad” por el bombardeo y dos mandos militares han sido suspendidos por decisiones como dar por hecho que había un hombre armado en uno de los coches al que habían visto antes en otro vehículo o tomar por miliciano de Hamás a un guarda que se quedó en un almacén. La investigación no aclara cómo las tropas “no entendieron” que los tres vehículos bombardeados eran de la ONG si tenían el logo y habían avisado del trayecto a las Fuerzas Armadas, ni por qué siguieron lanzando misiles contra los vehículos cuando se podía ver que los supervivientes que trataban de salvar la vida cambiándose de uno a otro no iban armados. WCK ha pedido una investigación independiente.
La reacción inicial de Washington ha sido de satisfacción inicial, aunque muy matizada. “Les pedí [a los israelíes] que hicieran lo que están haciendo”, ha dejado claro Biden a los periodistas en la Casa Blanca antes de emprender viaje a Baltimore para visitar el puente derrumbado la semana pasada.
En la Casa Blanca, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, puntualizaba en conversación telefónica con periodistas: “Damos la bienvenida a estos anuncios iniciales de pasos fronterizos adicionales y mayor ayuda humanitaria. Saludamos también la publicación de su investigación” y expresaba la disposición de Washington a colaborar todo lo posible para acelerar la distribución de ayuda humanitaria. Pero también matizaba que Estados Unidos examinará cuidadosamente el contenido del informe israelí y decidirá cuáles son los próximos pasos según lo que encuentre en él. No tiene planes para desarrollar su propia pesquisa.
“Vamos a tomarnos nuestro tiempo para revisarlo con cuidado. Desde luego, abordaremos sus conclusiones, y las nuestras propias, con los responsables israelíes y con las organizaciones humanitarias en los próximos días”, apuntaba Kirby. “Lo que de verdad nos importa son dos cosas: que algo así [el ataque contra los trabajadores de WCK] no vuelva a ocurrir y que haya cambios concretos, verificables y sostenibles en sus métodos en este tipo de misiones, de modo que la seguridad de los civiles y los cooperantes sea lo principal”. El alto cargo añadía también a las reclamaciones de Estados Unidos la de un alto el fuego inmediato vinculado a un canje de rehenes por presos, como el que tuvo lugar a principios de noviembre.
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“Es muy importante que Israel asuma total responsabilidad por este incidente”, declaraba el viernes el secretario de Estado, Antony Blinken, de gira por Europa. “También es importante que se vea que da pasos para que los responsables rindan cuentas”. Israel debe “adoptar más cambios a sus procedimientos” para garantizar la protección de los cooperantes y los civiles, y Estados Unidos ―aseguraba― “examinará muy cuidadosamente cuáles son esos cambios”. Según sostenía, “las operaciones militares deben diseñarse en torno a la protección (de los civiles), no al revés”.
El énfasis estadounidense en comprobar cómo se desarrolla la situación sobre el terreno en los próximos días deja claro el giro fundamental que ha supuesto el ataque contra WCK en la mentalidad de Washington. A principios de esta semana, el propio Kirby insistía en que Estados Unidos mantenía su respaldo a Israel en la guerra.
Meses atrás, el anuncio de la apertura del paso fronterizo con Egipto de Rafah, en el sur de la Franja, había sido recibido en la capital estadounidense con todo tipo de alharacas. El de ahora llega cuando la Administración Biden acumula meses de frustración sobre los métodos israelíes en Gaza y las trabas a la entrada de ayuda humanitaria. El coste político para los demócratas se está dejando sentir en la escalada de votos en blanco en las primarias y en las manifestaciones propalestinas que acompañan a cualquier acto público de Biden fuera de la Casa Blanca.
Incluso algunos de los políticos más proisraelíes del partido en el gobierno llaman abiertamente a imponer condiciones a la ayuda militar, sin la que Israel estaría vendido, más aún si su asesinato el lunes de un alto mando militar iraní en la residencia del embajador en Damasco acaba desencadenando una guerra abierta con Teherán o con Hezbolá, su milicia aliada en Líbano. No hay otro país al que Estados Unidos proporcione más ayuda militar: 3.800 millones de dólares (unos 3.520 millones de euros) anuales. De hecho, pese a las diferencias sobre la estrategia bélica, la conveniencia de invadir Rafah o la ayuda humanitaria, el Gobierno ha venido autorizando recientemente en silencio la entrega a Israel de 1.800 bombas de 900 kilos, 500 bombas de 227 y 25 cazabombarderos F-35, según desveló el diario The Washington Post.
“No podemos aprobar la venta de armas a un país que viola nuestras propias leyes” sobre la protección a civiles, declaraba el jueves a la cadena CNN la senadora Elizabeth Warren, que asegura que tratará de bloquear en la Cámara Alta la venta de cazas F-16 estadounidenses al gran aliado en Oriente Próximo. “Es una cuestión moral, también una cuestión legal. El Congreso tiene una responsabilidad en esto, y yo estoy dispuesta a aceptar esa responsabilidad”.
Pero las concesiones israelíes pueden llegar demasiado tarde y ser demasiado escasas. “La Administración Biden está dando, bastante tarde, algunos pasos para ejercer una presión que busca que la ayuda humanitaria a los palestinos sea una prioridad mayor de la que era al principio de la guerra. Está por ver si esas medidas y los nuevos corredores abiertos serán suficientes para solucionar la situación de seguridad humanitaria cada vez más atroz en Gaza”, apunta el analista Brian Katulis, experto en política exterior estadounidense del centro de análisis Middle East Institute, con sede en Washington
El propio expresidente Donald Trump, el hoy candidato presidencial republicano que rompió en el poder con décadas de política exterior de Estados Unidos y con el consenso internacional al reconocer Jerusalén como capital de Israel, considera que Israel está perdiendo la batalla de las relaciones públicas y debe poner fin a la guerra lo antes posible.
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