Carla Zambelli, la más fiel escudera de Bolsonaro: derechista, conservadora y amante de las armas

Carla Zambelli, la más fiel escudera de Bolsonaro: derechista, conservadora y amante de las armas
La diputada bolsonarista Carla Zambelli posa días atrás con una de sus armas.Dida Sampaio / Agencia Estado

La diputada brasileña Carla Zambelli, de 40 años, tiene ese descaro que tan atractivos hace a los nacionalpopulistas a ojos de millones de electores en todo el mundo. Es una patriota, orgullosa derechista, conservadora, amante de las armas y monárquica en una república. Encarna la llamada política sin complejos, la guerra sin cuartel contra lo políticamente correcto, Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores (PT), el comunismo… Pero, sobre todo, es la más fiel escudera de Jair Bolsonaro. Si alguna vez por convicción o cálculo político ha dudado de él, no ha trascendido. Su fidelidad acaba de ser premiada con un cargo en uno de los asuntos más sensibles en las relaciones exteriores brasileñas: presidenta de la comisión de Medio Ambiente de la Cámara de Diputados.

Zambelli representa a ese tercio de los encuestados que mantiene un apoyo inquebrantable a la gestión gubernamental de Bolsonaro mientras, en el peor momento de la pandemia, se dispara al 42% el porcentaje de los que le ven como el primer culpable de la descomunal crisis sanitaria, según el Datalfoha de este martes.

La diputada, que declinó atender a este diario, es una antipetista visceral, aficionada a las provocaciones y la bronca en redes, donde tiene más de cinco millones de seguidores. Ha llegado a pedir la intervención militar en el Tribunal Supremo desde lo que parece un coche oficial. Precisamente el tribunal que la investiga por difundir noticias falsas y actos antidemocráticos. Lo mismo pide firmas contra un juez, que descalifica a Lula y otros adversarios del ultraderechista Bolsonaro o apoya en nombre de la libertad —hace solo unos días— marchas de protesta contra el confinamiento. Tiene una fluida relación con los hijos del presidente.

Al tomar posesión en la comisión de medio ambiente, el viernes 12 en Brasilia, la diputada dejó dos mensajes nítidos. “El mayor problema medioambiental de Brasil es el saneamiento”. Sí, los 100 millones de personas sin acceso a alcantarillado. Para disipar dudas, lo repitió dos veces en un discurso en el que se comprometió “a reforzar el combate contra la deforestación ilegal” de Amazonia. Por lo demás, recitó el mantra del Gobierno de Bolsonaro: Brasil conserva mucha más flora que cualquier país que lo critica, su ley ambiental es la más restrictiva del mundo, sus emisiones de gases invernadero, bajas…. Después, en una entrevista con Estadão, atribuyó el aumento de la deforestación “a las circunstancias”, nada que ver, según ella, con este Gobierno. Desde que Bolsonaro asumió el poder, los órganos de inspección ambiental han sido notablemente debilitados. En sintonía con su jefe, ataca a las ONG ambientales y pretende convocarles para que den cuenta de sus finanzas.

La bolsonarista aprovechó la ocasión para enviar otro recado. “A la prensa que llama al presidente misógino y machista”, le llamó la atención hacia el nombramiento de tres diputadas al frente de otras tantas comisiones parlamentarias precisamente la semana del 8 de marzo. El día que el actual presidente le espetó a una colega diputada que era tan fea que no merecía que la violaran es uno de los más infames en su larga carrera política. A medida que los problemas se le acumulan, Bolsonaro multiplica esfuerzos para amarrar sus apoyos en el Congreso, que a fin de cuentas decide si corta o no la cabeza a un presidente.

Pelirroja de tez muy blanca y sugerente lunar junto a la boca, nació en 1980 en Riberão Preto (São Paulo). Apoyada en su experiencia como consultora de KPMG para grandes empresas, las protestas contra la vieja política en general y Dilma Rousseff en particular la convirtieron en activista anticorrupción. Fue una de las protagonistas del movimiento engendrado en redes sociales que sacó a millones de brasileños de clase media a la calle al grito de “fuera Dilma, fuera PT y Lula, a la cárcel”. Sus vídeos y soflamas ofrecían descaro, autenticidad. Viralizaron. Aquello contribuyó a alumbrar el fenómeno político protagonizado por un diputado mediocre que supo aprovecharse del hartazgo generalizado, las redes sociales y la desinformación.

La parlamentaria Zambelli abraza con entusiasmo incluso la nostalgia de Bolsonaro por la dictadura. Cuando heredó el despacho de este en la Cámara de los Diputados pidió quedarse con los retratos de los presidentes del régimen militar, que decoraban la estancia. Posó entonces sonriente para la prensa ante las fotografías en blanco y negro de los generales, como también posó días atrás orgullosa con una pistola blanca tras la citada entrevista.

El idilio político de Zambelli con Bolsonaro parece por el momento a prueba de bombas. Cuando el antiguo juez Moro rompió con el presidente, en abril de 2020, ella eligió al mandatario aunque significaba dar la espalda al héroe de la cruzada anticorrupción que dos meses antes fue padrino de su boda con un policía militar en un templo masónico. La reciente pausa tras el nacimiento de su bebé es la primera desde que a los 13 años empezó a trabajar, según contó la parlamentaria el día de su último nombramiento.

Cuando recientemente el fiscal general enterró la investigación del escándalo de corrupción Lava Jato no se la oyó vociferar como unos años atrás: “Tribunal Federal, el pueblo está aquí, no vamos a aceptar que ustedes acaben con la Lava Jato”. Los tiempos han cambiado. Aquella activista que perseguía a los diputados por los pasillos para que rindieran cuentas al pueblo vía Facebook es ahora una diputada con la misión de mantener prietas las filas con la vista puesta en una reelección de Bolsonaro.

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