Los motoristas, otra vez
Estoy parado en mi vehículo en la intersección de la Lincoln con Kennedy. Hay, al menos, una decena de motoristas al frente mío. La luz está en rojo, mientras un agente policial los mira. Como si la cosa no fuera con ellos, uno de los demonios en moto decide arrancar y llevarse la luz, lo cual imitaron los otros, mientras el policía daba la vuelta y se iba a la otra esquina, como sino fuera con él.
En otro momento, estoy esperando en la carretera a que abra el portón de donde vivo, de modo que pueda entrar al parqueo. La reja se abre y de pronto: ¡BAM! Un motorista que decidió usar la acera como camino se estrella contra el aro de la goma izquierda delantera de mi vehículo y vuela por encima del carro. Sale ileso, la moto no, y me culpa gritando de no estar pendiente mientras manejo.
Otro día, estoy detenido en uno de los clásicos tapones y ¡pum! Un motorista a toda máquina por poco me arranca el retrovisor. No se detuvo, ni siquiera para tener la cortesía de saber si había hecho algún daño.
Esos tres ejemplos vividos por mí son poca cosa, claro que sí, sobre todo si consideramos que estos irresponsables al volante le cuestan la vida a mucha gente a diario y su actitud suicida no pocas veces los lleva a la muerte.
Lo peor de todo es que siguen campeando por su respeto en las calles y nadie hace nada al respecto. Las autoridades les tienen terror y los que andamos montados en un vehículo, con familia dentro, les tememos más. ¿Por qué será? ¿Cuál es su poder? ¿Por qué los sindicatos y empresas que los emplean no le ponen el cascabel al gato?
El problema de los accidentes con motoristas se ha convertido en una crisis social, que requiere de acciones específicas para ser resuelta. Entiendo que el asunto y sus tentáculos es tan serio, que el gobierno debería considerar crear una unidad especializada dedicada exclusivamente a delitos de motoristas, como en algunos países la hay para los ciclistas. Estoy convencido que quien se convierta en el campeón de la defensa contra los motoristas será bien apreciado por la población, porque todos hemos sufrido por uno de esos diablillos en dos ruedas.