Los idus de abril
En cualquier relación, elegir Alaska para un primer encuentro no ofrece precisamente grandes perspectivas de deshielo. Las autoridades chinas han reconocido que no esperan que una sola cita permita arreglar el largo listado de problemas bilaterales. “Por eso no tenemos unas expectativas demasiado altas ni nos engañamos con esto”, ha declarado el embajador chino en Washington, Cui Tiankai. Se trata, en realidad, de un tanteo entre las dos potencias. Las verdaderas cartas se pondrán sobre la mesa a partir del 14 de abril, cuando el Congreso estadounidense presentará una propuesta legislativa sobre China avalada por los dos partidos, como acaba de anunciar el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Bob Menendez.
No es una tarea sencilla. Pese a la retórica y la línea dura exhibida por Donald Trump en sus cuatro años de Gobierno, la elevada dependencia de China de la economía estadounidense se ha mantenido y amenaza la supremacía tecnológica de la primera economía mundial. La semana pasada Washington incluyó a cuatro empresas tecnológicas chinas -entre ellas Huawei y ZTE, dos de los principales fabricantes mundiales de semiconductores- en la lista de las compañías que representan una amenaza para su seguridad nacional. Al mismo tiempo, la escasez mundial de esos componentes ha obligado a paralizar líneas enteras de producción de grandes firmas automovilísticas, como Ford o Volkswagen. En represalia, Huawei ha anunciado que cobrará a grandes tecnológicas como Apple por el uso de sus patentes del 5G. Suma y sigue.
No hay ninguna otra cuestión que logre en estos momentos un consenso tan elevado entre republicanos y demócratas como China. Pero las autoridades estadounidenses ya han comprobado que no basta con imponer sanciones o vetos para abordar una relación tan compleja. Para el presidente de la Asociación Asiática, el antiguo primer ministro australiano Kevin Rudd, ello exige un “modelo diferente” al que las autoridades estadounidenses han empleado desde la Segunda Guerra Mundial, un modelo que deberá tener en cuenta los intereses de sus aliados para tener éxito.
Tanto la Unión Europea como Estados Unidos han llegado a idénticas conclusiones: la potencia asiática es un rival sistémico para su modelo político y económico, pero al mismo tiempo un socio esencial para el crecimiento y el cambio climático. Australia ya ha aprendido el coste de intentar mantener su independencia política con China. Después de que Canberra pidiera una investigación independiente sobre el origen del coronavirus, Pekín ha impuesto progresivamente aranceles sobre diversos productos australianos que están ahogando las exportaciones del país.
Pese al evidente respaldo de Pekín hacia la junta militar que dio un golpe de Estado en febrero en Myanmar -y que explica los ataques contra empresas chinas en el país– han sido pocas las voces que han exigido a China un papel activo en la solución de la crisis. Hay muchos intereses en juego. El 95% del estaño importado en 2020 por China, y utilizado en las soldaduras de los circuitos informáticos, procedía de la antigua Birmania, como recoge Reuters. También la mitad de sus concentrados de tierras raras, un componente fundamental para construir los motores eléctricos, los generadores de energía eólica o los robots industriales. En el fondo, ahora todo es política china.