Las acusaciones cruzadas de islamofobia y antisemitismo agitan la política del Reino Unido
Una guerra de verdad, la que enfrenta a Israel y Hamás, ha agitado otras guerras menores que enturbiaban desde hace años el debate político en el Reino Unido: la guerra cultural impulsada por el ala dura del Partido Conservador, y la propia guerra interna del Partido Laborista, nunca del todo sofocada. Acusaciones cruzadas de islamofobia y antisemitismo revelan los nervios de un país inmerso ya en campaña electoral. De momento, un diputado conservador ha sido expulsado de su grupo parlamentario y del partido. Por otra parte, el presidente de la Cámara de los Comunes, Lindsay Hole —laborista hasta que accedió al cargo, que en el Reino Unido obliga a la neutralidad partidista—, sigue en la cuerda floja por una moción que pedía un “alto el fuego humanitario” en Oriente Próximo.
Lee Anderson, durante un tiempo vicepresidente del Partido Conservador, se ha negado a pedir disculpas por sus duras palabras contra el alcalde laborista de Londres, Sadiq Khan, musulmán con orígenes paquistaníes. Le acusó de ser rehén del fanatismo islamista. “No creo que los islamistas controlen nuestro país, pero sí creo que controlan a Khan y que controlan Londres (…) Ha entregado nuestra capital a sus colegas”, aseguraba Anderson en GB News, el nuevo canal que monopoliza en el Reino Unido el discurso de la derecha más populista.
Anderson ventilaba su frustración y la de otros muchos diputados conservadores en pie de guerra contra las críticas a la historia colonial o racista del Reino Unido. Les saca de sus casillas que, cada fin de semana, decenas de miles de personas salgan a las calles de Londres a manifestarse a favor de Palestina y en contra de la ofensiva israelí en Gaza.
La historia personal de Anderson simboliza el giro político experimentado en el Reino Unido después de los agrios años del Brexit. Minero, miembro del sindicato minero, fue diputado laborista durante varios años, en los que hizo campaña por Michael Foot, aquel líder brillante y radical del partido que bailó entre la causa sionista y la palestina para acabar siendo acusado de antisemita.
En 2019, el año de la arrolladora victoria electoral de Boris Johnson, Anderson dio el salto al Partido Conservador. Según él mismo explicó, saturado por la deriva izquierdista del entonces líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn. Desde entonces, ha sumado sus fuerzas con los diputados tories más euroescépticos y xenófobos.
La dirección del Partido Conservador entendió de inmediato que el exabrupto de su diputado era una bomba de relojería. En el Reino Unido viven casi cuatro millones de musulmanes, bastante activos en la política. En la Cámara de los Comunes hay 19 de ellos (15 laboristas y cuatro conservadores).
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“Los comentarios de Lee fueron inaceptables. Estuvieron mal. Por eso ha sido expulsado”, se ha visto obligado a intervenir este lunes el primer ministro, Rishi Sunak, a medida que crecían las acusaciones de islamofobia contra su partido. “Las palabras son importantes, especialmente en el actual ambiente, cuando la tensión es alta. Todos estamos obligados a escogerlas de modo cuidadoso”, ha dicho Sunak en la BBC. El primer ministro ha insistido en negar que el Partido Conservador fuera islamófobo. “El racismo o los prejuicios son completamente inaceptables, no son algo británico y debemos erradicarlos allá donde los veamos”, ha afirmado.
La chispa de Suella Braverman
Sunak se enfrenta a una corriente interna poderosa, que pone cada vez más en cuestión su liderazgo en la recta final de unas elecciones generales que probablemente se celebrarán el próximo otoño. Muchos de los diputados conservadores del llamado “muro rojo” se han mostrado alarmados ante la reacción de sus votantes después de la expulsión de Anderson. Son los parlamentarios elegidos en 2019 en zonas de tradición laborista, en el norte de Inglaterra y en las Tierras Medias. El populismo y el sentimiento antiinmigración del Brexit provocaron un giro en el histórico sentido del voto. En las últimas horas, han recibido decenas de correos de protesta, que han compartido en grupos de WhatsApp de los diputados a los que ha tenido acceso el Daily Telegraph, el diario favorito del ala dura del partido. “Las noticias de hoy sobre la expulsión de Lee Anderson han sido el clavo final en el ataúd del partido…”, escribía uno de sus votantes a la diputada Jill Mortimer.
“Es un idiota por decir lo que ha dicho, y debería haber pedido disculpas, pero no es un racista y habla en nombre de la mayoría silenciosa de este país, que siente que la clase política la ha abandonado”, contaba de modo anónimo al Daily Telegraph uno de esos diputados.
El líder de Reform UK (Partido de la Reforma), Richard Tice, ha agradecido con ironía a Sunak la expulsión de Anderson, por dar alas a las expectativas electorales del partido que fundó en su día el euroescéptico Nigel Farage. De hecho, el propio Farage ha animado a Anderson a pasarse a sus filas.
El pasado jueves se vivió un pandemonio en la Cámara de los Comunes cuando su speaker (presidente), Lindsay Hoyle, se saltó los usos y costumbres parlamentarios. Permitió que se debatiera y votara una moción de su antiguo partido, el Laborista, que reclamaba un “alto el fuego humanitario” tanto a Israel como a Hamás. Ese día, sin embargo, el orden de la sesión establecía el debate de una moción del Partido Nacional Escocés (SNP, en sus siglas en inglés) que reclamaba con mayor firmeza un “alto el fuego inmediato” solo a Israel, y la moción contraria del Gobierno de Sunak, que exigía una tibia “pausa humanitaria”.
Al dar prioridad a la moción laborista, muchos diputados conservadores y nacionalistas escoceses acusaron a Hoyle de salvar el pellejo del líder de la oposición, Keir Starmer. Decenas de miembros del partido—muchos procedentes del antiguo corbynismo— le acusan de tener una postura tibia y más bien pro-israelí, y habrían respaldado la moción del SNP si no se les hubiera ofrecido una alternativa. El speaker acabó pidiendo perdón entre lágrimas, y se enfrenta a una posible moción de censura en su contra respaldada ya por más de 70 diputados. En su defensa, Hoyle argumentó que varios diputados y la policía le advirtieron de amenazas violentas contra ellos por no defender con más firmeza la causa palestina.
En medio de las aguas revueltas, entró en escena Suella Braverman. La exministra del Interior fue expulsada del Gobierno por Sunak, al que había acusado de debilidad en la política migratoria. No le bastaban las promesas del primer ministro de ignorar al Tribunal Europeo de Derechos Humanos y persistir en su empeño de deportar a los inmigrantes irregulares a Ruanda. Quería una línea aún más dura.
Este domingo, Braverman escribió en el Daily Telegraph, después del episodio parlamentario, que “los islamistas, los extremistas y los antisemitas tienen ahora el control de la situación. Han acosado y presionado al Partido Laborista y a nuestras instituciones [por el Parlamento], y pretenden someter a nuestro país”.
Su artículo fue la chispa que provocó los comentarios de Anderson, pero la controversia está lejos de cerrarse con la expulsión del diputado. Los nacionalistas escoceses reclaman que se celebre esta misma semana otro debate parlamentario de urgencia para reclamar un alto el fuego inmediato en Gaza. Si Hoyle acepta, violaría por segunda vez las normas parlamentarias, para irritación de los conservadores. Ninguna salida es buena, ni para él ni para Starmer, que de nuevo se vería obligado a controlar la rebelión y la inquietud en sus propias filas.
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