La democracia en América Latina

La democracia en América Latina

Ser demócrata en América Latina siempre pareció muy poca cosa. Me lo recuerda Carlos Granés. El demócrata es como «un personajillo insípido, sin fosforescencia en los sesos ni pólvora en los testículos», me advierte el escritor colombiano de gran fama por sus célebres ensayos. Las injusticias, cada vez mayores a pesar de algunos avances; la ola de marginalidad y pobreza que crea individuos sin discernimiento ni aspiraciones vitales, salvo la sobrevivencia sin decoro y sin las vergüenzas que debiera ocasionar el oprobio; leyes que nunca se aplican o se les hace caso a medias; radicalización, que ya no es sólo de izquierda o derecha, sino de signos ideológicos con matrices novísimas; reformas políticas que un día cualquiera, cuando toca la oportunidad, se echan en el caldero de los autoritarismos o  que, en cualquier mañana, se lanzan sobre los precipicios del poder desenfrenado.

Los caudillos florecieron -y siguen floreciendo- así. Echando por la borda las ilusiones y los deberes de la democracia, y dejando en manos feroces y en voluntarismos irracionales la conducción de la nave social y política. Es cuando, en pequeños conciliábulos, se planifican las estocadas a la democracia, cuando resplandece desde el gobierno o cuando se debilita desde el poder. Los dirigentes despóticos que vio nacer el siglo XX y, contradiciendo lo distinto que decían sería todo en el siglo XXI, siguen naciendo y creciendo en los días que corren, abjuraron de la democracia, en la que nunca creyeron o sólo utilizaron para subir al trono, para gobernar desde el poder y no desde la poltrona limitada y legal del gobierno. García Márquez lo recordó alguna vez refiriéndose a Salvador Allende, socialista democrático de quien dijo que vino a darse cuenta muy tarde que un sistema sólo puede cambiarse desde el poder y no desde el gobierno. Por eso quedó arrobado con Fidel y Torrijos. Al contrario, Vargas Llosa, que abjuró de ese proceder que alguna vez defendió con entusiasmo, abandonó a Sartre y se fue a casa de Camus. Cruzó la cerca donde habitaba el radicalismo y el poder absoluto, y se integró a pensamientos más sosegados. Obviamente, el escritor peruano era más pensador que novelista, o ambos a la vez, contrario al colombiano que sólo era novelista y cuando hacía de ensayista escribía las más bellas y alucinantes crónicas de amor y creatividad narrativa. «La experiencia moderna –decía el autor de La fiesta del chivo– nos muestra que disociar el combate contra el hambre, la explotación, el colonialismo, el combate por la libertad y la dignidad del individuo es tan suicida y tan absurdo como disociar la idea de la libertad de la justicia verdadera». Alguna vez, como García Márquez, fue Vargas Llosa a Panamá a conocer a Torrijos. Luego, escribió: «A los pocos segundos de estar con él comprendí que, pese a su inmensa vitalidad y a su desbordante simpatía, no era el tipo de personalidad que aprecio más entre los políticos…Pertenecía al tipo de conductor carismático, hombre providencial, caudillo epónimo, fuerza de la naturaleza,  héroe ciclónico que está por encima  de todo y de todos». Sencillamente, como anota Granés, Vargas Llosa aborrecía el poder y empezaba a defender el gobierno, y García Márquez seguía despreciando al político burgués y apostaba al líder telúrico. Vargas Llosa se hacía demócrata y García Márquez se fue de parranda con los autoritarios.

Y entonces surgió, como en todo, una tercera opinión. La de Borges. Creyó en la democracia hasta que Perón volvió al gobierno -y al poder- mediante elecciones democráticas, en 1973, cincuenta años atrás. Si el pueblo -ay, ese pueblo, tan llevado y traído- votaba a Perón en elecciones libres, con una aspirante a astróloga de vicepresidenta, entonces, creía aquel ilustre ciego, la democracia estaba mal. No servía. No resolvía ningún problema político, por el contrario, los creaba. «Era tan  absurda y anacrónica como usar un destornillador para cambiar un bombillo o una calculadora para abrir un coco».  Los «trovadores de la demagogia populista» podían constituir mayoría en una democracia. Borges, errado  en la política como en la literatura sabio, se negó a seguir defendiendo la democracia «un sistema que premiaba el trampantojo nacionalista y la promesa vacua de dignificar al pueblo mientras lo hacía cada vez  más pobre y dependiente». Como Vargas Llosa cuando buscó a Camus, Borges se fue del lado de Lugones, que celebraba siempre la espada y el fuero militar. Y aflojó las riendas para volverse no sólo reaccionario, sino defensor de lo peor de la derecha armada. Se volvió tan telúrico como García Márquez, pero desde otra corriente. Entonces, celebró a Pinochet y a Videla, y llegó tan lejos que le aceptó una condecoración al dictador chileno y en el discurso que pronunciara en la ocasión, sentenció: «Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita». La tercera opinión fue un desastre eximio. «A pesar de haber sido un experto en laberintos, Borges se perdió en el del peronismo y ya no supo encontrar la salida democrática, la misma que muy probablemente lo hubiera conducido al Premio Nobel», me comenta Granés. Si aún estuviese vivo, agrego yo,  Borges habría seguido denostando a la democracia con todo lo que ha vivido Argentina en los últimos decenios, pero tal vez habría vuelto a creer en ella con el triunfo de Milei. Una apuesta a la inversa de aquel triunfo peronista que lo radicalizó in extremis. Desde luego, hay otra opción diferente a la de Borges y los anteriores, la cuarta: la indiferencia general.

Ser demócrata en América Latina nunca ha sido nada fácil. Granés recuerda a un filósofo colombiano, Nicolás Gómez Dávila, que fue un persistente enemigo de la modernidad y se resistía a aceptar la validez de la soberanía popular. Y entonces: «Entre el Che Guevara y sus focos y Gómez Dávila y sus escolios; entre el populismo de Perón, el hombre fuerte del trópico y el militar de espada y picana, y entre el nacionalista y el nuestroamericanista, el demócrata parecía una babita endeble y tibia, por completo insignificante».

Hoy, la democracia sigue sufriendo de los mismos padecimientos de entonces. Y hoy también, como ayer, el gentío se acomoda, se acopla, sigue la tanda fría de su vida cotidiana. Unos, a la caza simple de sus objetivos personales y de clase. Otros, desde la terca y negligente visión del laissez-faire, laissez passer. Los más, seguramente, desde la rígida realidad de las limitaciones económicas que obligan a la búsqueda del frío condumio de la pobreza. La democracia sigue forjando líderes telúricos, como el salvadoreño Nayib Bukele, de atractivo discurso y de hechos contundentes, pero que de tantos clamores y de tantos triunfos arrolladores podría ir hacia la deriva autoritaria que ya no pocos columnistas y políticos temen. La democracia se encorva, se empantana, se disuelve, se achica, se empobrece, se simplifica. La democracia se revierte, provoca dudas, parece a veces retobada, otras tantas no sabe siquiera defenderse. Se arrincona y, por momentos, parece disolverse. Hay casos en que se disolvió hace décadas. La soberbia del poder la mutila, la ensombrece. Aparecen atisbos y sospechas, cuando se empantana. La bancarrota es sutil, sólo falta una intelectualidad que le haga la corte y una generalidad que la soporte. La democracia hay que animarla, no socavarla, no arrinconarla. Dejarla funcionar libremente, no marearla con discursos anfibios, con acciones indolentes. No sé por qué da tanto trabajo  admitir que el domingo pasado ganó la abstención. La cuarta opción: la indiferencia. El cuerpo social está advirtiendo algo que todos debemos saber. Hay una interrogante abierta. Una herida profunda. Un desvanecimiento silencioso. La democracia está apenada. Avergonzada. La democracia no es etérea. Es la ciudadanía que la ejerce para darle vida. Y la mayoría se negó a revitalizarla. La democracia no debe ser revertida. Evaluemos su caída antes de que anochezca.

LIBROS

  • https://resources.diariolibre.com/images/2024/02/21/delirio-americano.jpg
    Carlos Granés, Taurus, 2022, 593 págs. Una historia cultural y política de América Latina. La fantasía de los creadores latinoamericanos y las consecuencias del ensueño de los políticos. Libro del año 2022.
    DELIRIO AMERICANO

    Carlos Granés, Taurus, 2022, 593 págs. Una historia cultural y política de América Latina. La fantasía de los creadores latinoamericanos y las consecuencias del ensueño de los políticos. Libro del año 2022.

  • https://resources.diariolibre.com/images/2024/02/21/salvajes-de-una-nueva-epoca.jpg
    Carlos Granés, Taurus, 2019, 204 págs. Cultura, capitalismo y política. El arte es la actividad libre por excelencia. Pero, tiene dos amantes peligrosas: la política y el capitalismo que multiplican sus fuerzas fundiéndose con ella.
    SALVAJES DE UNA NUEVA ÉPOCA

    Carlos Granés, Taurus, 2019, 204 págs. Cultura, capitalismo y política. El arte es la actividad libre por excelencia. Pero, tiene dos amantes peligrosas: la política y el capitalismo que multiplican sus fuerzas fundiéndose con ella.

  • https://resources.diariolibre.com/images/2024/02/21/una-teoria-de-la-democracia.jpg
    Daniel Innerarity, Galaxia Gutenberg, 2020, 446 págs. Gobernar en el siglo XXI. La principal amenaza de la democracia es la simplicidad. Hay prácticas políticas que simplifican y empobrecen la democracia.
    UNA TEORÍA DE LA DEMOCRACIA COMPLEJA

    Daniel Innerarity, Galaxia Gutenberg, 2020, 446 págs. Gobernar en el siglo XXI. La principal amenaza de la democracia es la simplicidad. Hay prácticas políticas que simplifican y empobrecen la democracia.

  • https://resources.diariolibre.com/images/2024/02/21/sin-palabras.jpg
    Mark Thompson, Debate, 2017, 459 págs. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política? Apatía. Manipulación. Globo sonda. Cinismo. Populismo. Demagogia. Bunga bunga. Posverdad. Mareas. Hilillos de plastilina.
    SIN PALABRAS

    Mark Thompson, Debate, 2017, 459 págs. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política? Apatía. Manipulación. Globo sonda. Cinismo. Populismo. Demagogia. Bunga bunga. Posverdad. Mareas. Hilillos de plastilina.

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    Daniel Cohn-Bendit, RBA, 2010, 141 págs. Pequeño tratado de imaginación política. Las recetas viejas ya no son válidas. El mundo cambió. Hay que reflexionar y actuar para afrontar los temas fundamentales de hoy.
    ¿QUÉ HACER?

    Daniel Cohn-Bendit, RBA, 2010, 141 págs. Pequeño tratado de imaginación política. Las recetas viejas ya no son válidas. El mundo cambió. Hay que reflexionar y actuar para afrontar los temas fundamentales de hoy.

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.

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