¿Por qué deportaron a Aricheell Hernández?

¿Por qué deportaron a Aricheell Hernández?

Dejémonos de historias: Migración detuvo al futbolista cubano Aricheell Hernández por su fenotipo, razón para pedirle «los papeles» que no tenía. Puesto que al parecer lo ignora, Venancio Alcántara, director de la institución, debe informarse de que el sol no puede ser tapado con un dedo y reducir el cinismo de sus declaraciones.

La «camiona» solo ve subir a haitianos. La excepción, si existe, se desconoce. La alardeada eficiencia de Migración se cumple solo con ellos. Los operativos, nunca aleatorios, ubican de antemano la presa marcada por una ideología convertida en sinónimo perverso de defensa de la soberanía.

Hernández no es una excepción, pero contó con dolientes. Como Cristina Martínez Lorenzo, sancristobalense con problemas de salud mental, deportada a lo desconocido por policías persuadidos de que, por negra, era haitiana. Otros muchos anónimos comparten sus experiencias. Ser negronegro en un país de negros «lavaítos», mulatos y tercerones, es ocupar el último lugar en la escala humana.

Cuando la acusan de racista, la República Dominicana reacciona con un argumentario penitencial. No puede ser racista, dice, porque nadie se ha sacrificado tanto por Haití como ella. A relucir saca sus nueve primeros viernes garantes de la salvación, buscando encubrir que la política migratoria no es tal (que debería), sino rechazo visceral al negro haitiano, nuestra némesis.

La obviedad nos embelesa. Huimos de lo complejo. Hasta el postureo «crítico», cuando levanta la mano pidiendo turno, no impugna, edulcora. Somos antihaitianos, pero no racistas, redunda. Como si el racismo solo existiera en relación con el «otro» distinto y nuestra vergonzante manera de percibirnos fuera anécdota.

Enmascar la paradoja no contribuye con superar las exclusiones que también sufren los dominicanos «de color», ese eufemismo patrocinado por nuestra hipocresía. Con la identidad étnica y cultural vagando por la exosfera, no extraña que el 48.3 % de la población dominicana se autoperciba «india», categoría incluida por primera vez en el censo trujillista de 1935. Los empadronadores de entonces, obedientes a la obsesión de Trujillo con «blanquearnos», consagraron el nuevo mito. Hoy, casi noventa años después, solo reconoce su herencia africana el 8 % de la población. Tanto es el rechazo que hasta el prefijo «afro» escuece.

Porque nuestro imaginario étnico nos impele a la fuga, los «indios» no se preguntan por qué lo son ni qué significa serlo. Tampoco lo hace el 11.8 % que se percibe «blanco«. Buscar la respuesta obligaría a la catarsis del reprimido autodesprecio. El «indio» trujillista, legitimado, nos dio la coartada para borrar al negro.

Y así andamos. Encontrando compensación en el maltrato de aquel que nos devuelve la imagen. Empecinados en poner sordinas a quien disiente de nuestra enajenación cultural. Olvidados de que, naturales de la noche, somos producto de un viaje.

Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.

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