Entre las puertas del Palacio Nacional y los ovnis
Desde que el presidente lanzó «La Semanal» como foro de diálogo con los medios dominicanos, me pareció exagerada la frecuencia de sus ruedas de prensa. Y es que no generamos noticias relevantes en tramos tan cortos. Sin embargo, el espacio ha servido, entre otras utilidades, para revelar la desconexión de la prensa con las preocupaciones colectivas.
Esta semana el presidente fue confrontado con una inquietud cósmica: un periodista quería saber si su despacho había sido informado por las Fuerzas Armadas sobre algún tráfico de ovnis en el espacio aéreo dominicano. En ese mismo encuentro se le cuestionó sobre las presuntas razones que tuvo un individuo para embestir la puerta de los jardines del Palacio Nacional, información que, por su nivel, debe comunicar el vocero de la presidencia o el encargado de seguridad y no el primer mandatario.
Y es que cuando el debate público tiene vuelos tan bajos, la noticia se convierte en un producto caro y escaso. El problema es que son los medios los primeros en construir y darle guiones a ese debate. Al decir de Mauro Wolf, la prensa es una especie de «intermediaria simbólica y colectiva de la sociedad». Se supone que ella interpreta y asume sus necesidades de información y, sobre la base de tal «delegación», edifica a la opinión pública de la manera más eficaz.
La prensa no solo es la que recauda la información, es la que decide qué es noticia y cómo difundirla, una misión de trascendente responsabilidad social. De este modo interviene decididamente en la creación de valor colectivo ayudando a cimentar la percepción -¿objetiva?- de la realidad, a pesar de que Marc Fishman escribía: «Pensar que las noticias distorsionan o reflejan la realidad no es útil, ya que las ´realidades´ son construidas, y las noticias forman parte del sistema que las construye».
Si esos mismos medios nos consultaran sobre lo que deberíamos leer en sus diarios o plataformas, probablemente clamaríamos por otros contenidos. La verdadera noticia es que los mass media tienen sus propios objetivos -¿intereses?-, que no siempre concilian con los que pretenden llenar a través de su función social.
¿Puede haber un ejercicio de tan selectiva banalización como los contenidos de los diarios digitales en las redes sociales? Instagram es el muestrario más patético de tal indulgencia. Estos y otros medios se suman así al mercado de la intrascendencia, sostenido por los radio-show de las plataformas digitales con los que pretenden competir. En ese saturado campo solo domina la disputa por las visualizaciones, las interacciones, los likes y las suscripciones. Bajo ese criterio poco importa la dimensión del hecho en el interés nacional cuando lo que se busca es el efecto de la provocación al morbo. He leído comentarios al pie de esos mismos posts que critican con severidad a tales diarios por darle rango de noticia a cuestiones de inequívoca irrelevancia y cubiertas por propósitos ostensiblemente efectistas.
Tenemos amenazas inminentes de crisis por grandes problemas acumulados: reformas estructurales pendientes, agendas de desarrollo cerradas. ¿Qué ha preguntado o investigado la prensa sobre las bases de la reforma fiscal; sobre una conciliación político-social para sacar del marasmo congresual al Código Penal; sobre las políticas de inversión, endeudamiento y gasto público; sobre el sistema de seguridad social o sobre las grandes reestructuraciones institucionales como la del Ministerio Público?
Esos temas grises y aburridos no dan noticias. Son ininteligibles para el ciudadano promedio, dirían muchos, incluida la propia prensa. La mala noticia es que el papel de una prensa íntegra es abordarlos y hacerlos comprensibles, bastándole, como sola justificación, su pertinencia a la atención colectiva. El dramaturgo americano Arthur Miller decía que un buen periódico es una nación hablándose a sí misma.
Pero la idea es darle categoría de interés público al Rolls Royce o al Mercedes-Benz G-Wagon que Tekashi69 le regaló a Yailin la más viral o convirtiendo la promesa de «una CRV o un apartamento» en una consigna nacional. Creo que la prensa no debe perder sus coordenadas y separar los campos de sus responsabilidades esenciales, aunque en las redes sus coberturas no generen los deseados likes.
Cómo nos gustaría saber que una nave interplanetaria nos privilegiara trayendo de vuelta a Alf, aquel extraterrestre peludo con aspecto canino y hocico de jabalí que, huyendo del planeta Melmac, habitó como huésped clandestino con la familia Tanners según la historia contada cada tarde en la NBC, o de Pennywise, el payaso bailarín creado por el escritor Stephen King en su novela IT. Ojalá el presidente Abinader nos traiga buenas noticias sobre esas incursiones alienígenas para contarlas entre los diez millones de turistas. Lo real es que el país está desafiado por un futuro repleto de agendas que no admiten retardos. Si la prensa, como sensor de esa dinámica, se suma a la tramoya de distracción -¿enajenación?- del sistema, poco nos faltaría para romper en turba las puertas del Palacio Nacional y reclamar eufóricamente la elección de Tokischa como gloria nacional.
Lo real es que el país está desafiado por un futuro repleto de agendas que no admiten retardos. Si la prensa, como sensor de esa dinámica, se suma a la tramoya de distracción -¿enajenación?- del sistema, poco nos faltaría para romper en turba las puertas del Palacio y reclamar… la elección de Tokischa como gloria nacional.