Freddy Beras Goico
El país le debe a Freddy Beras Goico millones de horas de carcajadas. Es una buena deuda. Se reía tanto como hizo reír y no lo hacía solo «a mandíbula batiente», como se decía antes. Se reía con todo el cuerpo, a borbotones, a lágrima viva, sujetándose las costillas o agarrándose a cualquiera para no caer. Con ruidosas carcajadas o casi en silencio por falta de aire.
Su humor es inclasificable. Era humor político, burlón, crítico, amable, costumbrista, ácido, atrevido, respetuoso… sabía reírse de todo y con todos. (Y con la misma energía, enfadarse por todo y con todos.)
Su capacidad para crear personajes parecía infinita. Hay quien dice que fueron más de cien, pero cierto o no, algunos son imborrables de la memoria colectiva.
Morrobel, el arquetipo del político grosero, inescrupuloso y trepador. El sacerdote, con la mejor imitación del acento español y que se escandalizaba primero para perdonarlo todo después (faltaría más…) La vieja rezadora que en sus letanías de mecedora cantaba las cuarenta a cualquiera. El meteorólogo y sus desternillantes pronósticos… ¡El mejor Cristóbal Colón! El profesor de la escuelota haciendo lucirse a todos los de su elenco.
Sus diálogos improvisados con Boruga y Cuquín Victoria merecen ser revisitados. No han perdido actualidad ni han quedado obsoletos. Son cápsulas de risa para momentos tristes que deberían recetarse: más Gordo y menos Sedoxil.
Su obra social y su activismo político merecerían otro espacio mayor que este. Encabezaba causas, apadrinaba esfuerzos, regalaba lo suyo. Su funeral fue una muestra de todo el arco social dominicano.
Su hijo Giancarlo le rinde ahora un tributo personal con la película Freddy. Una película que su adorada Pilar, afortunadamente, pudo llegar a ver.