Escuchar más y hablar menos
Cuando al destacado jonronero dominicano, Ricardo Carty, una vez se le preguntó acerca de qué era lo más difícil para él en un juego de béisbol, su respuesta no se hizo esperar: “batear”.
De manera parecida a mí, en una ocasión, alguien me preguntó qué era, a mi parecer, lo más difícil de lograr en el proceso de la comunicación, y mi respuesta, igualmente, no se hizo esperar: “escuchar con atención”. Para muestras, “dos botones bastan“:
Un día de estos, en las primeras horas de la mañana, durante no más de dos minutos y por primera vez, escuché uno de los tantos programas de opinión que se trasmiten a través de la televisión nacional. Me resultó casi imposible entender lo que decían; porque casi siempre los seis comunicadores que lo conducían hablaban todos a un mismo tiempo. Lo que cada uno decía, el otro ni lo escuchaba ni le importaba. A eso hay que agregarle el volumen, muchas veces chillón, de las voces de una parte de ellos, y elevado hasta niveles insospechados con el fin de opacar o apagar la de los demás interlocutores. Semejante conducta lingüística convertía el precitado acto comunicativo en un verdadero infierno.
Ese mismo día, horas más tarde, sintonicé también durante breve tiempo el tradicional programa “El show del mediodía”. Hubo un momento en que cuatro de las personas que lo realizaban, hablaban todos a la vez. Allí solo se hablaba; nadie escuchaba a nadie, y las interrupciones e indiferencia ante el juicio del otro parecían constituir las reglas de juego.
José Martínez Ruiz, Azorín, (1873 – 1967), el célebre escritor español y uno de los más destacados miembros de la Generación del 98, llamó a esa irregular práctica comunicativa, «mañas en escuchar». Merced a estas «mañas» o ausencia de “escucha activa”, afirmaba yo en uno de mis artículos:
« ¡Qué difícil es escuchar con atención a los demás! ¡Qué difícil resulta esperar que el otro termine de expresar sus ideas! ¡Qué difícil es no interrumpir a quien nos habla! ¡Qué difícil es callar mientras el otro habla! ¡Qué desagradable es hablar cuando el otro habla! ¡Qué gratificante y agradable es escuchar con atención a quien nos habla! ¡Qué difícil es, en fin, la escucha activa!»
El propio Azorín así, magistralmente, lo describe:
«Una de las artes más difíciles es saber escuchar. Cuesta mucho hablar bien; pero cuesta tanto el escuchar con discreción. Entre todos los que conversan, unos no conversan, es decir, se lo hablan ellos todo; toman la palabra desde que os saludan y no la dejan; otros, si la dejan, os acometen con sus frases apenas habéis articulado una sílaba, os atropellan, no os dejan acabar el concepto; finalmente, unos terceros, si callan, están inquietos, nerviosos, sin escuchar lo que decís y atentos sólo a lo que van ellos a replicar cuando calléis»
Escuchar con atención y discreción, callar mientras el otro habla y nunca interrumpir su discurso, constituye formas de conducta que ponen de manifiesto el respeto, la prudencia y la grandeza espiritual y educativa de un ser humano. Por proceder de esa manera, los grandes líderes son esos: grandes líderes.